Cuatro cantan las cuarenta en Neuquén

La sala Saraco cobija cuatro formas de dibujar la vida. Dolor, amor, injusticias y alegrías.

«Los cuatro elementos» es el nombre de la exposición plástica de igual número de artistas. Representan cuatro modos de dibujar la vida, si cabe la expresión. Dibujarla que no es copiar- la, aunque cuando alguien ve la vida así retratada, siente la injusticia, cierto grado de tristeza y una buena porción de algarabía como ante la vida misma.

El fin de semana, la sala Saraco fue un manojo de juventud. Ver un centenar de chicas y chicos, acompañando a sus maestros fue de por sí una alegría .

¿Quienes exponían? Eduardo Carnero, «el Miche» Michelotti, «Pachu» García y Mario Martínez. Son o fueron docentes en la escuela de Bellas Artes. Además la expo se realiza en homenaje y sustento a los 40 años de creación de esa escuela, que «coincidentemente» lleva 40 años sin edificio propio, deambulando por la ciudad. Dicen los artistas que es una forma de «cantar las cuarenta». O sea denunciar.

Se explica pues, ese ronroneo, bisbiseo de los alumnos que coincidieron en mirar y comentar los cuadros. Eran como palomas sobre las migas.

El fenómeno mueve a la reflexión. Qué país zonzo construimos. Aquello que debiera ser regla general dentro de la cultura, en este caso exposiciones (teatro, música), se trasforma como el viernes 21, en una excepción. No es común, mucho menos habitual ver a adolescentes y jóvenes, aprendiendo con la realidad, saliendo del aula. ¿Razones? O porque no se pueden perder clases. O porque no tienen dinero para pagarse la entrada. O por falta de iniciativa. O por desidia para incentivarlos. O por… Justificaciones sobran.

Los atravesamientos

La muestra de los cuatro es movilizadora de «presentes» y «pasados». Ninguno del cuarteto es bebé de pecho. En mayor-menor medida, la vida les ha producido un atravesamiento notorio entre lo que quisieron hacer y no los dejaron, o bien pudieron y no hicieron o finalmente lo lograron. La vida les pasó por dentro, marcó sus huellas que ahora sacan a relucir en sus obras, con costrones, zurcidas, moretones y una inefable seguridad: de estar existiendo con la embriaguez de beberse lo mejor, regurgitar los dolores, renacer de cada agonía, pero siempre, siempre estar mirando. Ojo alerta y corazón caliente a pesar de los machucones.

Hay fuertes críticas al sistema, alaridos que parten el alma cuando se ven desde el retrato, las ollas sin fondo, porque todo fue a parar al otro fondo, monetario internacional. Esos huesudos huecos y bellos seres, dibujados con un oficio cada vez más depurado de «Edu» Carnero. Las cuatro formas diferentes de dibujar una boca, sus preciosas figuras sepia, de Michelotti (capo en escultura y dibujante de raza). Un «Pachu» García inquieto, jugado y original, hombre tal vez no tan conocido como los anteriores -a la sazón discípulo de los nombrados-, con una carga interesante de realidad bien expresada, de «ayeres» contundentes. En la pluma o la punta de Mario Martínez, de una en vez, aparecen por ahí sorpresas en su modo de expresarse, síntesis en la figura humana, que ¡oh! llaman a señalarla y comentarla y destacarla.

¡Qué buen juego gratuitamente permitido es jugar a que los cuadros nos atrapen! Es parte de una travesura casi inconfesable como un mal pensamiento, esa costumbre de llegar a una exposición y pasearse frente a ellos, en actitud altanera (pobres, y ellos, los cuadros, sin darse cuenta). Ir pasando y decirles ¡a ver si me enlazan! O no decirles nada y dejarse pasear hasta que alguno nos detenga y nos corte el aliento o nos abra los ojos. En ese momento dejamos de ser nosotros para ser él: o sea un cuadro.

Ingresamos, lo recorremos, sufrimos, sorbemos en un juego amoroso de plenitud e incertidumbre, de pasión efímera y eterna. No recordaremos sus nombres (el de los cuadros), pero sí el hueco de una mano, la torcedura de la boca de un corrupto, el ensimismamiento de una beldad inexpugnable, la languidez de los pubis poco angelicales y el fondo de una cocción inexistente en la olla de aquellos desocupados que fueron y de otros que vendrán.

Beatriz Sciutto


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