Cuando el crecimiento se vuelve un problema
El crecimiento económico, la «marca» de la era del gobierno de Néstor Kirchner, se acerca a niveles tales que pide a gritos la intervención del Estado para que la infraestructura del país logre ponerse a tono con el vértigo y no quede atrás, poniendo en riesgo las proyecciones para continuar con el aumento progresivo de la economía.
El dólar alto fue la carta mayor jugada por la administración actual, que rápidamente redundó en una constante reindustrialización del país en muchos rubros que en los 90 llegaban en enormes contenedores desde Brasil o desde países del Lejano Oriente.
Junto con ese proceso, el turismo y la construcción estallaron como los dos rubros centrales en los que se asienta el aumento del PBI, el crecimiento de las tasas de empleo y el alza en los niveles de recaudación tributaria que pueden permitirse algún derrame, como el reciente anuncio de mejoras en los haberes jubilatorios o los aumentos salariales, aunque disten mucho todavía de emparejar con los niveles de inflación registrados desde el 2002.
Sin embargo, el «boom» que tanto favorece las aspiraciones del kirchnerismo de permanecer al menos un período más en el gobierno, no está acompañado por obras básicas y servicios adecuados, lo que hoy por hoy ya asoma como uno de los puntos más críticos que debe abordar a fondo la administración actual.
Desde hace un par de años especialistas, sectores de la construcción y dirigentes de la misma oposición, venían alertando sobre una grave crisis energética por venir.
El gobierno llegó hasta a hacer burla de esos vaticinios que consideraban meras «chicanas» políticas, y aseguró que nada de lo que se pronosticaba iba a ser cierto.
Hasta que la realidad se impuso con toda su contundencia, y comenzaron a aplicarse paliativos: reducción de las exportaciones de gas a Chile, más compras a Bolivia del fluido, aunque a precios más caros, sistemas de premios y castigos en el uso de la energía eléctrica, parches para mejorar la performance de los grandes generadores existentes.
Parece haberse perdido un tiempo de oro para que el gobierno demostrara, desde el vamos, su postura de planificar no sólo para el presente, sino también para el futuro del país.
Como ha venido ocurriendo en los últimos gobiernos democráticos, la política se lleva el 90 por ciento de la energía de los gobernantes, mientras la programación de tareas por parte del Estado queda relegada para tiempos mejores. (DyN, Carmen Coiro)
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