Palimpsestos: Gógol

Columna semanal

Palimpsestos: Gógol

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Hay una colección que es seminal en la vida de muchas personas, incluida la mía. Es la entrañable “biblioteca básica universal” del CEAL (1978) que se vendía en los quioscos. El número inicial de la colección eran cuentos universales. Entre esa pléyade de autores, la mayoría desconocidos para mí, me topé con Nikolai Gógol (1809-1852).

Gógol escapa a cualquier molde clasificatorio. Su vida y su obra están marcadas por cierta extrañeza, por lo contradictorio e inesperado. Nacido en Ucrania, desde joven se contactó con la intelectualidad rusa. Fue amigo de Pushkin, quien le consiguió algunos trabajos. Era conservador en sus ideas pero sus obras contienen una dura crítica al orden establecido; por esto recibió numerosos ataques de la aristocracia. Desencantado de la sociedad rusa se traslada a Roma en la que vivirá hasta su muerte. Religioso extremo, con periodos místicos que lo llevaron en sus últimos años a dejar de escribir y a destruir sus inéditos; aunque al mismo tiempo gozaba con su fama literaria.

Lo contradictorio también se da en su obra. Su temperamento era básicamente romántico, pero la mayoría de sus escritos contienen una fuerte dosis de realismo, tanto que algunos críticos sostienen que es su iniciador en las letras rusas. Gógol confesaba que siempre se proponía escribir un texto optimista, lleno de humor y con un fondo moral; sin embargo a medida que iba desarrollando su obra se apoderaban de ella los tipos mezquinos, las descripciones de las miserias de la sociedad, las lacras individuales y colectivas que se le hacían imposible de callar.

El cuento más famoso de Gógol (y presente en esa colección universal del CEAL) y que resume sus contradicciones es “El capote”. Está aquí la presencia de un personaje anodino y humilde cuya única aspiración es tener un capote nuevo como los grandes señores. Y lo que parecía ser únicamente una crítica a la mediocridad, la burocracia, la falta de ideales y la mezquindad social da un giro sobre el final y aparece sorpresivamente lo fantástico.

En la singularidad de la obra de Gógol -y pese a sus construcciones grotescas y alucinadas- están los gérmenes del realismo ruso. “Todos hemos salido de ‘El capote’ de Gógol” dijo alguna vez Dostoievski.


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