Cuando un Hilton en la Luna ya no sea un sueño

El turismo galáctico está cada vez más cerca.

«No pasa un día sin que alguien me pregunte en tono jovial que cuándo se inaugurará el Lunar Hilton. Bromean, por supuesto. Pero yo no lo considero una broma en absoluto». Esta cita es de Barron Hilton, de la conocida cadena de hoteles, y forma parte de uno de los discursos más recordados en el mundillo del turismo espacial, pronunciado en 1967.

En plena carrera espacial, el empresario describe con emoción contagiosa un hotel de 100 habitaciones enterradas bajo la superficie de la Luna: «No tendremos ninguna de esas celdillas de la ciencia ficción; las habitaciones serán grandes, con alfombras, tapices y plantas; la luz artificial imitará la del sol (…). Nuestros huéspedes no comerán vitaminas o píldoras, sino más o menos como en casa (…). Y si creen que no tendremos un salón de cóctel, es que no conocen los Hilton o a los viajeros. Pasen, por favor, al Salón Galaxia y disfruten de su Martini contemplando las estrellas. Aunque estemos bajo la superficie, unas ventanas especiales muestran vistas del espacio exterior y de la Tierra».

Ultimamente, estas palabras resuenan con más intensidad que nunca. ¿Se convertirá Hilton en un visionario? El turismo espacial está saliendo de la utopía para convertirse en un sector económico en toda regla. No se trata sólo de que multimillonarios en pos de aventuras exóticas paguen 20 millones de dólares para visitar la Estación Espacial In

ternacional, como hizo el estadounidense Dennis Tito en 2001 o el sudafricano Mark Shuttleworth al año siguiente. Aquí la cuestión es el turismo de casi masas.

La misma empresa que gestionó los vuelos de Tito y Shuttleworth acepta ya pagos en depósito para cuando estén disponibles los vuelos comerciales al espacio.

¿Cuándo será eso? Puede que dentro de sólo tres años, si se hacen realidad los planes anunciados en septiembre por el también multimillonario Richard Branson, que acaba de crear la compañía Virgin Galactic. Es decir, dentro de poco, cualquiera que pague el billete podrá contemplar la Tierra desde fuera de la atmósfera, sentir la ingravidez y convertirse en astronauta –para la NASA, técnicamente lo es quien ha superado los 80,4 kilómetros de altura–.

Y como, según Branson, la competencia no tardará en llegar, los que mantengan a raya la impaciencia y esperen unos años se beneficiarán de una segura bajada de precios. No hay duda: el sector bulle.

La organización recién creada Iniciativa de Turismo Espacial celebrará este mismo año la primera cumbre internacional para profesionales del ramo y otra para potenciales clientes, o sea, público en general.

El culpable de esta efervescencia es SpaceShipOne, el avión suborbital que ganó el Premio X Ansari el pasado 4 de octubre. El galardón le acredita como el primer vehículo privado capaz de subir tres pasajeros o su peso equivalente a una altura de 100 kilómetros, la frontera oficial del espacio, y de hacerlo dos veces en dos semanas. Los fans espaciales no se cansan de felicitar al equipo ganador y de repetir la idea de que por fin es posible subir al espacio de forma segura y a un coste muy inferior al de las agencias espaciales gubernamentales, lo que abre la puerta a los vuelos turísticos. Su tono es el de quien, tras enfrentarse durante décadas al escepticismo general, por fin grita triunfante al mundo: «¡Veis cómo sí se puede!». «Hace dos años, la gente s sonreía ante la idea de que se extendiera el turismo espacial en un futuro próximo. Pero ahora creemos que empezará en 2007», ha declarado a France Presse Eric Anderson, presidente de la compañía Space Adventures.

El Premio X Ansari, fundado en 1996 por empresarios estadounidenses y dotado con 10 millones de dólares, está inspirado en los «cientos de premios que entre 1905 y 1935 sirvieron de estímulo para crear diseños de aviones muy distintos», explica el creador del concurso, Peter H. Diamandis. Este ingeniero recuerda especialmente el premio de 25.000 dólares que ganó Charles Lindbergh en 1927 por el primer vuelo París-Nueva York. Se trataba entonces de impulsar la aviación comercial, y ahora viene a ser lo mismo, sólo que volando un poco más alto. «El espacio ofrece libertad. Aventura. Puede salvar la Tierra. Ofrece esperanza. Es un desafío a uno mismo. ¡Pero tú no puedes ir!», reza el lema del Premio X. «Y no porque la tecnología no exista. Existe, pero todo el mundo sabe que los vuelos espaciales son sólo para los Gobiernos», explican con ironía. Entre los implicados en el turismo espacial es constante la crítica a las agencias espaciales estatales, sobre todo la NASA, por no haber puesto el espacio al alcance de todos.

Una de las aportaciones del premio, dice Diamandis, es haber concentrado el esfuerzo en los vuelos suborbitales, de menor complejidad técnica y más tolerables por los pasajeros que los orbitales, para los que hay que subir como mínimo a 160 kilómetros de altura. En los vuelos suborbitales se cuadruplica o quintuplica la velocidad del sonido, mientras que para llegar a orbitar la Tierra hay que alcanzar una velocidad 25 veces la del sonido. Además, un avión suborbital no necesita un recubrimiento térmico especial, porque no se calienta tanto por la fricción con la atmósfera al bajar. Y aunque la nave no entra en órbita, sí llega lo bastante arriba como para que sus tripulantes noten la ingravidez durante unos minutos.

 

 

Mónica Salomone

(El País Internacional)

Nota asociada: El SpaceShipOne, tan convencional como impresionante  

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