Palimpsestos: Equilibrios

Columna semanal

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Una frontera es en el fondo un límite, una división natural o artificial en el espacio; pero también una frontera es un surco imaginario que marca tiempos diferentes. Borges construyó en la Buenos Aires de las primeras décadas del siglo pasado una literatura adornada de guapos y zaguanes, de cuchillos vibrantes y naipes marcados en ese lugar indeciso en que el campo se tiñe de urbanidad y la ciudad se disuelve en el campo. Las orillas y el Oliverio son el cronotopo de ese primer Borges que busca rescatar un tiempo ya inevitablemente perdido.
En esa novela casi perfecta de Dino Buzzati, llamada “El desierto de los tártaros”, Giovanni Drogo pasó treinta años en la fortaleza Bastiani, último mojón antes del desierto interminable, esperando el ataque. La fortaleza es una frontera, un lugar construido para evitar que los enemigos ingresen, pero también ese lugar es simbólico, marca una diferencia, establece las líneas demarcatorias en la que algo termina (en este caso la patria) y comienza lo otro (en este caso lo diferente).
“Soy un ejemplar de frontera”, así se define mi admirado Héctor Tizón, y esa situación geográfica ha sido central en la obra del escritor jujeño. Los personajes, los paisajes, el lenguaje, todo remite a un orbe autónomo ubicado en los confines de nuestro país.
También soy un ejemplar de frontera. He pasado la mayor parte de mi vida en sitios de frontera. Nací en los márgenes dubitativos de las viñas y el campo agreste, desde chico presencié la dura lucha para impedir que el monte se adueñara del surco.
Pasados los años viví en las orillas de una ciudad fronteriza, lejos de todo y con la intemperie rozando los tejados. Otra vez, miraba, cómo el desierto avanzaba hacia mi ventana y una vaga inquietud, cierta angustia ante la vastedad se ha vuelto constitutiva en mí.
Una frontera, imaginaria o no, es un lugar difuso, una hesitación continua entre lo que es y lo que ha sido, lo que es y lo que no es. Quienes caminamos por esa cornisa estamos siempre construyéndonos, haciéndonos a cada rato, extraños a los conceptos de identidad y seguridad. Vivimos en la zozobra.

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