Cuestión de liderazgo
En un intento de explicar a los desconcertados empresarios chilenos los motivos de la hecatombe argentina, durante su última visita a Chile Sobisch sostuvo que el problema actual del país es la ausencia de liderazgo. «Está faltando un líder. No hay un Menem, que impuso su sello; un Alfonsín, que le imprimió una línea a lo que se proponía», explicó el gobernador.
Por desgracia, aunque las expresiones hablan a las claras del pensamiento del gobernador, poco es lo que aclaran sobre lo que ocurre en el país, a no ser que se las interprete en el sentido opuesto. Después de todo, la crisis actual del país es atribuible en buena parte a la discrecionalidad de sus «líderes» en relación con el débil control que han ejercido las instituciones y a la escasa conciencia exhibida por los ciudadanos para poner límites a esos avances autoritarios.
Esto ha sido así particularmente en el caso de Carlos Menem, quien presentó como una virtud su inagotable capacidad para violar normas y sin embargo fue respaldado ampliamente por la ciudadanía, que lo reeligió cuando ya era evidente su contumacia. A su lado Alfonsín, con todo lo que contribuyó a la crisis actual, por su impotencia frente a los militares golpistas y los grupos económicos, y por su asociación con el riojano en el Pacto de Olivos, fue sólo un aprendiz.
Pero no cabe duda de que el gobernador piensa como lo expresó en Santiago de Chile. Fue admirador de Alfonsín cuando al radical le iba bien y luego de Menem. Pero la figura con la que sin duda ha terminado por identificarse es la de este último, con quien en resumidas cuentas parece coincidir hoy día respecto de la fórmula para salir del desastre.
Con modelos semejantes, no es de extrañar que el gobernador quiera solucionar algunas cosas conforme a sus necesidades políticas y no con arreglo a lo que señalan las instituciones y recomienda el equilibrio de poderes.
Tal el caso de la caprichosa designación de Angel Molia en el Tribunal de Cuentas, concretada contra la opinión del arco opositor, que lo rechaza por tratarse de un funcionario observado por el cuerpo que ahora integrará y por su proximidad con el oficialismo.
En el caso de Molia, como con la anterior designación del actual fiscal de Estado, Raúl Gaitán, concretada también con el concurso de diputados del PJ, salta a la vista la concepción de que los organismos de control son para la gente de confianza del Ejecutivo y no para ciudadanos independientes, capaces de poner por delante los intereses del conjunto.
Cuando en el mundo y en la Argentina ya no se discute la conveniencia de que los organismos de contralor estén en manos de la oposición, en Neuquén se requiere para esos cargos poco menos que la afiliación al MPN.
Otra muestra de esta determinación para avanzar sin escrúpulos y sin rubor en una deriva totalitaria es la postura adoptada por el partido gobernante respecto de los cargos vacantes en el Tribunal Superior de Justicia.
Desde enero pasado, el Ejecutivo ha intentado reemplazar a tres vocales renunciantes con amigos y allegados. Primero propuso una terna encabezada por el ex abogado de Sobisch, Horacio Angiorama. Luego otro lote de notorios emepenistas -Carlos Silva, Hugo Acuña, Carlos Lerner-. Y más tarde hizo punta con un abogado vinculado con la cartera de Hacienda.
Este ostensible intento de avanzar sobre el Poder Judicial mereció el rechazo unánime de los bloques de la oposición: PJ, UCR, PSP, Frente Grande, ARI.
Sin embargo, el acuerdo no ha podido ser rechazado formalmente, porque al igual que con el caso Molia, el oficialismo impide que llegue a la sala de sesiones.
Así han pasado seis meses, motivo por el cual esta semana el presidente del TSJ, Arturo González Taboada, denunció que en las actuales circunstancias el máximo estamento del Poder Judicial «está disminuido». Y recordó al titular de la Cámara la prescripción constitucional que obliga al cuerpo a nombrar vocales interinos tras 60 días de vacancia.
En realidad, el pensamiento de los jueces fue expresado sin vueltas por la Asociación de Magistrados, que reclamó a los restantes poderes del Estado que sean «celosos guardianes» de la independencia de la Justicia.
Si bien es cierto que los candidatos del gobierno no pueden caer sobre las vocalías por gravedad, como se procuró en el caso de Molia, no es de extrañar que una nueva argucia oficial, o un nuevo desliz justicialista, de ésos que tanto han aportado al prestigio de la «clase política», terminen por consagrar en la cumbre de la Justicia a los amigos del gobierno.
Tal eventualidad no puede ser descartada y, aunque no sería para festejar, sin duda contribuiría a afirmar un «liderazgo».
Héctor Mauriño
vasco@rionegro.com.ar
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