Palimpsestos: Roma y las escritoras II

Columna semanal

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Hay en la antigüedad una figura egregia, única, que concentró gran parte del conocimiento elaborado por siglos en regiones tan dispares como Persia, la India, Grecia, Egipto, su nombre es Hipatia y quizás haya sido una de las mujeres más brillantes de la historia del conocimiento.
Hipatia nació en el siglo IV d.C. en la ciudad de Alejandría. Era hija de un gran matemático y astrónomo, quien le inculcó el amor por estas ciencias; pero Hipatia también amaba la filosofía, la pedagogía, la música y todo el saber de su tiempo. Su academia fue un culto a la sabiduría por encima de cualquier sectarismo. Eso era peligroso en la Alejandría que le tocó vivir, además Hipatia era pagana. Un grupo de monjes exaltados la asesinó. El crimen nunca se aclaró y sus escritos desaparecieron con la esperanza de que su figura fuera borrada de la historia; sin embargo su estatura intelectual era demasiado imponente y sólida para poder derribarla. Se sabe que inventó un aparato para destilar el agua, un hidrómetro graduado para medir la densidad de los líquidos y un artefacto para medir el nivel del agua; se sabe de diversos tratados astronómicos y matemáticos.
Hubo otras mujeres que se destacaron en el declinante imperio Romano, así tenemos el caso de Vibia Perpetua (s. III d. C) quien fue encarcelada y condenada por convertirse al cristianismo. Algunos creen que murió en la arena del circo, víctima de las fieras, otros dicen que fue decapitada. Su aporte a la historia de la escritura es significativo, ya que cuando estaba en la cárcel escribió sus vivencias en un diario, que algunos juzgan como el inicio de la primera persona narrativa literaria. Aquí te dejo un fragmento de su escrito: “Todos los que fueron juzgados antes de mí confesaron la fe. Cuando me llegó el turno, mi padre se aproximó con mi hijo en brazos y, haciéndome bajar de la plataforma, me suplicó: ‘Apiádate de tu hijo’. El presidente Hilariano se unió a los ruegos de mi padre, diciéndome: ‘Apiádate de las canas de tu padre y de la tierna infancia de tu hijo. Ofrece sacrificios por la prosperidad de los emperadores’. Yo respondí: ¡No!

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