Cuento: “Utilidad de los laberintos”

No quiero decir su nombre, no puedo. Pero sí contar que nos reunió una noche con la promesa de una gran revelación. Tiene que ver con Borges, esto no lo sabe nadie, adelantó por teléfono. Lo esperamos un buen rato, supongo que un tiempo calculado por él a la medida de nuestras expectativas. Llegó con la solemne actitud de siempre. La habitual en ese gris y confundible sujeto que tenía como meta de vida pasar desapercibido. Saludó, tomó asiento, sacó unas hojas, y antes de leer lo que traía nos miró fijamente como queriendo asegurarse de haber cautivado nuestra atención. –Lo que Borges no imaginaba al reinventar la ficción es que años más tarde se iba a inventar Internet, y con ella las páginas de búsqueda. Ahora podemos estar seguros de que la literatura volverá a sus cauces normales, o de otro modo, de que el permiso para mentir llegó a su fin. Ya no hará falta que nadie se esfuerce por imitarlo o se acompleje por no poder hacerlo. Algo importante quedó al descubierto hace poco gracias a las gestiones del señor Google y a la colaboración de ciertas personas cercanas a su entorno. Después de la introducción y sin que ningún gesto de nuestra parte lo hubiese perturbado, nuestro confidente acomodó de nuevo las hojas sobre sus pantalones, reiteró su actitud dubitativa, y continuó. –En uno de sus textos, Kafka y sus precursores, incluido en el libro Otras inquisiciones, se encierra lo que podríamos llamar su golpe maestro. Este ensayo de Borges propone rastrear las influencias de Kafka y limita el análisis a cuatro nombres, tres conocidos y uno no tanto, ya comprenderán por qué. Los ordena cronológicamente. Primero Zenón y su paradoja contra el movimiento; le sigue un apólogo de Han Yu, prosista del siglo IX, del cual no da el nombre pero lo menciona como integrante de una antología de la literatura china editada en 1948, al cuidado de un tal Margouliès. El tercero, un poco más actual, previsible en palabras de Borges, es Kierkegaard. Éste, al igual que Kafka, abunda en parábolas religiosas de tema contemporáneo y burgués. El cuarto es Browning, Robert Browning. Un poeta inglés nacido en el siglo XIX al que supuestamente Chesterton le dedica una biografía en 1903. Retengo en la memoria la imagen de nuestro colega, cruzándose y descruzándose de piernas, haciendo una pausa llena de gloria antes de seguir con su primicia. Yo había leído ese texto de Borges y lo único que recordaba de él era la tesis enunciada sobre el final, en la cual sugería que el escritor creaba a sus precursores. –Ante la referencia borgeana, las capillas literarias argentinas de la década del cincuenta se desesperaron por hallar algo de este Browning, en especial su poema “Fears and scruples”, mencionado en la citada obra. Lo peor es que consiguieron algo, pero a medias, porque lo único que pudieron encontrar, en una librería de Buenos Aires, fue un tímido ejemplar de un libro titulado Soliloquy of the English Cloister. Autor: Robert Browning. Y aunque ese librito no contenía el poema “Fears and scruples” y Borges sabía perfectamente que ese poema no había sido editado en lengua española), con eso se consideró saldada la cuota de desconfianza y recelo hacia su erudición, y de paso los argentinos tuvimos la oportunidad de conocer a un nuevo poeta, ya que fue traducido de inmediato al castellano por orden expresa de Victoria Ocampo. Ahora bien, alguien, muy malintencionado, se puso a hurgar hace poco en esta historia aprovechándose de las facilidades que ofrece la tecnología. Esa persona también llevó a cabo entrevistas a editores e incluso pudo cruzar unas palabras con escritores que supieron disfrutar de las picardías y trasgresiones de las vanguardias. Lo que obtuvo como revelación fue lo siguiente: en España, y con la complicidad de un editor mallorquí con quien compartía la afición por el ultraísmo, Borges, orientado por el paradigma de su Pierre Menard, escribió y editó ese libro, Soliloquy of the English Cloister, en una tirada muy modesta y usando el heterónimo de Robert Browning. Tal vez contaba con que nadie en el mundo de habla hispana lo conociera y eso le permitía bromear un poco y tensar los límites entre lo real y lo inventado, como a él le gustaba. Cuando llegó a Buenos Aires en 1921 todavía le quedaban algunos ejemplares que quiso distribuir en algunas librerías de la calle Corrientes para que pasaran definitivamente al olvido. También está documentado que para llevar a cabo este escondite de pruebas contó con la ayuda de un gran amigo suyo, nada menos que Manuel Mujica Lainez, quien se prestó entusiasmado para secundarlo. Todo esto fue pocos meses después de que Borges le prologara la novela Los ídolos. Esos libritos naufragaron en los estantes de las viejas librerías del centro porteño, pero años después Borges se acordó de ellos. Justo en el momento en que estaba escribiendo Kafka y sus precursores. Cuando Otras inquisiciones se editó, la única obra de Browning que existía en las librerías argentinas, al alcance de los fatigados lectores borgesianos, no era otra que Soliloquy of the English Cloister; traducida al español y escrita por el mismísimo Borges. Cada uno sacará sus conclusiones, pero mientras yo no haga pública esta información –nos miró por encima del marco de sus anteojos– algo de nuestro inolvidable Borges seguirá oculto detrás de ese olvidado poeta inglés. Hasta aquí su relato. Juntó escrupulosamente sus cosas, alegó que lo estaban esperando en otra parte y se escapó sin darnos chances de hacer ninguna pregunta. No sé si estaba en nuestros deseos hacérsela. Él es periodista. Optó por la forma más estrepitosa de conjurar la sobriedad y el perfil bajo usando aquella información en un trasgresor ensayo que le permitió conseguir renombre en su medio. A raíz de sus averiguaciones, la anécdota de Borges se convirtió en una historia conocida por todos, y los versos de Soliloquy of the English Cloister pasaron a formar parte de las últimas ediciones de su antología poética. La condición de sublime burlador de lectores no hizo otra cosa que alimentar el mito: la obra de Borges sigue escribiéndose a medida que es leída. Debo decir ahora que hay un aspecto de esta investigación que todavía permanece velado. Esta persona, a la que todavía no voy a nombrar en público, me llamó días después de la reunión para confesarme lo que tenía planeado hacer. Necesitaba un testigo, un punto de fuga de la información. No buscaba el crimen perfecto, todo lo contrario. Tal como supuestamente lo había hecho Borges, ayudado por un editor amigo, publicó en absoluto secreto un libro con sus propios poemas y lo tituló Soliloquy of the English Cloister. Adulteró la fecha de edición, inventó un número de seriación internacional e imprimió en la tapa el nombre de Robert Browning. Fueron pocos ejemplares así que lograr imitar un proceso de envejecimiento de esos libros no fue una tarea imposible. En definitiva, los textos de nuestro colega, hasta que yo no termine de escribir esto, serán leídos como si fuesen obra de Borges. Veré qué hacer. Quizás lo deje gozar del solitario placer de ser él por un tiempo más. Creo que se lo merece.

Perfil

Pablo Yoirirs: Escritor y docente radicado en la Patagonia. Su novela “Los Buscamuertes” (La Letra Eme, 2014) fue finalista del premio BAN! y Películas de Novela 2014. En el año 2012, obtuvo el segundo premio Planeta Digital por el cuento “Lamm” (Booket). Ganador del IV Concurso de Novela de Crímenes Medellín Negro 2015 con su novela “Resnik” (Planeta Colombia). Ganador del Premio Córdoba Mata 2015 con su novela “Usted está aquí” (Editorial Raíz de Dos).


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