Crímenes y castigos

Si uno lee los diarios ve que no es sólo en la Argentina que corre ese fantasma; San Pablo ha pasado varios días de caos gobernada desde una cárcel por grupos de criminales perfectamente organizados. El narcotráfico, que tiene aspectos marcadamente siniestros como el uso de «camellos» que frecuentemente mueren porque se rompe una de las ampollas que llevan, es uno de los principales negocios en todo el mundo; sólo el tráfico de armas (el legal y el ilegal) lo supera, siniestro también. No es entonces sorprendente que el crimen tenga una incidencia enorme sobre nuestra vida cotidiana.

El otro fantasma que nos acecha es el de la corrupción, que es un miembro de la misma familia, aunque pocas veces uno tiende a meter en la misma categoría una coima millonaria, un raterismo de barrio, un secuestro extorsivo, el narcotráfico con excepción de la discutida «tenencia» que atora los tribunales o una pelea sangrienta entre los habitantes de un barrio marginal.

Los acontecimientos de las últimas semanas, a través de la violencia en el fútbol y el bochorno de San Vicente, han puesto de manifiesto una parte de todo este siniestro entrevero, al mostrar que existe una categoría de violentos de alquiler que hoy forman la «barra brava» de un club, mañana servirán para acarrear acólitos a un acto político y que ayer tal vez ayudaron a un capitoste a ganar una elección en su gremio. Uno podría escribir de este modo una novela negra, mostrando las relaciones entre ese dirigente futbolero o jefe de cualquier sector con el intendente y el comisario, el diputado y el contrabandista, que a su vez se sirve del ladronzuelo de barrio para cruzar su mercadería a través de las benevolentes mallas de la aduana… Agréguese a eso al gran empresario o banquero que cultiva sus relaciones con el mundillo de la política para apoderarse malamente de los bienes de la Nación, y se tendrá un retrato de una sociedad enferma, muy enferma. Por desgracia, nadie vacilará en reconocer en esta descripción el entramado social de nuestro país. Pocos son los que tienen algún familiar o amigo que nunca haya sido asaltado o perdido sus ahorros en el 2001 o que nunca haya sido acarreado a un acto político o a una elección por una dádiva pagada por toda la sociedad. Pocos son, también, los que no se dan cuenta de que la subestimación de los ingresos de la economía nacional libera fondos presupuestarios «negros» de los que el gobierno podrá disponer libremente.

Sin embargo, en este entramado se suele distinguir varias clases de categorías. Están los delitos «comunes», muchos de ellos violentos y la mayoría, ignotos. La violencia familiar, de la que se empieza a hablar, desnudando situaciones que desafían la imaginación. Una pelea en un barrio marginal que ocasiona muertos, pero apenas trasciende siquiera a la policía; un robo con un asesinato innecesario; torturas en las comisarías; situaciones de vida en las cárceles de las cuales sólo nos enteramos sin conmovernos mucho cuando se produce un motín; entonces se comenta que la amplia mayoría de los presos son meros encausados y posibles inocentes que viven en condiciones de hacinamiento y violencia insoportables por años que nadie ha de devolverles.

Ni uno solo de los grandes casos de corrupción, en cambio, se ha aclarado ni tiene siquiera sospechosos. ¿O acaso hay alguien que crea que un banquero sospechado de haber ordenado un crimen alevoso para sacarse de encima, digamos, un fotógrafo molesto, irá por ello preso a una cárcel común? ¿O por haber vaciado un banco y robado a miles?

Los funcionarios honestos, que tratan de limpiar los corrales de Augías como la Aduana, son asesinados si molestan demasiado. La Justicia deja prescribir muchos casos: es lo más cómodo y seguro. Porque miren lo que le pasó al fiscal que quiso investigar en serio el caso de la mafia del oro…

También hay algunos torturadores presos, aunque claro son presos VIP que no comparten el hacinamiento, la permanente agresión, ni la violación de todos sus derechos, como sucede en las cárceles comunes; muchos son ancianos y gozan de detención domiciliaria, que para ellos parece ser un derecho y no una facultad del juez y nada les sucede si violan las condiciones. Hace un tiempo, numerosos presos comunes mayores de 70 años pidieron a la Justicia el mismo privilegio, pero nunca se supo siquiera de que recibieran una respuesta.

Pero casi todos los delincuentes están sueltos. Porque la policía no logra dete

nerlos, porque mira hacia otro lado porque las víctimas no se atreven a denunciarlos. Esto es particularmente cierto en los casos de violencia familiar y en los crímenes que ocurren en el interior de las villas de emergencia o porque pueden pagar a abogados habilidosos y permanecen prófugos, aunque si la policía quisiera, los encontraría en dos días. Todos recordamos el caso de un célebre banquero que fundió varios bancos y está ahora en condiciones de fundir algunos más.

Las víctimas de los secuestros extorsivos, por supuesto, son gente de plata; de otro modo, no valdría la pena. Por eso, este tipo de delitos llena los medios con todos los detalles; cuanto más sangrientos, mejor.

Nos sentimos amenazados. Todos. Pero, ¿qué hacemos ante la amenaza? Pedimos castigos más severos aún de tanto en tanto, la de muerte para los consabidos ladrones de gallinas, aun a sabiendas de que existen estudios en todo el mundo que muestran que los delincuentes comunes están «jugados», que no les importa morir y que su vida en la cárcel no es muy diferente de la de afuera. No se trata de dejarlos impunes, pero es necesario tener la inteligencia, los medios y la información suficiente como para saber que penas más severas no harán reflexionar a un adolescente drogado antes de matar a un pibe para robarle su bicicleta.

Imaginemos un instante la vida de ese adolescente drogado: no tiene familia estable ni la tuvo nunca; tal vez ha sido golpeado o violado por un padre bebedor o una madre promiscua; no tiene estudios porque no cuenta con modelos que lo guíen; no tiene trabajo porque nada sabe hacer y porque la economía sólo necesita técnicos; tiene ante sus ojos el falso brillo de una sociedad de faranduleros que sólo vive para exhibir sus cuerpos porque en la cabeza rara vez tienen algo más que afeites, una sociedad que será para siempre inalcanzable, salvo que consiga dar un «golpe» afortunado y hacerse con un rescate importante o no morir como «camello» del tráfico de drogas. Y su única escapatoria es el grupo de pertenencia, de drogados como él, resentidos como él, inactivos como él, violentos como él, sin ninguna esperanza de una vida mejor como él. Y entonces cometen un gran asalto o raptan al hijo de un millonario, si es posible, con la complicidad de algún policía.

Esta descripción no pretende descargar de culpa a ese delincuente; debería pagar su crimen ante la sociedad, pero en condiciones que le muestren que otra vida es posible y que resulta preferible a la que volverá a llevar cuando recupere su libertad, en un plazo más o menos breve, habiendo aprendido, en su prisión, algunos más de los numerosos gajes de su oficio de los colegas más experimentados que él. Cuanto más joven sea cuando entra, mayor será su capacidad de aprendizaje, especialmente si se doblega ante las exigencias sexuales de sus predecesores… Aquello del Art. 18 de nuestra Constitución Nacional que dice «Las cárceles de la Nación serán sanas y limpias, para seguridad y no para castigo de los reos detenidos en ellas…» parece una broma macabra. Muchos guardiacárceles son cómplices de todo esto y trafican con lo que sea, ante los ojos de los responsables de la seguridad.

Esto nos lleva a considerar el aparato judicial, porque no es normal que los juicios demoren lustros en terminar, superen numéricamente la capacidad de los juzgados, dispongan aun de edificios que se derrumban bajo el peso de los expedientes y que a veces un solo juez deba fallar sobre miles de causas. El sistema judicial argentino es un misterio para mí, y ojalá un juez tuviese el tiempo necesario para explicarle a la población los cómos y los porqués de decisiones que resultan incomprensibles. Pero, aunque muy relacionada con el tema de esta nota, ésa es otra historia.

 

 

TOMAS BUCH (Tecnólogo generalista)

Especial para «Río Negro»


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