Cuando la violencia contra los homosexuales llega incluso hasta el asesinato

El especialista canadiense Douglas Janoff habló de los casos que sigue desde 1990.

El chico no parece estar tan «alegre», como dicta el diccionario. Lo han llamado por teléfono, y en el contestador le dejaron el siguiente mensaje: «tu andar de maricón jode al barrio». Lo que al principio fue tomado por él, como una broma, ahora dejó de serlo. A su pa

reja le pintaron en la fachada de la casa, «la vas a pagar por puto». Ambos están pensando en irse de la ciudad. No existen paraísos perdidos, y esto no es novedad. Tampoco ya existe la «conducta inmoral» de Oscar Wilde, sí su literatura.

Exiliarse puede que sea una opción, pero como en los mejores cuentos infantiles, para ambos muchachos, no habrá camino sin obstáculos. Las piedras, las balas, los robos, el despido injustificado, la burla, la demagogia, el cruce de vereda, la «falsa cara de los ángeles», siguen estando en el bosque animado, mediatizado.

La intolerancia nace, crece, acecha. A veces viene disfrazada de burla, de chiste, de condenación, de joda liviana. A pocos segundos de la risa, está la trompada, la censura, el golpe bajo y el insulto contra lo diferente. Intolerancia por lo que el vecino puede ser y uno no, por lo que tiene, por lo que sabe, por cómo se viste, por cómo camina. Y aunque la historia tiene una larga lista de estos intolerantes, las adhesiones no cesan. Al ritmo de «marica tú, marica yo, marica todos», no hay porqué sorprenderse entonces que, en este bosque verde y derecho, afloren eclesiásticos que piensan que hay que tirar gente al mar. ¿Más gente al mar? ¿Más eclesiásticos que quieren tirar gente al mar?

«Sangre rosa»

 

El canadiense Douglas Janoff, es criminólogo y trabaja para el Departamento de Defensa Nacional, del Gobierno de Canadá, en su oficina de Derechos Humanos. Hace poco fue invitado a una conferencia de Científicos Forenses, celebrada en Estambul, donde se dieron cita profesionales de todo el mundo. Allí habló sobre su experiencia en el estudio de las agresiones y asesinatos a gays y lesbianas, y que desembocó en su libro «Pink Blood» (sangre rosa) editado por la Universidad de Toronto.

-¿Qué lo llevó a investigar los asesinatos contra homosexuales a tal punto de dedicarse exclusivamente a ellos?

– Cuando vivía en Vancouver, un día, en un bar, un amigo fue salvajemente maltratado por ser gay. Recuerdo que la policía al llegar al lugar, no quiso hacer nada. Lo primero que dijo fue que «no pensáramos que el ataque había sido por la condición sexual de mi amigo, sino que todo se debía a un simple robo, o por otras razones». A partir de esto, y de otros casos, comencé a interesarme en «cómo definir el ataque contra la homosexualidad, y porqué ante hechos semejantes, siempre aparecían excusas, reportes lejanos, y dispersos sobre algo que era más que evidente: la homofobia.

-¿Y dónde empezó la punta del ovillo?

– En la universidad. Allí estudié criminología, para poder investigar esta cuestión de la violencia contra los gays. Pasé más de diez años investigando alrededor del mundo los ataques a homosexuales. Viajé sin descanso; me interesé por los casos de muchísimos países y luego basé mi maestría en este tema. Desde 1990 hasta la actualidad, relevé casi 500 agresiones entre asaltos y homicidios. Realicé unas 250 entrevistas a víctimas y a sus familiares y amigos.

-¿Considera que existe una mayor violencia en los ataques a homosexuales?

-Un patólogo de Florida, opina que la violencia contra los homosexuales, valga la redundancia, es más violenta. Estudió casi cien cuerpos de gays asesinados. Los analizó y los comparó minuciosamente con otros tantos de heterosexuales. El número de heridas en los cuerpos era más en los gays. Casi todos habían sido asesinados de manera salvaje. Comprobó que luego de darles muerte, aún las vejaciones continuaron, a diferencia de los heterosexuales, que murieron directamente. Fueron tiros a la cabeza, o al corazón. En los homosexuales tuvieron varias formas de morir, casi todas con sufrimientos mayores.

-¿Qué fue lo que más le interesó de estos casos?

-No fue el número de víctimas lo que me atrajo en la investigación, sino en la intensidad con que fueron llevados a cabo los crímenes. El 90 % son hombres, el 3% son lesbianas, y el 7 % son transgenéricos (travestis, transexuales). Más del 60 % de los homicidios suceden en la casa de la víctima, y el resto en los lugares comunes, como bares, discos o en los sitios de «levante».

Los asesinatos que suceden en las casas son a partir de la invitación que la víctima hace para relacionarse sexualmente. Esto deriva en robos y hasta la muerte. Los asesinos son jóvenes en su mayoría.

-¿Cuál cree que sea el motivo por el que los asesinan?

-No hay sólo una explicación. Un 20% de los asesinos tiene entre 14 y 20 años. Una teoría viene de la psicología de desarrollo, que dice que cuando el adolescente crece, cuestiona mucho su sexualidad. Los factores del desarrollo de los adolescentes es un motivo. Otro es la ignorancia que se traduce en homofobia. Son aquellos que fueron educados para reprimir lo diferente, lo que «no es igual a uno, y por ello es malo», los que son criados en la religión acérrima, y que piensan que la homosexualidad es un castigo. Otra teoría es que los asesinos son hombres que fueron abusados de niños o adolescentes por otro hombre. Ellos no pueden hacer una distinción entre el homosexual y el paidofílico.

-Aparece entonces la venganza…

-Exactamente. El mal de nuestra época: vengarnos, sacarnos este odio por lo que pudo ser y no fue; por lo que quise ser y no soy. Ellos matan al homosexual para vengarse. Por ese sentimiento de bronca y de resentimiento, creen que todos son aves de rapiña. He visto muchos casos en los que el asesino ni siquiera conocía a la víctima. Lo buscó y lo persiguió hasta asesinarlo.

Oscar Sarhan

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