Cuba: poco y nada pasó en el congreso comunista
EMILIO J. CÁRDENAS (*)
La mejor descripción de lo sucedido en el largamente demorado VI Congreso del Partido Comunista de Cuba la hizo, curiosamente, una cubana: me refiero a la indomable y excelente “bloguera” Yoani Sánchez cuando, reflexionando acerca de sus resultados, sostuvo que los representantes del partido único, reunidos en asamblea, “no lograron atravesar los límites de su inmovilismo, la línea roja del miedo”. Y efectivamente fue así. Todo comenzó y culminó –en una Cuba que bajo Raúl Castro está cada vez más en manos de los militares, los únicos en los que el nuevo líder confía– con el clásico y amenazador desfile militar y el rugir de los vetustos Migs, de fabricación soviética, surcando el cielo caribeño. Pero ocurre que, como también apuntara Yoani Sánchez, el “mensaje militar” estaba dirigido no al exterior sino al propio pueblo de Cuba, para que no olvide que el gobierno “todavía ostenta la pistola al cinto y no va a permitir el creciente coro de los inconformes”. Así de claro. ¿Qué pasó en el Congreso que no se reunía desde hacía 14 años? Poco y nada. Fundamentalmente, rituales litúrgicos propios de la religión comunista. Raúl Castro asumió formalmente el poder, de la mano de su esposa vestidita de blanco y eufórica, agitando banderitas. Junto a él –visiblemente debilitado– estaba el eterno Fidel, legitimando con su presencia, a los 84 años, con dificultades serias para caminar y sin pronunciar palabra alguna, la transferencia de poder que se realizaba a un “nuevo líder”, de 79 años: su hermano Raúl que, abierto y generoso, al ser proclamado primer secretario del Comité Central del Partido Comunista Cubano prometió solemnemente a su pueblo no quedarse encaramado en el poder más allá del 2018. Esto es, más allá de cuando tenga 86 años. Una auténtica oligarquía, conformada casi exclusivamente por “gerontes”, se negó a dar un paso al costado. A dejar pasar a la juventud. Tanto es así, que designó como vicepresidente a un no-Castro por primera vez y ése es, apenas, el “milagro” del Congreso: a José Ramón Machado, de 80 años. Cuando venza su mandato Machado tendrá 87 años. De no creer. Para poder controlar mejor las cosas, el partido “decidió” asimismo reducir el número de miembros del “Buró Político” del Comité Central de veinticuatro a sólo quince, donde prevalece ampliamente la “guardia vieja” (la generación histórica de la “revolución”) ahora acompañada por los infaltables militares. Seis de los quince miembros del Buró son ahora generales. Hay una sola mujer. Y un “juvenil” promedio de edad de 67 años. Increíble. Pero entre ellos hay que comenzar a mirar al economista Marino Murillo, de 50 años –un “pibe” entonces–, que tendrá a su cargo la “reestructuración económica” dispuesta para salvar al comunismo de sus propios errores, sin admitirlos. El discurso oficial sostiene que la culpa del fracaso de medio siglo de comunismo es de la “burocracia”, que no supo interpretar las preclaras órdenes de Fidel que, de haberse cumplido, habrían llevado al pueblo de Cuba al éxito hasta hoy extraviado. Esa misma “burocracia” recibió también la dura (e injusta) acusación de no haber sabido preparar el “recambio de dirigentes”, razón por la cual la generación histórica, pese a su disposición, “no pudo ser reemplazada”. Por aquello de “después de mí, el diluvio”, ahora los hermanos Castro admiten que la alternancia en el poder es buena y dispusieron limitar los mandatos de los más altos funcionarios públicos a diez años. Para mañana, naturalmente. Comparando esto con el medio siglo de control de todos los resortes del poder por parte de los Castro, parece un avance. Sobre todo porque por la zona se oyen los alaridos de Hugo Chávez, que sostiene que necesita la eternidad para poder concretar su también extraviada “revolución”. Para él no hay, por ahora, propuestas de límites temporales. El nuevo plan económico supone cortar –comenzando ya mismo– un millón de empleos públicos. Además, descentralizar un agro donde todo pertenece al Estado y que en medio siglo ha sido notoriamente incapaz de dar de comer a su pueblo y permitir la compraventa de las casas y el acceso al crédito, aunque restringido en montos y plazos. Cerca del 90% de los cubanos es dueño de su casa, por las que no pagan impuestos de ningún tipo, lo que ahora cambiará. Hasta hoy sólo podían permutarlas, lo que alimentaba la corrupción y la inmoralidad. Ahora las podrán vender. Podrán además comprar y vender autos, sobre todo los llamados “almendrones”, o sea, los autos norteamericanos de la década de los 50, que todavía circulan pero con anticuados motores soviéticos. Pero nada será demasiado fácil, si recordamos que el salario promedio de los cubanos es de apenas 20 dólares al mes. Poco y nada. Mi amigo, el ex embajador de Cuba ante la ONU Alcibíades Hidalgo, que por años fue el secretario personal de Raúl Castro y que ahora está exiliado –y feliz– en Miami, preguntado que fuera acerca de si estamos en presencia de una “transición real”, contestó: “Pienso que no. Creo que el congreso ha significado la consolidación de una cúpula cada vez más pequeña, cada vez más militar, cada vez más alejada del conjunto del país. Se ha impuesto la desconfianza de los militares sobre los intelectuales”. La mejor síntesis de lo ocurrido. Y pocos conocen mejor a Raúl Castro que Alcibíades. (*) Ex embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas
Comentarios