Beatriz Sarlo escribe sobre “Aguafuertes de viajes”, de Roberto Arlt

“Aguafuertes de viajes” compila más de un centenar de textos escritos por Roberto Arlt para el diario “El Mundo” en su recorrido por España y el norte de África, entre 1935 y 1936.

“…la historia del feminismo argentino debería colocar el nombre de Arlt en su cuadro de honor”, sostiene Beatriz Sarlo en su crítica.

Sylvia Saítta ha investigado la historia del periodismo hecho en Buenos Aires en las primeras décadas del siglo XX y ha escrito la biografía de Roberto Arlt, uno de sus protagonistas. Gracias a ese trabajo ininterrumpido, Ediciones Hernández acaba de publicar “Aguafuertes de viaje”, un volumen de 480 páginas que recopila todas las notas escritas por Roberto Arlt en España y el norte de África, entre febrero de 1935 y julio de 1936, que aparecían en el diario El Mundo.

Es una masa impresionante de más de doscientas crónicas. O sea, una docena por mes, tres o cuatro por semana. La compilación, cuya cuidada exhaustividad hay que agradecerle a Saítta, podría llevar el título arltiano: “Señores, esto sí que es que periodismo”.

Arlt tenía 35 años. Recorre España de sur a norte y desde Galicia a los Países Vascos. Cruza a Marruecos. Sale a la pesca cerca de Cádiz y baja a una mina en Asturias. Esto también lo haría hoy cualquier enviado periodístico. Lo que se destaca es su impecable destreza para percibir lo que no figura en la lista de “oficios y costumbres que deben ser trasmitidos a nuestros lectores”. Sin la cultura hispánica e hispanófila de Hemingway, describe de manera exacta las corridas de toros, de las que se vuelve admirador instantáneo; y aprecia las “sevillanas”, baile callejero de niñas y mujeres.

La misma sensibilidad guía las crónicas sobre la condición de la mujer en Tánger y Tetuán. Le repugna el exotismo que disfraza la servidumbre sexual. Después de leer “Noviazgo moro en Marruecos”, “Boda musulmana en Tánger” y “Esclavitud del matrimonio”, la historia del feminismo argentino debería colocar el nombre de Arlt en su cuadro de honor. En cambio, a las mujeres argentinas sería difícil imaginarlas dentro del cuadro que Arlt encuentra en un pueblo vasco: “Entro al frontón de Eibar. Varias chicas de once y doce años juegan a la pelota de mano. Son hijas de obreros, adiestrándose para participar en un torneo regional”. ¿Un torneo femenino de pelota vasca? En Buenos Aires, tales eventos no figuraban en la agenda deportiva femenina y por eso Arlt lo registra, al pasar, para que lo descubra el lector atento.

Arlt no cae en la fascinación pintoresquista, salvo que se crea posible expulsar de un viaje la curiosidad y el asombro. En los pueblos de Andalucía, sale a la calle dispuesto a sorprenderse con la algarabía y no se defrauda. Registra ese bullicio como ámbito sonoro de una cultura que observa por primera vez. También Manuel de Falla, a quien visita, está enloquecido por el ruido en las calles de Granada y le pregunta a Arlt si Marruecos no será más soportable. El bullicio de las calles andaluzas afecta a propios y ajenos.

Las crónicas de Arlt trasmiten lo pintoresco con una prudencia que se convierte en máximo estilo. No hizo de las diferencias culturales una fiesta de disfrazados. Por el contrario, cuando describe con precisión de experto los vestidos y peinetas que llevan las mujeres en las fiestas andaluzas, prevalece la admiración estética. En cambio, su distancia es una condena del obligatorio ocultamiento de las marroquíes tapadas por sus mantos, detrás de sus rejas. En estos temas, es un moderno sin concesiones.

Las crónicas sobre la pobreza y la desocupación son particularmente minuciosas. Sorprende una serie de tres notas con datos sobre propiedad de la tierra, dimensión de las explotaciones agrarias y la conclusión de que a los grandes terratenientes no les interesa la productividad del campo, que solo podría favorecer a los pequeños. Sorprende menos que anote las diferencias en la ropa. Su descripción ayuda a pensar la Argentina tanto como las regiones españolas. Repite que, en España, los obreros siguen “vestidos de obrero”, con blusón y gorra, mientras que en Buenos Aires llevan traje cuando van a sus fiestas o encuentros. En Europa, “el traje es el uniforme de una clase”. La observación no es una nota de color, sino un apunte exacto de las desigualdades que indican conductas y las modelan por largo tiempo.

Así como percibe estas diferencias, Arlt fue capaz, en su primer viaje a España, de observar en contra de sus propios prejuicios. Cuando llega a Galicia, no ve a los gallegos brutos como se los calificaba en Buenos Aires (y también en Madrid), sino a los habitantes de pequeñas ciudades como La Coruña, donde las mujeres se mueven con libertad y todo parece más moderno que en Andalucía (por cierto, más moderno que en la Buenos Aires que evoca Scalabrini Ortiz).

“En La Coruña, las muchachas salen solas con sus amigas y regresan a casa a la una de la madrugada. O van en pareja a los bares o a los bailes. Fuman. Hacerse amigas de ellas es facilísimo. Mientras escribo estas líneas, me acuerdo del asombro con que miraba la gente de los cafés, en Cádiz, a las inglesas que fumaban”. Contra todos los prejuicios, Galicia sale vencedora en estas crónicas.

Arlt no es un coleccionista de antigüedades (aunque tampoco responde al arquetipo del inculto). En La Coruña, la Torre de Hércules le provoca menos interés que las muchachas libres del centro de la ciudad: “Pienso que es reglamentario emocionarse frente a estas ruinas desabridas, pero permanezco indiferente”. Por cierto, los restos clásicos no le interesan porque su cultura tiene la marca del siglo XIX y del XX, que es lo que cita cuando habla de un cuadro o una iglesia. La excepción es el impacto mestizo y morisco de Andalucía, pero esos paisajes ya estaban representados en la pintura que se colgaba en las paredes de Buenos Aires y que también menciona.

Arlt, cronista porteño en España. Seguramente nadie podrá reprocharle esta cita probatoria: “A la tarde me he hecho la mar de célebre entre un grupo de gitanas. Me acerco para tomarles fotografías, pero se niegan si no les pago cinco pesetas. Una vieja con un collar de coral al cuello se me arrima mientras el clan forma círculo en torno mío. La bruja, sacando un anillo de utilería, me lo ofrece en venta. Yo la miro, le doy una palmadita en la espalda y le digo muy atentamente:

–De estos anillos tengo doscientos; te los vendo por un par de duros.

–¿Eres platero?

–No; soy ladrón.

Se dejaron retratar gratis.”

Desde Lucio Mansilla a Roberto Arlt podría trazarse un arco donde se unen el ingenio, la mirada aguda y la precisión. Pero, tanto como santificar a Arlt en el panteón de los clásicos, estas “Aguafuertes de viaje” son el fundamento y, al mismo tiempo, la coronación de un género periodístico moderno. Estas crónicas, exactamente escritas, no autorizan a suponer torpezas de estilo que no cometió. Y obligan a reconocerle un léxico muy vasto, que no sale siempre de las traducciones españolas, como se dijo casi desde sus mismos comienzos. Por el contrario, obligan a revisar, con sensatez y con entusiasmo, toda la obra de uno de los grandes a quienes, a veces, (como él hubiera dicho) solo se quiso perdonarle la vida o exhibirlo como un fenómeno del circo literario. Escribe Arlt: “El concepto de ridículo se me ocurre que es argentino”.

“Aguafuertes

de viajes”

Durante más de un año, entre marzo de 1935 y abril de 1936, Roberto Arlt recorrió España como enviado especial del diario El Mundo. En viaje, envió a la redacción doscientos veinte aguafuertes y decenas de fotografías, que el matutino fue publicando casi cotidianamente. Sylvia Saítta compila por primera vez en este libro los textos completos del viaje, desde los preparativos de la partida, hasta las crónicas sobre los inicios de la Guerra Civil que escribió a su regreso.

“Las crónicas de Arlt trasmiten lo pintoresco con una prudencia que se convierte en máximo estilo. No hizo de las diferencias culturales una fiesta de disfrazados”,

remarca Beatriz Sarlo.

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“…la historia del feminismo argentino debería colocar el nombre de Arlt en su cuadro de honor”, sostiene Beatriz Sarlo en su crítica.
“Las crónicas de Arlt trasmiten lo pintoresco con una prudencia que se convierte en máximo estilo. No hizo de las diferencias culturales una fiesta de disfrazados”,
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