Cuando arrebatan hijos, también se llevan almas

Para que los seres humanos se dejen despojar (de sus hijos, por ejemplo) es necesario decirles, antes de que ello ocurra, que son nada, que no tienen derecho a nada de lo que poseen, ni siquiera a su propia imagen, a su historia, a su convicción de que son parte de la misma especie que sus expropiadores o arrebatadores (en el caso de las adopciones ilegales con presencia de intermediarias/os). «No se trata de que reconozcan que no son nada para el otro, sino que deben considerarse nada para sí mismos», plantea Silvia Bleichmar, psicoanalista y especialista prestigiosa en la cuestión de la identidad.

«La vieja palabra alemana para la servidumbre, Leibeigenschaft, que alude a la propiedad del cuerpo del siervo por parte del señor, ya que el alma es de Dios, no es sino una mistificación, porque para que el cuerpo sea cedido (o una parte de él, como un hijo) es necesario haber dado previamente el alma. El siervo ha sido convencido de que es Dios mismo quien quiere su servidumbre en el orden natural de las cosas, de modo que se entrega «en cuerpo y alma», agrega Bleichmar sabiendo que ahora las cosas no son menos cruentas que siglos anteriores.

En este sentido, y en la cuestión específica de la adopción, siempre están las intermediarias/os -o «cazapanzas», como les dicen en Neuquén- tentando a futuros padres ansiosos a infringir la ley, a costa del «alma» de las gestantes y de «la identidad» de los hijos adoptados. Sin saber, muchas veces, que ese precio inicial no se terminará de pagar nunca -mal, por supuesto- tanto a quienes asumieron el papel de señor o señora feudal como de quien asumirá el papel de hijo.

 

Horacio Lara

hlara@rionegro.com.ar

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