«Creo que nos aferramos a Dios»

Marcelo Zúñiga es otro de los «viejos» en el cuartel de Roca, con 18 años arriba de las autobombas, primero en Allen y luego en Roca.

En estos años he visto de todo, pero en lo personal, mi apoyo psicológico es Dios. El sale conmigo a todos los incendios. Me acompaña a mí y a todos los muchachos. Creo que un poco nos aferramos a él.

Tu caso tiene una particularidad. ¿Qué significa el chupete que llevás en tu casco?

Lo tengo hace mucho tiempo, porque justamente detrás de mí está mi familia, pero por sobre todo mi hijo. Ellos me acompañan. Pero, además, son más bomberos ellos que nosotros. Suena la sirena y ya tienen abierta la puerta de la casa. Mi hijo me despide y me tiene la llave de la moto y me dicen «chau» los dos desde la puerta, a la hora que sea. La coordinación no sólo es en el cuartel, sino en el hogar de cada uno.

¿Alguna vez te pidió tu familia que no seas más bombero?

Yo conocí a mi esposa siendo bombero. Quizás no lo dicen, pero interiormente siempre está el miedo por lo que pueda pasar. Están en comunicación con el cuartel para saber qué es el incendio. O muchas veces se acercan hasta el lugar. El sólo hecho de recibir un beso te da fuerzas para seguir.

¿Y las gratificaciones?

Son muy personales, pero no tienen precio. Una palmada en la espalda o un aplauso sobrepasa cualquier estímulo. Ser bombero uno lo lleva en el corazón. De chico yo corría el autobomba, cosa que no hay que hacer. A los siete años ya iba detrás del camión con mi papá. Y veía a mi vecino que era bombero salir corriendo hasta el cuartel. Once años más tarde corrí al cuartel de bomberos con él, porque finalmente fuimos compañeros.


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