Cosas del querer

Nada me obligó, me impulsó el deseo de volver, nada más. El deseo de tener éxito en Argentina, cierta repercusión.

La tenías.

Poca, muy relativa y era más un eco de lo que pasaba afuera. Y yo lo notaba. En Francia la cosa funcionaba muy bien… Había un equívoco ahí, muy grande, y me daba muchas vueltas por la cabeza. Tuve una especie de contencioso con algunos medios locales, porque me fui del país porque no me aceptaban. No tenía posibilidad alguna, una chance de empezar ni continuar lo que había comenzado cuando chico. Me daban prácticamente como un artista que podría haber sido, pero no fue… Era la idea con la me alejé de la Argentina. Y cuando comencé a cantar allá y vi que era cierta la posibilidad de avanzar, de mejorar artísticamente, de progresar dentro de un estilo, me fui quedando y fue mucho tiempo. He vivido veinticuatro años en el extranjero. Es la razón por la que muchos artistas argentinos terminan volviendo o pasando más tiempo acá que en Europa.

Fue buena, finalmente, la decisión de retornar.

Creo que sí. En general, en los artistas hay una suerte de confusión, no sé. Será que veo las cosas así… No se puede hacer todo en la vida por tener éxito; hay cosas que no valen la pena. Hay que saber valorar las cosas, darles su justo sitio… Bueno, es tener la frialdad para decidir ese tipo de actitud, nada más. El éxito es algo muy dulce para los artistas, entiendo que tiene ese sabor. Es un poco de calma dulce. Pero, en realidad, se relaciona mucho, también, con las cifras, con el dinero que se gana, la cantidad de discos vendidos. Hay un juego en el que si uno entra, es muy difícil salir. Un día lo comentamos con mi mujer, viviendo en Francia, no soy una excepción dentro de los artistas que decidieron serlo para toda la vida. Yo, en realidad, soy artista para que me quieran. Es la aspiración mayor. Y me parece que a distancia es más difícil el amor.

Se idealiza.

Por supuesto. Argentina, para mí, se había transformado viviendo afuera en algo muy distinto a lo que era en realidad. La lejanía opera de esa manera. Cuando vivís tan lejos, vas seleccionando cosas que te gustan, que son afines y se relacionan con vos. Cuestiones con las que sos feliz y vas armando un rompecabezas que no es el país real, sino el que querés que sea. No está mal, pero cuando llegué acá, era otra la historia que la

que yo imaginaba.

No es lo mismo turismo que migración (ríe ante la ecuación que acaba de cerrar). Eso lo sabe quienes emigran, por las razones que sean… Así que me encontré con un panorama diferente y yo, que era muy distinto al que me fui, reaccioné ante lo que encontraba. Y en ese sentido ha sido muy

positivo. He encontrado orientación muy rápido, sobre qué quería realizar en la Argentina, qué quería decir… Venía de una cultura diversa, de un país más desarrollado, de moverme en un medio artístico que era algo así como diez más importante que el local. En Francia es tremendo y sobre todo en París, una ciudad que larga permanentemente rayos. Es como vivir en una vidriera iluminada todo el día. Entonces, tuve que acostumbrarme a hacer las cosas de otro modo. Y descubrí las bondades de vivir recluido, no digo como un anacoreta, pero más metido en mi casa, menos expuesto.

En tu último disco («Criollo») me sigue sorprendiendo el cuidado que ponés en el tratamiento de la voz, que se mantiene como si el tiempo no hubiera pasado…

He hecho mucho trabajo de técnica vocal, durante años, y se me han incorporado una cantidad de técnicas y ejercicios que aplico con regularidad. Respirar bien, para mí ya está incorporado, es una cuestión natural. Salgo a cantar y ya respiro de una manera distinta. Antes de las actuaciones, hago cada vez más lo necesito por esto del paso del tiempo un precalentamiento de las cuerdas bien largo; incluso canto las canciones despacito, tomo una, la cambio de tonalidad y la hago en falsete. Cosas que van preparando todo. Y algo imprescindible, es conocer cada letra, cada palabra, cada consonante, cada vocal de la canción, para que salga con mucha fluidez. Como si yo no la tuviera que llamar ni pensarla. Eso permite trabajar otros aspectos. Una disciplina que he adquirido con los años.

Otro aspecto que aparece claro al oído, es la búsqueda de refinamiento en la expresión.

Es simplemente observar, escuchar, poner el oído bien en cómo son las cosas y en por qué me llama la atención un canto, lo que sea. No me gusta traicionar mi modo de ver.

Pocos artistas logran emocionar atravesando la pantalla del televisor, y cuando estuviste en «Badía en Concierto» lograste justamente eso…

Vos sabés que ese día, Walter Malosetti padre se puso a llorar cuando canté, y me lo confesó después. Pero, quería contarte con respecto a eso… Al margen del instinto y de la espontaneidad que pueda tener la expresión artística, hay un trabajo muy profundo, también. Hace muchos años, andaba preparando un espectáculo y me parecía que estaba un poco corto de expresión corporal. En el escenario está bien hacer economía en gestos, pero necesitaba algo más, expresarme mejor con la mirada, no esconderme tanto, cosa que a veces hago. No quiero que la gente me vea… Entonces fui a ver a un suizo maravilloso

que tenía una escuela extraordinaria donde se hacía teatro, baile; era especialista en expresión corporal. Y fui a tomar diez días de clase con él, en Niza, en la costa Azul. Me alojé en un hotelito a media cuadra del lugar y recuerdo que me enseñó un ejercicio relacionado con eso que decías… Me ubicó en un estudio de danza, con espejos, y desde la pared de enfrente me pidió que caminara hacia la imagen, mirándome a los ojos y cantando la canción que yo quisiera; sin quitar la vista de mis propios ojos reflejados en el espejo. Me fui acercando lo más lentamente posible hasta estar casi con la nariz contra el vidrio. El éxito del ejercicio consistía en sentir que con la mirada estaba viendo el otro lado del espejo, no mis ojos… ¡Tener esa sensación es muy fuerte! Dos cosas me pasaron con eso. He sentido actuando, varias veces, eso de llegar a cualquier lado con la mirada; y me ha pasado de no sentir los pies en el suelo. (Jairo detiene su relato por segundos, tiene los ojos húmedos). Da vértigo… ¡te caés! Estaba cantando una canción y sentí el vacío; me recompuse enseguida y continué… ¡es una sensación tan bonita! Extraordinaria.

Tan bonita como riesgosa.

Pero, sabés que no podés provocarla. Surge. Depende de un montón de factores, seguramente de la concentración, del estado de ánimo, que se conjugan para que en un momento dado, cuando menos lo esperas, te pasa algo así. Lo de la mirada se estudia, lo puedo poner en práctica, casi siempre inconscientemente, a lo mejor funciona o no. No siempre se logra. Yo trato de aislarme completamente en el escenario, de no escuchar al público; ahora tengo retorno por auriculares y eso me ayuda. Soy miope y prefiero no usar anteojos ni lentes de contacto, no quiero ver nada. Las luces ayudan porque a veces, enceguecen, impiden mirar al frente. Se ve nada más que un muro oscuro y lo único que me gusta al principio, es oír el rumor de la gente, saber que no estoy solo. Después sí me aíslo. Antes de que se abra el telón, pido al sonidista que me mande ese murmullo, aún cuando el telón se corre y la cosa va a empezar, y yo sienta que se va apagando hasta llegar al silencio. Eso me ayuda muchísimo. Es uno de los pasos previos que necesito.

El aplauso rompe ese clima que te construís.

Tardo en reaccionar a los aplausos. Mucho. Y hay canciones que las aplauden muchísimo, por ejemplo «La Saeta» de Joan Manuel Serrat, y me saca de concentración; me parece volver a empezar de cero y prefiero cortarlos entrando en el tema siguiente,.

¿Hay pánico escénico allí?

Sí mucho, sí… miedo. Es una forma de expresión histriónica (ríe pudorosamente). Manejo bastante bien ese miedo. Por eso necesito trabajar mucho las canciones para tener firmes las letras. La sensación primera es que no sé nada. Va a comenzar el recital y me digo: no sé las letras, no me acuerdo cómo empieza la primera… En el último Festival de Cosquín tuvimos muy poco tiempo para probar sonido, las luces las pusimos con el telón cerrado, en fin, problemas… Eran todas canciones de Atahualpa Yupanqui. Estaba un poco desconcentrado, muy inseguro porque no había podido probar como yo quería y me decía que debía confiar en los demás, en Juan Saavedra y los bailarines, en Juan Falú que es un tipo que te mete en situaciones tremendas y te saca; lo de Juan es prodigioso… Tengo que confiar en ellos, tengo que confiar, me repetía mentalmente. ¿Sabés que hice? Me puse a pasar las letras de los temas, del primero al último, sin la música. Las repetí en catarata y cuando repasé la última, salí a cantar. Me funcionó. Siempre se descubren cosas. Algo pasa y encuentro soluciones relacionadas con el momento. En algunos casos he puesto una letra para leerla, cuando ha sido de una canción nueva que no tenía trabajada a fondo. Pero no me gusta hacerlo porque me da la sensación de hacer dos cosas distintas. Una cosa es leer la partitura, como hacen los músicos y otra es cantar una canción. Cantarla significa haberla incorporado antes, que salga, que fluya de manera natural. Por eso siempre es distinta cada vez.

Terminó el almuerzo, pasaron los cafés, las emociones, los recuerdos.

Y seguimos charlando mientras la tarde promediaba, como viejos amigos en esos bellos momentos de reencuentro sin prisa, sin tiempo, sin compromisos, con ganas de contarnos la vida…

 

EDUARDO ROUILLET


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