«Cuando un artista es sincero, la gente le cree»

Durante el fin de semana Luis Salinas se presenta en la región.

Desde hoy y hasta el domingo, Salinas realizará una gira de tres únicos conciertos en la región. Esta noche se presentará en Neuquén, el sábado lo hará en San Carlos de Bariloche, cerrando al día siguiente en San Martín de los Andes. Será una nueva oportunidad para disfrutar de su estrecha conexión con la guitarra y sus inconmensurables posibilidades expresivas.

Hombre de andar tranquilo y con tiempo, Luis no deja de incursionar sencillamente en cuanto género le mueve las entrañas, los dedos y las ideas; tanto le da un tango con el piano de Lito Vitale, un rock, un viejo blues con BB King, una milonga o piezas del más ejecutado jazz que en sus manos adquieren colores, climas, temperaturas nuevas. Lo mismo pasa de una Fender -a la que tipifica como «un instrumento, por su agresividad, muy bueno para latir el rocanrol y blusear- a la Gibson.

«Hace posible tocar acordes con dulzura, tiene ataque y me permite soltarme más. En realidad, si me das a elegir, prefiero la guitarra española porque me permite mayor expresión todavía, aunque le dé duro, suena dulce. La única historia con la Gibson es que te va doblando de a poquito, cuando te la colgás. Podría hablarte de otras que toco o toqué, pero finalmente creo que el instrumento soy yo. La misma viola en manos de cinco tipos distintos, suena al toque de cada uno, según cada particular sensibilidad. En definitiva yo le saco los sonidos. Eso lo aprendí de pibe cuando aún no había podido tener una y me las rebuscaba con cualquiera que me prestaban. Mi onda era extraerle sonidos aunque estuviera mal», dice en una charla con «Río Negro».

Salinas emplea códigos callejeros para referirse a su origen, su condición de intérprete, a su arte. Pero no por pose. Es así, tal como se muestra. «Yo me crié en Villa Diamante y cuando se viene de ahí, o se es un mal parido resentido o un agradecido… Y yo soy agradecido. La música, como esta conversación, puede ser mentirosa o sincera, pero tiene que ser diálogo. Vos no podés pensar lo que vas a decir mientras yo hablo. Cuando toco no pienso, dejo que la cosa fluya y allí se produce la mezcla. Eso lo aprendí cuando empecé a tocar en un boliche (El Papagayo) donde conocí a Egle Martin. Allí los músicos negros -brasileños y uruguayos- me enseñaron mucho, tienen una cultura comunitaria. Acá en Buenos Aires, se toca como se vive, cada cual hace la suya, se ve en la calle, en cualquier parte. Algo comunitario se logra cuando se es amigo, naturalmente amigo como sucede con los uruguayos o los cubanos. Una noche estaba tocando al palo y el batero, un brasileño, me dijo: «Pibe, estás tocando solo». Y era verdad, de ahí la importancia del diálogo que te comentaba».

Entender para crecer

«Entendí también que uno es una planta y está para crecer, para que nada quede como estaba. Así empecé a trabajar mucho, escuchando… Aprendí tocando con otra gente; y además está el público, el verdadero soberano. Por más que uno se crea un capo, aunque sepa mil acordes, sino le gusta a la gente algo no camina. Cuando un músico dice «la gente es sorda», reacciono mal. Puede no saber de armonía, de arreglos, pero sabe cuando un artista es sincero y le cree. Acá hay músicos que miran de arriba como diciendo «no estás en mi nivel». Yo tuve la suerte de ir a Nueva York y las cosas no son así, los monos se divierten, como debe ser. Aunque haya dos personas, si nos gusta tocar, toquemos», explica.

Como pocos, el año pasado se dio el gusto de hacer dos Cervantes, un Coliseo y un Gran Rex a sala llena. De acuerdo a la nomenclatura en boga entre sus fieles seguidores, Luis es un músico de culto. Cada recital suyo es un definido punto de encuentro para una enorme barra que no se pierde uno, visita sus numerosas páginas en Internet, lleva la cronología de cada descubrimiento, memoriza los sentimientos que les despierta.

También lo definen como único e incomparable. No hay con qué darle, afirman sin vueltas. «Intento ser el mejor Salinas que puedo y busco constantemente desarrollarme, hueco que tengo lo aprovecho para estudiar, para escuchar guitarristas que me influyen. Si uno se desarrolla oyendo y oyendo mucho, lo que tocás parece sencillo. Si las manos van más rápido que los pensamientos, la cosa se desequilibra, tocás notas nada más, y eso no es música», dice.

Sus fans también cuentan que cuando se copa, son increíbles los sonidos que extrae de las guitarras. «La inspiración ocurre cuando perdiste el manejo y la música te lleva. Si la manejás, puede impresionar y se nota. Estás inspirado cuando te fuiste, te volaste. Los quías que se dejan transportar por los sonidos, marcan la diferencia. Los que tienen el ego más grande que la libertad interior, no emocionan, especulan, chantean y en el fondo, lo saben. Un músico debe crear, cambiar, improvisar, frasear de modos nuevos, poner un toque de creatividad. No se necesitan muchas notas, lo importante es ubicarlas en el lugar justo, entonces tocás las fibras más íntimas. Ahora, si no me emociono, es poco probable que emocione al público. Trato de ser lo más simple y transparente posible. Con más o menos notas, a la gente hay que decirle la verdad. Y yo si no siento, no transmito. Mi música tiene que ser fluida y sincera para emocionarme y emocionar», cuenta.

Nacido en Monte Grande y criado en Lanús, Salinas ha recibido elogios de George Benson, Chick Corea, Scott Henderson, Badem Powell, King, Hermeto Pascoal, y ha compartido escenarios con Alfredo Ábalos, Horacio Salgán, Lito Vitale, Lucho González y Tomatito, entre otros.

Además de transitar sin ataduras por distintos estilos, este improvisador nato con una enorme y original capacidad interpretativa, ha compuesto la mayoría de los temas que toca en sus conciertos. «Todos tenemos una condición natural para algo. No es lo que te gusta, sino lo que podés hacer. Es resto es laburo todos los días».

Eduardo Rouillet


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