Cuídense

Por Jorge Gadano

Seguramente, el país más inseguro del mundo es Irak, desde que fue invadido por la coalición anglosajona. Las grandes ciudades de Israel tampoco son recomendables para tomar un café en algún bar o para usar un transporte público. Obviamente, y por más que uno se acostumbra a todo, las guerras provocan en la gente que las padece una constante sensación de inseguridad. Y si bien no hubo guerras mundiales en la segunda mitad del siglo XX, sí las hubo locales o regionales, sin contar las incursiones del país más poderoso del mundo, Estados Unidos, para sofocar movimientos insurgentes independentistas como el vietnamita o las de la URSS contra polacos, húngaros y checos cuando sus países eran satélites del neoimperio ruso, o aun las de la Rusia actual contra los rebeldes chechenos.

Comparado con tanta y tan mortal violencia, el fenómeno de la inseguridad en la Argentina, derivado del incremento de la delincuencia, podría parecer insignificante. Ciertamente, no lo es, y lo es menos aun si se piensa la inseguridad en un sentido más amplio que el estrictamente ceñido a la delincuencia común. Entre tanta gente que se ocupa de la estadística, alguien habrá que lleve la cuenta de los muertos por accidentes de tránsito en calles y rutas o en siniestros laborales, por el monóxido de carbono, el frío en el invierno, la ingestión de comidas en mal estado, la insuficiente ingestión de alimentos (el hambre, para ser claro) o por lo que Menem hizo y no hizo en relación con los atentados contra la AMIA y la embajada de Israel, todo ello para hacernos ver qué peligroso es vivir en estos días.

De unas y otras inseguridades se ocupan los medios cotidianamente. Por ejemplo: el día en que se redactó esta nota, jueves 29 de julio pasado, este diario publicó información sobre atentados en Irak del día anterior que causaron 122 muertos; la condena a un automovilista que mató a una nena; la muerte de ocho personas por el monóxido de carbono; otra nena atropellada en estado de coma; la venta de caramelos «de dudoso origen» y presuntamente dañinos para la salud de los chicos que los consumen.

Otro diario, «La Nación», informó el miércoles sobre -ése fue el título- «el menú de los chicos, rico en grasas dañinas». Se trata de que «los alimentos consumidos habitualmente por chicos y adolescentes y, en algunos casos, hasta los que son promocionados como opciones saludables, contienen una importante proporción de ácidos grasos 'trans', sindicados como los enemigos número uno de la salud cardiovascular». Es tan así, que -dice la nota- «la Organización Mundial de la Salud recomendó a fines de abril pasado eliminarlos por completo de la dieta».

El doctor Marcelo Tavella, investigador del Conicet y director del «Propia», un programa de la Universidad Nacional de La Plata dijo a «La Nación» que «una de las grandes razones que explican el aumento de las enfermedades cardiovasculares a partir de la niñez es la gran disponibilidad de estas grasas en todos los alimentos a mano de la población infanto-juvenil, que consume una dieta cargada de grasas hidrogenadas».

Las grasas de origen animal que se ingieren con los alimentos tienen una relación directa con el aumento del colesterol en la sangre, pero las llamadas «trans» o hidrogenadas son más dañinas, aunque sean de origen vegetal.

Estas grasas nacen de la hidrogenación de aceites vegetales, en un procedimiento que las vuelve sólidas, y son utilizadas por la industria alimentaria para mejorar el sabor de sus productos y prolongar su fecha de vencimiento en las góndolas de los supermercados.

Según el informe, Tavella sospecha de que muchas de las 20 marcas de papas fritas que circulan en el mercado son ricas en grasas hidrogenadas, al igual que los palitos de maíz y de queso.

El diario ilustra la nota con los porcentuales promedio de grasas hidrogenadas en algunos alimentos de gran consumo: el 32% en la margarina, el 15,50% en panes industriales blancos, el 29% en galletitas de agua «light», el 22% en barras de cereal y el 6,50% en galletitas dulces.

Que se sepa, hasta ahora las autoridades de salud no han manifestado mayor preocupación por, al menos, alertar a la población sobre esta clase de alimentos, cuyos componentes de grasas hidrogenadas permanecen ocultos.

Recién en el año 2006, las industrias deberán declarar el contenido de ácidos grasos «trans» en la envoltura de sus productos. Pero, como ha quedado señalado más arriba, la Organización Mundial de la Salud dijo que esos ácidos deberían ser eliminados por completo de la dieta.

Lo que no alcanza a entenderse es por qué tienen que pasar dos años antes de que esos alimentos revelen su secreto, ni tampoco la razón por la cual no se los prohíbe.


Seguramente, el país más inseguro del mundo es Irak, desde que fue invadido por la coalición anglosajona. Las grandes ciudades de Israel tampoco son recomendables para tomar un café en algún bar o para usar un transporte público. Obviamente, y por más que uno se acostumbra a todo, las guerras provocan en la gente que las padece una constante sensación de inseguridad. Y si bien no hubo guerras mundiales en la segunda mitad del siglo XX, sí las hubo locales o regionales, sin contar las incursiones del país más poderoso del mundo, Estados Unidos, para sofocar movimientos insurgentes independentistas como el vietnamita o las de la URSS contra polacos, húngaros y checos cuando sus países eran satélites del neoimperio ruso, o aun las de la Rusia actual contra los rebeldes chechenos.

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