Marcelo Cohen invita a la ceremonia del cine

El escritor acaba de publicar “La calle de los cines”, un libro de ciencia ficción donde narra lo que otros cuentan en 18 películas imaginadas y con una lengua propia pero inventada.

Marcelo Cohen invita a la ceremonia del cine

El escritor acaba de publicar “La calle de los cines” un libro de ciencia ficción donde cuenta lo que otros cuentan en 18 películas imaginadas y con una lengua propia pero inventada.

El autor de “La solución parcial” escribió cuentos con formas variadas que tienen el ritmo de un filme.

Cohen confiesa que va al cine, alentando un arte ya reducido.

Gentileza

El libro “La calle de los cines” reúne 18 películas imaginadas por su autor, Marcelo Cohen, que invitan a experimentar la ceremonia de ver películas en pantalla grande y fuera de casa, en tiempos de series y plataformas digitales que sugieren a cada cliente qué mirar, como parte de “un rito vacío de placer”.

La publicación de Sigilo plantea la hipótesis de que ya no se acude a ese ritual gozoso, donde “a oscuras en una butaca uno se concentraba un buen rato en asuntos de otros”, porque el público “se tragó el embuste” de que “una gestión estricta de uno mismo puede dar una bonanza sin baches”.

Autor de ensayos, novelas y director de la revista digital “Otra Parte” junto a su esposa, la crítica, narradora y guionista Graciela Speranza, Cohen (Buenos Aires, 1951) dialogó con Télam sobre esta nueva ficción.

“Quise rehacer algo de lo que se vivía en mi juventud cuando a lo largo de cuatro cuadras de la calle Corrientes había no menos de quince salas, los viernes y sábados la mayoría repletas y durante la semana uno podía salir de una película, tomar algo y meterse en otra muy diferente; o en las funciones de hasta tres películas de los cines barriales”, cuenta.

Y, “como siempre me gustó contar y que me cuenten películas, pensé que escribir historias de todo tipo, cuentos con formas variadas (algunos en verso) que crearan la sensación de estar viendo cine”.

P- El relato “Victorilo” podría ser un filme de Leonardo Favio.

R- La base de la imaginación son la realidad y la memoria. No pensé en “Crónica de un niño solo” cuando escribí Victorilo, pero si usted vio el parecido debe estar ahí. No pensé en ninguna película en especial para ningún cuento. Son todas ideas de ficción literaria, películas a la fuerza: basadas en realidades y fantasías de directores también de fantasía.

P- Desde la declaración inicial, respecto de que el desconsuelo y el malestar son parte tan natural de la vida como la ilusión, pareciera que la tristeza salta de filme a filme.

R- Diría que a medida que escribe y publica, uno, si le interesa ese aspecto de la cuestión, empieza a notar que la idea de que la literatura no tiene nada que ver con la experiencia ni con una supuesta verdad es demasiado radical y casi una excusa. Yo creo que para un módico bienestar, incluso para una ética, es necesaria una dosis de negación que impida que la existencia sea insoportable.

Claro que la negación implica que la vida de un ser consciente puede ser insoportable, porque sabe que va a morirse. Me da la impresión de que por esa rendija entraron, en historias más bien satíricas o humorísticas, momentos de aflicción, de mal humor, melancolía y un deseo de comprensión que a veces uno se reprime por miedo al ridículo. Tampoco es que me guste ponerme sombrío, amargo como los viejos idiotas.

P- ¿Cuánto de observación que escapa a la ficción hay en este libro?

R- El cine es un placer íntimo, incluso de hermetismo sentimental, pero a la vez una forma de sociabilidad, vida pública; de ciudadanía, diría. Todo, la información previa, la lectura de reseñas y hasta de chismes sobre la filmación o los artistas, la experiencia de la película, el rumor del ambiente, el trance arrobado o el disgusto, la oscuridad y de pronto las luces, la salida al mundo, la conversación…

El video, el DVD y la repetición de espectáculos pochocleros por parte del poder de Hollywood culminan en las plataformas para pantalla casera que indican qué le gusta y conviene ver a cada cliente como rito vacío de placer. Es más cómodo aún si se ven series y, como entre tanta oferta a veces aparece algo de Hong-Sang-Soo, de Maren Ade, Hanecke, uno se adapta.

Sigue yendo al cine, con todo, porque el mero hecho de entrar en esa escena lo reanima, y porque tiene la sensación de estar alentando un arte ya reducido, antiguo e incomparable.

Nuevas islas de un descubridor

Datos

“La calle de los cines”, nueva ficción de Marcelo Cohen, se reinstala en el Delta Panorámico, geografía inventada donde hace casi dos décadas transcurren los cuentos y novelas de este escritor, quien recorre nuevos territorios, como “un rito de viaje periódico a un lugar interesante que siempre se desea conocer un poco más, un lugar donde uno cree ver mejor cómo funciona el nuestro”.
Teniendo a ese paisaje como continente, “La calle de los cines” vuelve sobre la Panconciencia que, en palabras de Cohen, es “una adquisición natural del cerebro humano que permite caer aleatoriamente en la conciencia de otro, enchufándose o autoinduciéndose, y percibir su percepción, pero también otros fenómenos de la conciencia, como un pensamiento intenso, una preocupación, una aflicción”.
Ese Delta de ciencia ficción que comenzó a cartografiar en 2001 con el relato de “Los acuáticos”, año de una de las crisis socio económicas más intensas de la Argentina, país al que había regresado en 1996 tras permanecer exiliado en Barcelona desde 1975, está compuesto por islas de río que tienen una configuración sociopolítica propia y cambiante y una lengua común: el “deltingo”.
Respetuoso y eficaz, el libro da cuenta de cómo todo cambia y al fin nada cambia.
Cambian algunas palabras, las tecnologías, pero las conductas humanas no, recuerda a eso de que “lo único que progresa con el paso del tiempo es la tecnología, el hombre no, siempre es el mismo” que se escucha al inicio de la interpretación de Luca Prodan de la canción de Sumo “Años”.
“Algo de eso hay -concede Cohen-, pero no exactamente. Cambian las superficies, lo que se ve, se huele, nos pega o nos invita, las formas de las ciudades, los trabajos; cambiamos nosotros y cambian las relaciones. Pero también sucede que esos cambios se repiten, con leves diferencias, y hay algunas piedras con que la humanidad vuelva a tropezar”.

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