Cuestión de peso
La hoguera
«Dicen que el cuerpo humano pierde 21 gramos cuando morimos. El peso de diez céntimos, de un ruiseñor, de una barrita de chocolate… o quizás, del alma humana».
En esa posible teoría que nos eriza de sólo pensarla (¡mi alma podría pesar 21 gramos!), el director mexicano Alejandro González Iñárritu basa su última película.
¿Existe la posibilidad de que pueda medirse eso que desconocemos tanto? ¿Cómo se mide o se tiene fe en una cifra científicamente comprobada mas no tangible? ¿Nacemos con alma, el alma «se hace» o sólo es una palabra que aprendimos a querer?
Lo cierto es que, quien vea «21 gramos» sale herido, repleto de preguntas, conmocionado.
Un accidente -como en su filme anterior, «Amores perros»- es el nexo que une tres historias. Creaciones diferentes, aunque mantiene un cierto estilo. Podría decirse que el director mexicano ya logró un sello de «cine de autor»: cámara en mano, filtros que saturan o granulan la imagen, situaciones complejas, historias no lineales que se suceden en paralelo, un clímax que nunca desciende. Y, una temible conjunción de personajes que buscan a ciegas, porque ya están enterrados, porque ya descendieron a las profundidades.
El debate se instala.
No ganó ningún Oscar. Muchos la criticaron por «demasiado densa», «parecida a la anterior», «pretenciosa».
Los «anti Oscar» podrían hacer de «21 gramos» una película de culto. Todo lo que la gran industria odia… (Personalmente creo que debe verse).
Claro, también está «entretener» y por eso «El señor de los anillos» viene en tres partes y con varias estatuillas bajo el brazo.
Bueno, hay tiempo de pensarlo antes de pagar la entrada o esperar a que llegue en video.
Porque algunos vamos al cine buscando que esas imágenes en la pantalla nos despierten. Esa debería ser la búsqueda en el arte: que nos sacuda, que nos genere inquietudes, que nos emocione hasta las lágrimas (aunque estas nunca salgan).
Son formas, posturas, elecciones.
Quizás las experiencias cercanas a la muerte tengan su sentido. Quizás tenga sentido filmarlas. Sobre todo, porque aunque sea por esos instantes que suceden en la pantalla somos concientes de que estamos vivos. (Nos otorgan la ventaja de valorar lo que tenemos sin tener que necesariamente «vivirlo»).
O quizás, un mundo de fantasía repleto de hobbits y magos sea otra forma de acercarnos más a ese peso, imperceptible, supuestamente humano, al que comúnmente llamamos alma.
La única certeza que palpita es que de un modo y otro, urge hacerlo.
Nuria Docampo Feijóo ndocampo@rionegro.com.ar
La hoguera
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