Latinoamérica sin mapa: el viaje de Paula y Fonso

Paula Calvet, diseñadora de interiores cipoleña, e Ildefonso “Fonso” Galibert, profe de música porteño, compartían una cómoda vida laboral y material en la ciudad de Buenos Aires. Pero un vacío existencial los atravesaba. Un día resolvieron que no era esa la vida que querían. No sabían cuál, pero esa seguro que no. Y decidieron deshacerse de todo y viajar. “Sólo nosotros y nuestras mochilas”, dirá Fonso.

Pero lo que iba a ser una travesía latinoamericana de un puñado de meses se estiró a tres años de experiencias y una forma diferente de pensar la vida. Y de vivirla. De regreso a la Argentina, el viaje es la propia vida. Una vida sin mapas, por tierra y con música. Aquí, la historia.

¿En qué momento dijeron hagámoslo?

Paula– Siempre tuvimos esa idea, bastante utópica, de decir agarro la mochila y decir me voy sin tiempo, sin plan.

Fonso– Fue un proceso individual, que después compartimos.

Paula– En el fondo creo que los dos teníamos ganas. Y de un día para el otro, lo resolvimos. Fue un domingo de agosto. Caminando dijimos “bueno qué hacemos”. Estamos disfrutando un sólo día a la semana, cansados, de mal humor porque mañana empieza la semana otra vez…

Todos lo pensamos al menos una vez en la vida, pero no lo hacemos. ¿Por qué ustedes lo hicieron?

Fonso– Más allá del viaje en sí, se trataba de cambiar nuestra manera de pensar y de tomarnos la vida de esta manera, viajando, y ver qué nos sucedía con eso. Fue esa la decisión más difícil: qué hacemos, salgamos a viajar. Nosotros estábamos bien, con todas las comodidades que podíamos tener, con trabajo.

Paula– Estábamos escapando de una vida que no nos gustaba.

F- Salimos en busca de algo mejor, pero no sabíamos si eso que íbamos a encontrar iba a ser mejor. No lo sabíamos.

Muy romántico todo, pero podía ocurrir que no se bancaran esa vida en viaje.

Paula– O no nos gustara!
Fonso– Íbamos con la cabeza abierta a eso, a chocarnos con ver qué nos pasa. Le pusimos una fecha a la decisión y eso le puso un límite a la fantasía, no? (risas). La fecha fue 30 de marzo de 2014. Ese día empezamos el viaje. Salimos a la vereda de casa con tres mochilas.

¿Para qué lado arrancaron?

Paula– Nos vinimos a Cipolletti. Ahí arrancó el viaje porque ya no teníamos nada. Después de ponerle fecha al viaje hicimos una lista de cosas para vender y eso fue muy loco también porque nos dimos cuenta de la cantidad de cosas que teníamos y que sostenían nuestra vida cotidiana.

Vendieron para tener cierto dinero para comenzar el viaje, pero también para desprenderse de lo material, ¿no?

Paula– Por las dos.

Fonso– Ya en ese momento había empezado nuestro viaje, aunque interior, pero había empezado. Queríamos despojarnos realmente de todo eso de lo que habíamos resuelto prescindir en nuestra nueva vida. Y nos dimos cuenta que teníamos una casa con un millón de cosas a las que le habíamos puesto algún valor no sólo material.

Esa decisión de despojarse de los objetos los ponía en una situación de no retorno a esa vida anterior, no al menos tal cual era.

Paula– Era parte de nuestro proceso. Si teniamos que volver, iba a ser a una nueva vida.

Fonso– Nunca nos imaginamos que íbamos a viajar durante cuatro años y que íbamos a vivir todo lo que vivimos recorriendo Latinoamérica. Nunca. El plan original era que en seis meses, ibamos hasta México y volvíamos, como para decir tengo una idea…

Paula– Para nosotros ya es nuestra manera de vivir. No es que volvimos, Argentina es un país más que estamos recorriendo, Sí es donde viven nuestras familias, nuestros amigos, pero ya no se trata de que “volvimos”. Estamos acá, donde comenzamos, pero no volvimos. Ahora estamos esperando nuestro bebé y pensamos dónde nos vamos a instalar, dónde lo vamos a esperar.

¿Cuánto tiempo convivieron con las dos vidas, la rutinaria que estaban por abandonar y la de viaje que estaban por abrazar?

Fonso– Unos siete meses, desde agosto de 2013 a marzo, que arrancamos.

¿Y esos meses cómo fueron, no los disfrutaron más acaso sabiendo que lo iban a dejar?.

Fonso– Uno de los días más felices fue cuando renuncié a mi trabajo y al otro día no iba a tener más esa obligación. No iba a tener más un jefe que me marcara tiempos y rutinas. Yo era profe de música en escuelas.

Paula– Yo soy diseñadora de interiores y trabajaba en un local de diseño de ambientes. Hacíamos proyectos de diseño de interior de casas. Era una vida muy aferrada a lo material. Me gustaba mi trabajo, lo disfrutaba, pero no me llenaba el ritmo de vida, había un malestar allí.

Qué tan cerca estuvieron de este estilo de vida durante sus vidas?

Fonso– Yo tengo un hermano que hizo un viaje muy parecido. Se fue de mochilero hasta México durante tres años, yo lo fui a visitar a Colombia. Él era publicista y cuando lo fui a ver a Colombia después de dos años sin verlo,él era otra persona. Yo quiero esto, me dije. Tener esa libertad que yo veía en él. De ese viaje volví con la idea de cambiar mi vida.

Paula– En mi caso, no. (risas) Todo lo contrario. Lo mio era más utópico, de película: la chica se toma un tren con su mochila… (risas) Cuando lo empezamos a hacer fue todo un desafío para mi, despegarme de mi familia. También el hecho de vivir de la música, algo que nunca había hecho. Quienes me ven acá y me conocen, mis amigos, familia, se sorprenden de verme sobre un escenario. Me encanta y es a lo que me dedico, pero al principio tuve que romper vergüenza, prejuicios.

Cuando se despojaron de todas las comodidades materiales, trabajo, ¿sintieron algún vértigo ante esa “desprotección”?

Fonso– Cuando salimos de Argentina éramos nosotros dos, nuestras mochilas y nada más.

Cerraron la puerta del departamento y ¿qué hicieron?

Paula- Lo primero que hicimos fue venir a Cipolletti. Después fuimos a Córdoba. Desde que cerramos la puerta de la casa de Buenos Aires tardamos casi dos meses en salir del país.

Fonso- Pasamos por Córdoba donde vimos a mi hermano y nos dio algunos consejos (risas).

Paula- Hicimos La Rioja, Catamarca, provincias que no conocíamos, pero teníamos ya ganas de salir del país porque estar dentro de Argentina era como no haber empezado. Nuestra sensación de libertad y de vértigo fue cuando entramos a Bolivia

Fonso- Las mochilas, la guitarra y a ver qué pasa.

¿Cómo pensaron lo económico? Porque la pregunta desde afuera es “y cómo van a vivir” porque si no se tiene un trabajo fijo, estable, parece que no tiene trabajo. Cómo proyectaron el sustento?

Paula- Salimos con el dinero de las cosas que habíamos vendido y más o menos teníamos un plan de gastos como para estar cinco o seis meses viajando, que era el tiempo que imaginábamos estar en viaje. Pero también generando cosas. Al principio, salía Fonso solo a hacer música y yo hacía artesanías. Aunque no cubrían el gasto del día, algo sumaba.

¿Cómo pensaron la parte “laboral” del viaje?

Fonso– No la pensamos mucho (risas)

Paula– La música era una posibilidad de Fonso y yo, artesanías. Hacía encuadernaciones.

Fonso– Hicimos un clic en Ecuador. Hacía seis meses que habíamos salido y no estábamos no cerca de México (risas). No habíamos avanzado lo que habíamos planeado y se nos acababa el dinero que teníamos, no vivíamos de lo que hacíamos todavía. Decidimos armar un proyecto musical más sólido. Ahí fue cuando empezamos a vivir de lo que generábamos en viaje. Un día salimos a tocar y nos alcanzó para pagar el hospedaje, comer y nos sobraba plata. Y nos dijimos “podemos hacerlo”, podemos seguir haciendo lo que nos gusta y es sustentable. Sigamos para adelante. Ahí consolidamos un poco más el proyecto, armando un repertorio, algo un poco más “profesional”, pero siempre sabiendo que tocábamos en la calle, en bares, a la gorra.

¿Cómo te enganchaste vos con la música?

Paula– En Bolivia fui y me sumé a él para ver de qué se trataba. Yo acompañaba cantando, pasaba la gorra (risas) Al principio sentí vergüenza, timidez, cantaba despacito.

Fonso– Eso te enseña mucho. Nos dimos cuenta de que podíamos sobrevivir/vivir de otra manera, con esa sensación de libertad que sentíamos dentro de una sociedad que tiene sus reglas, no? Salimos a tocar, hacemos música, pateamos la calle, pasamos la gorra, juntamos la plata para estar una semana y así.

Paula– Eso nos hizo conocer un montón de gente, tocar en la calle y conocer familias que nos invitan a sus casas. Eso sí que no estaba en los planes.

Hoy ustedes son un proyecto musical, formalizaron la sociedad artística (risas)

Paula– Sí, nos llamamos como el proyecto del viaje. Vivimos de esto y nos encanta.

¿Pensabas que ibas a vivir de tu voz?

Paula– No, jamás (risas) Me encanta, lo disfruto. Disfruto haciéndolo juntos. Sentimos que con la música contamos la experiencia que tuvimos y tratamos de despertar en otros el mismo espíritu.

Fonso– Tenemos canciones propias, pero básicamente hacemos covers: muchos boleros porque nos encanta el género. También bossanova, candombe. Pero le ponemos nuestros arreglos.

Paula– Aprendí música durante el viaje. Cuando tocamos por primera vez acá (en octubre pasado en Roca) vinieron unas amigas a verme y fue muy loco para ellas también porque me fui de acá siendo diseñadora y volví como música (risas)

¿Te vieron muy cambiada tu familia y amigos?

Paula– Sí, puntualmente en la cuestión de la música. Para ellos también es un aprendizaje. Nuestros viejos y hermanos han ido a vernos a México, Costa Rica, Ecuador, que son los lugares donde más nos establecimos. Nadie nos tenía ni un poquito de fe y nos lo dijeron (risas).

Y ustedes, ¿cuánta fé se tenían?

Paula– Teníamos muchas ganas de hacerlo y estabamos abiertos a lo que ocurriera. Y se trataba de pasarla bien.

Empiezan a encontrar solidaridades, ¿no?

Paula– Esa es la base del viaje.

Fonso– Lo más valioso es el ida y vuelta con la gente que conocés en el camino. La música nos abrió muchísimas puertas. Conocer familias de distintas culturas, gente que te abre la puerta de sus casa y te enseña un montón de cosas.

Paula– Incluso acá en Argentina, donde nací y viví casi toda mi vida, hoy la estoy descubriendo desde otro lado. Estamos conociendo gente con la que nunca me hubiera cruzado, gente que nos saluda en la ruta de Cipolletti a Roca, nos para, saber si necesitamos una mano. Conocemos nuestro propio país de un modo diferente viviendo de esta manera.

¿Qué tan al norte de México llegaron?

Fonso– Casi hasta donde comienza el desierto mexicano, un lugar que se llama San Luis Potosí. Fue lo más al norte que llegamos.

¿En qué momento dejó de ser ese viaje que planificaron en Buenos Aires?

Fonso– En ese momento, cuando nos dimos cuenta de que podíamos vivir de lo que nos gustaba y haciéndolo del modo en que nos gustaba. Viviendo así.

¿La ida era vivir así o viajar y volver?

Fonso– No, pero nunca lo pensamos tampoco.

Paula– Quizás en un principio sí fue viajar y volver porque de hecho le habíamos puesto una fecha. No estás convencido, los miedos… Dijimos seis meses, pero llevábamos dos meses y recién estábamos en Bolivia.

Fonso– Nos pasó desde un principio eso de quedarnos en un pueblo uno o dos meses, invitados por gente del lugar. Entonces, eso le fue dando otra forma al proyecto y a nuestras propias vidas.

Llegaron a Argentina: ¿están de vuelta? ¿o este viaje ya no termina más?

Fonso– No volvimos, en todo caso regresamos al lugar donde viven nuestras familias, amigos, pero no volvimos. Avanzamos. Y avanzamos un montón.

Y porque ustedes son otros, no los mismos que cuando partieron.

Paula– Regresamos con otros valores, otros proyectos. Hoy no volveríamos a aquella vida anterior.

Fonso– Y si lo hiciéramos, sería de otra manera. El cambio en nosotros que buscamos con este viaje ya se produjo. Podríamos volver a nuestra vida anterior al viaje, pero la viviríamos diferente.

Paula– No es que viajando vas a encontrar la felicidad, pero en nuestro caso fue a través de un viaje. Nos desprendimos de lo material, cancelamos las tarjetas, cerramos nuestros números de teléfono. Todo.

Nadie les podía mandar plata

Paula– No! (risas)

Es un desafío: sin bancos, sin teléfonos, sin obra social

Fonso– Y se puede! Libertad es cortar con todo eso. Vivís atado a todo eso.

Creen que pueden vivir la vida del viajero de otro país, pero acá, en su país, donde ya no van a ser los viajeros a quienes hay que ayudar porque están lejos de su tierra?

Fonso– Ese es el desafío que tenemos ahora: poder sostener este tipo de vida acá, en nuestra tierra, dejando de ser “turistas”.

Para muchos, recorrer Latinoamérica tiene un significado especial, un sentido casi existencial, quizás influenciados por muchos viajeros, el Che Guevara por caso, ¿existía en ustedes algo de eso?

Paula- En mi caso no cuando lo imaginé, pero sí me lo despertó hacerlo. Viajando por el continente descubrí un montón de cosas y aprendí a quererla mucho más y a soñar con la tan mentada unión latinoamericana, algo en lo que ni siquiera había pensado antes.

Fonso– Y la idea de “sin mapa” también es sin fronteras. No importa el país, las condiciones. Somos todos hermanos latinoamericanos. Es un cliché que nosotros desactivamos viajando: nos dimos cuenta que no es ningún cliché.

Podemos decir que fueron dos viajes bien diferentes: la ida sin vehículos y la vuelta, motorizados. ¿Qué le dejó cada uno?

Paula- Con la mochila fue más duro, la mochila era nuestra casa, ahí teníamos todo. En cambio con la combi recuperamos el sentido de pertenencia a un espacio nuestro. Pero con ruedas (risas).

Les permitió otro tipo de viaje…

Fonso- Sí, nos permitió poder llegar a otro tipo de lugares. Mirar el camino de otra manera. Con la mochila quizás te subís a un colectivo y te perdés lo que pasa en el medio. En cambio, ir viajando con la combi, despacio, te permite meterte en pueblitos, quedarte si te gustó, pero quedarte “en tu casa”. Paramos y dormimos ahí. Una sensación de más libertad, inclusive.

Paula– La combi también nos daba otro contacto con la gente.

Sobre todo esa combi, tan relacionada con la idea. Porque no es cualquier combi.

Paula– Sí, es cierto, esa Volkswagen tiene el significado de libertad…

Pero ustedes no la buscaron por eso.

Fonso– No, para nada. Nos encontrábamos con muchos viajeros motorizados y nos gustó la idea. Cuando estábamos buscando el vehículo empezamos a ver todo y esta combi apareció porque teníamos un amigo mexicano que era parte de un club de Volkswagen y nos llevó a ver esta combi que resultó ser una combi clásica de los 70. Se dio así. En México estás combis son muy accesibles y están por todos lados.

Uno puede imaginar algunas cosas sobre este tipo de viaje, pero ¿qué cosas experimentaron que los sorprendió de algún modo que no esperaban o no imaginaban?

Fonso– Nos pasó mucho de sorprendernos de la geografía en la que nos encontrábamos. De estar en una playa inhóspita de Centroamérica, sólo con la combi y decirnos “nunca imaginé estar acá”. O sea, así, en esa situación, con ese paisaje.

Paula– En Costa Rica tuvimos la sensación de la postal soñada, la combi frente al mar con la selva atrás, un mono pasando ahí y nosotros con nuestra casa rodante…

Fonso– Cuando llegamos a México sabíamos que el viaje ya era sustentable por sí mismo. Ahí pensamos en la posibilidad de seguir a Europa o comprar un vehículo y continuar en el continente. Pero pasaron casi seis meses sin que saliera ninguna posibilidad de compra, por una razón u otra. Hasta que decidimos no buscar más. Nos olvidamos del asunto, pero a la semana nos hicimos amigo de esta persona que tenía un taller y se dedicaba a armar y restaurar las combis. Era en un pueblo por el que pasamos para hacer noche y seguir. Pero nos insiste en que tenía una combi que teníamos que ir a ver. Nosotros no queríamos pero al final fuimos. Nos gustó, estaba a buen precio. A otro día, tocando a la gorra en un restaurante, el dueño de un hotel que estaba en una de las mesas nos ofrece trabajo porque le gustaba la música que hacíamos. Al día siguiente fuimos a verlo, era un hotel increíble en las afueras de Puebla. Nos ofrecía un trabajo por todo el mes a cambio de comida, alojamiento y un sueldo. La combi estaba lista a diez kilómetros de ahí. Cerraba todo (risas)

Paula– En San Juan del Río, se nos fundió el motor de la combi. Llegamos a la plaza principal con el envión (risas), sin saber para dónde disparar, con el auto muerto en el medio de México. Y otra vez, paró un mexicano del que luego nos hicimos amigo y nos ofreció ayuda, conocía un mecánico, a su vez este mecánico nos presentó una familia que nos dió alojamiento y terminamos compartiendo con ellos dos meses mientras nos ayudaban con el motor. Eso nos pasó mucho y nunca dejó de sorprendernos: estar en cualquier lugar y que nos ofrezcan ayuda, alojamiento, trabajo y permitir quedarnos un tiempo en esos lugares que ni siquiera pensábamos parar.

Fonso– Siempre lo que planeamos, no sale (risas) Pero lo que resulta siempre es más interesante.

¿La distancia les hizo ver a la Argentina de otro modo?

Fonso– Muchas cosas. Por caso, nos quejamos del transporte, el bondi, los trenes… Pero saliendo de Argentina nos dimos cuenta de que así y todo tenemos el mejor sistema de transporte del continente. Buenas rutas, buenos caminos.

Recorriendo Latinoamérica como lo hicieron ustedes, ¿pudieron sentir algo de la tan mencionada, anhelada, tironeada, ansiada hermandad lationamericana?

Fonso– Nosotros creemos que es posible. Hay mucha gente en el continente que piensa que sí.

Paula– Gente de todo Latinoamérica nos abrió las puertas de su casa, compartió una comida… Y eso que se generó partió de nosotros como personas más allá de banderas y límites

Fonso– También nosotros pudimos romper con muchos clichés y lugares comunes que teníamos o que te dicen como “cuidado con Centroamérica”, “cuidado con los narcos en Colombia o los de México”. Y no es así. Existen como en todos lados gente buena y gente que no, pero creo que toda Latinoamérica tiene la intención de unirse, abrazarse. Eso es lo que nosotros experimentamos genuinamente durante nuestro viaje.

Sólo viajando de este modo puede sentirse,¿no?

Paula– Nosotros pasamos por muchas casa de familias que nos contaron sus historias, nos enseñaron a cocinar sus comidas, hablamos de nuestras vidas, acompañamos a buscar a sus hijos a la escuela, muchas cosas, vivencias cotidianas en otro país, con familias con otras culturas que te abren la puerta como si te conocieran de toda vida.

¿Cómo llamarían a este viaje?

Fonso– Un viaje sin retorno (risas)

El viaje les cambió políticamente sus miradas?

Paula– Nos cambió los valores de lo nuestro. En casi toda Latinoamérica vimos una valorización de lo propio, de la tierra, los ancestros, las primeras comunidades. Un valor y una importancia muy grande que, por ahora, lo sentimos un poco abandonado en Argentina. Quizás ahora, cuando recorramos nuestro país como lo hicimos con el continente, descubramos mucho de esa valoración que creemos olvidada. No es lo mismo “turistear” que vivir la cordillera, la sierra o el norte argentino.

Fonso– Hay que cuidar mucho más la tierra, lo ancestral. En el continente, muchos pueblos y culturas aún resisten y mantienen sus hábitos, ritos.

Cuál fue la geografía más dura?

Fonso– Bolivia, sin dudas (risas)

Paula– Íbamos rezando arriba del bus. El cruce de la cordillera colombiana fue duro también.

Fonso– Llegás hasta 4 mil metros de altura y empezás a bajar por caminos rotos de ripio con curvas y contracurvas.

Paula– Muchos amigos argentinos que habían hecho el viaje nos decían que cuando volviéramos nos íbamos a sorprender de nuestras rutas, las rectas.

Fonso– Es un placer manejar acá, tranquilos tomando mate.

Las llanuras no se consiguen en todas partes.

Fonso y Paula– Nooo!!! (risas)

Algunos de los lugares recorridos

El Tunco, El Salvador – Foto: Por tierra y sin mapa

Desde Puebla a San Cristóbal de las Casas – Foto: Por tierra y sin mapa

Caravana Kombi a Tepoztlán, Pueblo Mágico.- Foto: Por tierra y sin mapa

Jalisco y San Luis Potosí- Foto: Por tierra y sin mapa

Costa Rica – Foto: Por tierra y sin mapa

Oaxaca

No es cualquier combi: Es “La Borreguita”

Asi se fue construyendo lo que sería su “casa”.

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