Contra todos los pronósticos

Inusual: "K" celebró el 25 de Mayo y sus primeros dos años en Santiago del Estero.

éstor Kirchner no quiere descontroles ni spleen (malhumor) en medio de la campaña. Lograr eso es una misión que parece imposible en la Argentina donde, pese a lo gastada, sigue siendo certera la frase de Borges: las uniones –en particular la de los políticos- obedecen más al espanto que al amor.

Trata de acomodarse, en consecuencia, al sentimiento colectivo mayoritario. Sobre todo si, contra la opinión de algunos de sus colaboradores más estrechos, resolvió el hombre llegado de los fríos patagónicos salir a plebiscitar su gestión el 23 de octubre. Para captar la mayor cantidad de votos (obsesivamente quiere sepultar el 22 por ciento con el que ascendió al poder por deserción de Carlos Menem), no trepida en:

a) conformar a grandes medios de comunicación, prorrogando licencias para radio y televisión. Sin ingenuidad, luego concedió largas entrevistas a esos conglomerados periodísticos, a través de los cuales sintonizó con la clase media y con los taxistas «protestones» de la ciudad de Buenos Aires;

b) sentenciar, por primera vez desde que asumió, que los piqueteros duros aplican métodos de extorsión y que con sus cortes de calle afectan el derecho de otros compatriotas que «trabajan y sufren»;

c) tender puentes de concordia con la Iglesia y la Corte Suprema de Justicia, tras las tensiones por el «caso Baseotto» y la polémica con varios magistrados, que le advirtieron que no debía tratar de exacerbar los ánimos de la gente ni sacar tajada electoral de la tragedia de Cromañón;

d) alentar la integración nacional y el consenso. Esa fue la característica de su discurso durante la celebración del 25 de Mayo desde Santiago del Estero, por más que luego haya exclamado «¡Dios nos libre!», a propósito de la alianza entre dos de sus adversarios, el ex radical Ricardo López Murphy y el titular de Boca, Mauricio Macri. Descalificó a ambos al alertar que «nos llevaron a la decadencia» y ahora «tratan de reorganizarse para volver».

El presidente está preocupado por la gobernabilidad en la capital federal, donde ya prácticamente le soltó la mano al jefe de gobierno Aníbal Ibarra, y en la provincia de Buenos Aires. En este distrito mantiene una dura pulseada con Eduardo Duhalde, al que -en el mejor estilismo del vandorismo puro- golpea con fiereza para negociar después. ¿Acaso no manda a Felipe Solá a una guerra de trincheras contra «Chiche» González, mientras flamea la candidatura abarcadora de su esposa Cristina?

El pingüino no abjura del Frente para la Victoria, pero al mismo tiempo se apoya en la columna vertebral que es el Partido Justicialista. A la vez, busca captar para su proyecto a gobernadores e intendentes del radicalismo. Acaba de sellar acuerdos con el mandatario de Santiago del Estero, Gerardo Zamora, y con el jefe municipal de la ciudad de Neuquén, Horacio Quiroga. Con el apoyo de éste, tratará de acorralar a las huestes del MPN que dirige Jorge Sobisch, a quien Macri está tratando de amigar con Murphy, cautelosamente. A Quiroga se lo vio muy contento abandonar la Casa Rosada: además de recibir fondos para obras de trascendencia, espera ser el candidato a gobernador en 2007.

El polo de centro derecha que tratarán de construir Macri y Murphy, despierta los recelos de Kirchner y los aplausos de «Chiche» Duhalde, quien admitió no entender el enojo del presidente. El boquense aspira a convertirse en el «Berlusconi argentino», título que también pretende el periodista y empresario Daniel Hadad, quien pasó de la obsecuencia al menemismo a idolatrar a Kirchner.

Macri le ofrece a López Murphy «un baño de populismo» y este le corresponde dejándole libre la franja de centro derecha en la capital, por la que supieron transitar Francisco Manrique, Alvaro Alsogaray, Domingo Cavallo y Gustavo Béliz.

Los progresistas del gobierno desprecian a Macri, pero no lo subestiman. Ya pudo ganar en la capital federal y no lo hizo por el apoyo de Kirchner a Ibarra, hoy de capa caída. Elisa Carrió es la variante de centroizquierda, en tanto el estratega Alberto Fernández -a quien López Murphy le reprochó su pasado cavallista- no logra imponer un postulante. El canciller Rafael Bielsa emite presagios oscuros: «Si me lo ordena el presidente, tendré que aceptar presentarme», expresa de mala gana.

La ventaja con que contaba hasta aquí Kirchner es que no tenía frente suyo a una oposición articulada. Preferiría una UCR nacionalmente fuerte, con un líder carismático. Pero tras los descalabros sufridos en los períodos de Raúl Alfonsín y Fernando De la Rúa, el radicalismo como fuerza global prácticamente desapareció. Y eso que tiene una gravitación territorial importante y una presencia legislativa numerosa. Ya se ve la fuga para todos lados: pescan Kirchner, dominador del centro del barco, López Murphy, a estribor y Carrió, a babor.

Y para más disgusto de Kirchner, desde los Estados Unidos se recibió con satisfacción el nacimiento del partido de derecha. Es que desde el Norte se elogia al presidente y se rescata su forma de conducir la recuperación económica, pero se sigue desconfiando de sus planes de largo plazo. «Sabemos dónde van Lagos y Lula, no cuál es el rumbo de Kirchner», se comentó en Washington.

Es que con la Argentina son muchos los que se equivocan. Fallaron, por ejemplo, los pronósticos del reputado Nobel de Economía, Paul Samuelson, quien reconoció que falló cuando le auguró al país (por sus abundantes recursos naturales por cabeza, su clima templado y su población homogénea) un destino similar en la segunda mitad del siglo XX al de Estados Unidos, Canadá, Alemania y Francia.

El camino a octubre está sembrado, además de conflictos, por la puja distributiva y la resolución de los nuevos contratos con las privatizadas. Como enseñan los filósofos, hay diablos que andan sin cueros y bufones sin cascabeles. El que no lo crea, será presa y juguete de ambos.

 

Arnaldo Paganetti

arnaldopaganetti@rionegro.com.ar

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