Corte

No, no me refiero a esos cortes. De esos cortes ya se ha dicho todo, se ha hecho todo (menos superarlos) y seguramente usted tiene una opinión formada, cuya manifestación será directamente proporcional al lugar donde se encuentre. Quiero decir, un lenguaje, incluido el gestual, es si su auto forma parte de otros cientos varados en espera de que el corte se termine, y otro lenguaje es si usted está tomando un café y filosofa con un amigo sobre la marginalidad. Estoy hablando de los cortes de luz, dado que padezco de uno. Si tuviera pilas mi radio, seguramente escucharía al locutor decir correctamente «corte de energía», aunque convendrá conmigo que esa caída súbita en la oscuridad es el elemento decisivo.

Caída en la oscuridad, o envuelta en un manto aterciopelado de sombra absoluta -dado que es de noche-, y caída en un par de siglos, cuando, a la luz de una vela (elemento que es tan útil incluir en la compra de artículos para el hogar) las pirámides fueron diseñadas con el mismo resplandor, y algunas de las obras maestras de la filosofía y la literatura, y… en fin. No me consuela mucho. Tiene algo la oscuridad y el precario temblor naranja que intranquiliza. La memoria genética convoca peligros atávicos, y la memoria reciente peligros no menos terribles, esos que supimos crear y que no hay alarma ni reja ni perro que esta noche los evite.

Y el silencio. Me estremece el silencio que acompaña al corte, y ahí me doy cuenta del asunto de la energía, las cosas que damos por sentado: los tranquilizadores sonidos de la heladera, el parloteo televisivo, y como esto debe pasar en toda la zona, sólo se siente alguna voz interrogadora en la vecindad, algún ladrido, y los automóviles y su relámpago de faros. Mi pequeña vela conjura otra realidad; una suerte de mundo en claroscuro, cosas que se diluyen y tienen formas extrañas, detalles que se convierten en brillantes por obra de su cercanía con el diminuto fuego, todo temblando, a punto de desaparecer o de nacer… Una danza de amarillento naranja virando al negro. Se me ocurre que por ese único fulgor, los cuadros de los pintores de hace tiempo tienen tanto juego de luz y sombra, y por eso la nueva luz, la de los vatios, devino en contornos y colores brillantes, más planos, porque nuestra moderno rayo llega a todos lados y la sombra es sólo eso, sombra, y no juego de probables seres en paralelo.

Me niego a conjurar un mundo sin energía, un mundo que se viene a pique sin computadoras, frío garantizado, y toda la parafernalia tecnológica que nos sustenta. Prefiero dejar que este universo en claroscuro juegue su propio encanto, que el misterio de los naranjas y amarillos haga lo suyo y que el imaginario se yerga graciosamente y haga una reverencia; que se desnude de vatios, que se ponga su traje de sombra y me muestre ese mundo de contornos difusos, casi huérfano de ángulos, apenas insinuado, donde yo soy parte de su creación. Con la luz artificial, todo está dado. La tranquilizadora luz artificial. Seguro que no durará mucho este corte, pero si así fuera habrá un amanecer, ¿verdad?, siempre amanece, aunque ahora parezca una utopía.

Sí. La sensación es que las cosas más terribles ocurren en la oscuridad; pero sabe, es sólo un espejismo, un resto atávico. Hay atrocidades que son posibles porque inventamos la lámpara y entre cuatro paredes un tipo puede violar a su propia hija de poco más de dos años y dejarla moribunda, revestido de sombrío resplandor. Y a plena luz del vital y puro sol, que inhibe algunas conductas y deja para el interior la maldad, gentes de toda ralea bailan su danza de muerte y mutilación, produciendo su propia, enferma, explosiva luz, a cuyo resplandor vuela la vida en pedazos. Claro que en este caso, y porque se trata del sol, esas atrocidades se visten de ideología, de mandatos divinos y de justificaciones éticas varias.

¡Bien! La fría luz ha vuelto, los tranquilizadores ruidos ahí están… puedo seguir la rutina.

 

María Emilia Salt bebasalto@hotmail.com


No, no me refiero a esos cortes. De esos cortes ya se ha dicho todo, se ha hecho todo (menos superarlos) y seguramente usted tiene una opinión formada, cuya manifestación será directamente proporcional al lugar donde se encuentre. Quiero decir, un lenguaje, incluido el gestual, es si su auto forma parte de otros cientos varados en espera de que el corte se termine, y otro lenguaje es si usted está tomando un café y filosofa con un amigo sobre la marginalidad. Estoy hablando de los cortes de luz, dado que padezco de uno. Si tuviera pilas mi radio, seguramente escucharía al locutor decir correctamente "corte de energía", aunque convendrá conmigo que esa caída súbita en la oscuridad es el elemento decisivo.

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