Cuando el invierno se convierte en el peor enemigo

El Plan Calor cubre apenas dos metros de leña de los cinco que necesita una familia para atravesar el invierno en Bariloche. Los más humildes no tienen el dinero necesario para pagar su calefacción. “Río Negro” conversó con familias de los barrios del Alto, escuchó sus protestas y supo de sus miedos ante el frío.

Claudio Andrade candrade@rionegro.com.ar

“Mire, mire esto lo hice yo solita con mi sueldito”, dice la abuela Hortensia Martínez que apunta a un sector nuevo de su casa ubicada en el barrio Islas Malvinas. Su rostro afectado por una parálisis devela orgullo. A medio metro se abre una puerta que da a un galpón pobremente techado donde se apilan los kilos de leña húmeda que le ha traído un flete del Plan Calor. Explica que es más de un metro de leña, que le va a durar el invierno porque ella, precavida, administra con rigor este material. Una vieja cocina de hierro, de aquellas originales que el imaginario colectivo instala en el campo, permanece encendida permanentemente. No es su única fuente de calor. También tiene una cocina a gas y una estufa eléctrica. Pero ella vive sola. La casa de Hortensia ocupa una pequeña fracción de terreno. Ha sido levantada con esfuerzo y con los sobrantes de otras construcciones. No podría catalogársela de confortable pero cuida a su dueña del frío por venir. En los barrios del Alto la palabra invierno implica una ecuación compleja. Las temperaturas bajo cero pueden convertirse en una tortura. Ha quedado demostrado que el Plan Calor resuelve apenas una parte del problema que se extiende por dos meses o más. Esta ayuda municipal establece para las familias beneficiadas un metro cúbico de leña en junio y otro en agosto. Es decir, dos metros para un invierno que, según aseguran en los barrios, requiere de por lo menos cinco metros. El costo en el mercado de un metro de leña oscila entre los 150 y los 200 pesos. De modo que para cubrir el invierno se requieren 1.000 pesos constantes y sonantes. Una cifra fuera de los parámetros de las billeteras más humildes. Para muchos incluso el flete que debe pagarse en el marco del Plan Calor resulta oneroso. “Hay que pagar 30 pesos por el flete y yo no tenía esa plata, así que ya se me pasó el plan, me parece”, dice María, del 2 de Abril. María camina por una calle embarrada, vestida apenas con un buzo, zapatillas y unos pantalones deportivos. No tiene más de 30 años pero se la ve cansada. “Yo busco ramitas por ahí y las voy a echando a la salamandra”, explica. Esa salamandra es todo lo que tiene para calefaccionarse en su hogar. “El problema es que la leña que te dan no es suficiente, eso se sabe, ¿qué se puede hacer? No hay recursos para ayudar a tanta gente, es la realidad”, le dice a “Río Negro” Iris Miñoz, que hasta hace poco estuvo al frente de la Junta Vecinal del barrio Islas Malvinas. Miñoz es una comprometida activista social que debido a cuestiones de salud dejó su cargo. No obstante, ahora está dedicada a coordinar en su propia casa un plan de ayuda provincial para chicos con antecedentes delictivos de distinto orden. “Se necesita mucho más dinero y recursos de los que hay, entonces la gente reclama o se resigna. Todos los inviernos pasa lo mismo, acá venían todos a pedir más ayuda, algunos muy enojados, a las puteadas”, indica. Los barrios del Alto enfrentan a uno de sus enemigos más férreos. La ironía es que mientras en un sector de la sociedad el frío y la nieve son recibidos con los brazos abiertos porque ambos son sinónimo de turismo, de caja chica, de inversiones, de Brasil arriba de un charter, en otro, las precipitaciones caen sobre la piel desnuda, dejando malos recuerdos. Las enfermedades respiratorias, relatan los vecinos, forman parte de la rutina familiar en los barrios humildes. “Usamos la leña para cocinar y a la mañana que es cuando hace mas frío, el resto del día no porque si no, no da y sale su plata la leña para el invierno. A la noche uno se mete a la cama”, cuenta Ariel, quien vive en una casita del Nahuel Hue junto a su esposa Carolina y su pequeña hija de dos años. Hasta los dientes La única solución, aseguran, es andar siempre vestidos con bastante ropa. Campera, buzo, remera, gorro, hasta guantes. Así en la casa como en la calle, reza su oración invernal. “Acá no hay algo fijo, todo es así no más, hace falta trabajo, todo el mundo sabe que hacen falta las herramientas, martillo, clavos, pero ni eso hay, la gente quiere moverse acá pero ¿quién va a moverse si no hay una moneda?”, reflexiona con honestidad brutal Andrés, un joven de 25 años que participa de un plan social. Sus frases sintetizan un panorama funesto. La realidad del Alto es capaz de sobrepasar las intenciones de cualquier sistema. Pero haciendo a un lado, si se puede o debe, el desempleo crónico que afecta a los barrios humildes, el frío no deja espacio para la duda. Quien no tenga en el bolsillo 1.000 pesos para pagar los cinco metros de leña pasará un invierno difícil.


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