Tom Wolfe, performer de la cultura norteamericana

Un diálogo con Cristian Alarcón acerca de uno de los hacedores del llamado Nuevo Periodismo, fallecido el lunes pasado a los 87 años.

Tom Wolfe, performer de la cultura norteamericana

Un diálogo con Cristian Alarcón acerca de uno de los hacedores del llamado Nuevo Periodismo, fallecido el lunes pasado a los 87 años.

El martes pasado, el mundo se enteraba de un hecho que había ocurrido el día anterior: a los 87 años había muerto Tom Wolfe, el ¿padre, hacedor, impulsor, creador? del Nuevo Periodismo, un modo revolucionario de pensar la crónica. Ahora bien, ¿qué se supone que fue aquello? Y más aún, ¿cómo envejeció aquel modo de hacer periodismo? Estas preguntas y otras más acerca de la genialidad y la figura de Tom Wolfe le hicimos al periodista Cristian Alarcón, ex “Página 12”, creador de “Revista Anfibia” y uno de los más destacados cronistas de la actualidad. Lo que resultó fue una amena charla telefónica sobre el pasado (reciente), presente y futuro del periodismo.

P- ¿Qué fue lo que hizo Tom Wolfe con la crónica periodística?

R- Hizo lo que debería hacer cualquier buen periodista, que es tomar el pulso al clima de época para incorporarle, a lo tradicional, una innovación creativa, que, en su caso, fueron las herramientas de la literatura exageradamente introducida en el texto periodístico. Porque los recursos que Wolfe utilizó para esos primeros textos fueron desde la onomatopeya a la repetición pasando por las elipsis dentro de los párrafos. Algo casi revolucionario porque son barrocos en un contexto anglosajón. Algunos dicen que la novela norteamericana decimonónica, que la literatura de la década del 30 del sur de los Estados Unidos y que la tradición literaria del occidente europeo también tenían presencia de lo real. La no ficción ya estaba presente en la literatura. Sin embargo, lo que hace Wolfe es volver pop toda esa tradición, entiende el concepto de pop en los albores de los 60.

P- Wolfe incorpora en los 60 elementos de la literatura a la crónica periodística, sin embargo tardó mucho en escribir ficción.

R- Sí, publica su primera novela que es “La hoguera de las vanidades” en 1987. Yo creo que él, al mismo tiempo que era cínico, mordaz y sarcástico con el statu quo, con la literatura norteamericana y sus disputas con Norman Mailer, Updike y otros escritores canónicos de su tiempo, no pudo sustraerse de ese embrujo que produce la literatura para el periodismo, en el sentido de una relación entre reyes y bastardos. Es decir, su condición bastarda de periodista lo acompañó hasta el final. Lo que sucede es que de ello hizo bandera. El reivindica hasta el final de sus días la investigación.

P- ¿Fue un buen novelista?

R- “La hoguera de las vanidades” es una novela de puta madre (risas). Lo mismo podríamos pensar de otros autores: cómo se califica la obra de un escritor que también es narrador de no ficción. A mi me parece que en este caso estamos hablando de un personaje muy acorde con su época y que no puede ser juzgado sólo por la calidad de su escritura. En definitiva, lo que tenemos en él es un gran performer de la cultura norteamericana. Y a sus ochenta y pico de años no dejó de seguir provocando como el pibe de treinta, que era cuando escribió sobre el LSD.

P- Te referiste a Wolfe como performer y me parece que le cabe a muchos de su generación. Truman Capote, Norman Mailer a su modo también era ciertamente performers.

R- Yo creo que en el caso de ellos se creaba un relato. Wolfe reniega de la primera persona, del “periodismo yoico”, excepto que el periodista partícipe de la trama, sea construido dentro del texto como un personaje. Ahora, renegar de la primera persona no significa que la subjetividad esté ausente en el texto, al contrario, está a través de lo central en su escritura que es la construcción del punto de vista de los personajes. Dice Wolfe: “Hay que conocer a los personajes, hay que haber caminado con ellos, sufrido con ellos, transitados los conflictos con ellos, recién entonces vamos a poder tener certeza empírica sobre el punto de vista del personaje”. Ahora, para todo esto se necesita sensibilidad humana, experiencia y se necesita un bagaje cultural lector. Tanto él como sus contemporáneos tienen todo esto, son sujetos eruditos que hacen un culto de la vida. Esa intensidad vital es relato. Se erigen a sí mismos como personajes de un sistema cultural y de un mercado cultural. Claro que son performers en tanto son conscientes que sus propias vidas venden.

Aquellos años. Tom Wolfe en los 60.

P- ¿Existe ese performer hoy?

R- Mirá, lo explica muy bien Julián Gorodischer en un libro que está a punto de publicar por Editorial Marea y que es una antología de crónicas de la intimidad. Gorodischer explica muy bien cómo emerge lo performático dentro de los textos para referirse a cronistas como Gabriela Wiener o como Emilio Fernández Cicco, primero con su pasaje por el porno, estos periodismos de rol, para terminar convirtiéndose al sufismo -y por ello se hizo musulmán- después de su experiencia mística. En el caso de Wiener, cuenta todas sus experiencias sexuales narradas en primerísima primera persona, desde su convivencia con un polígamo hasta su fiesta swinger con su marido poeta. En esos cuerpos puestos en acción para convertirse en relato, donde el narrador no solamente es protagonista sino además también actor de las escenas narradas. Son performers pero ahora utilizadas para el relato.

Creo que ahora vamos con “Revista Anfibia” al periodismo performático, que es la unión entre periodistas y artistas para producir performances en la vía pública o espacios culturales sobre temas calientes de agenda. Entendemos que el periodismo narrativo o literario tiene que estar conectado con lo más caliente de la realidad.

P- ¿Es esto acaso una actualización de aquel Nuevo Periodismo? ¿Es esto el nuevo Nuevo Periodismo?

R- Es interesante eso. Alguien publicó el otro día “el nuevo viejo periodismo”. Si nosotros seguimos creyendo que Nuevo Periodismo es emular las técnicas literarias usadas por estos monstruos en la década del 60 estamos fritos. No hay novedad. Nuestros desafíos están atravesados por dos cuestiones: las crisis políticas de sentido, donde las ideologías no rigen las construcciones de sentido del mundo. Y la cultura digital, en la cual nuestras producciones van a parar, en un 70 por ciento, a pantallas muy pequeñas de celulares. La incorporación de la imagen y el video también transforman la manera de hacer nuevo periodismo. Yo creo que la crónica como género atraviesa una crisis que la obliga a experimentar. Las preguntas que nos tenemos que hacer ya no son tan literarias porque hay mucha gente que escribe bonito y no es tan difícil. Lo difícil es saber sobre qué escribir, cómo mirar, cómo decir, cómo cuestionar, cómo provocar, cómo dejar abiertas en el lector preguntas nuevas. En definitiva, cómo estar a la altura de nuestra época.

P- En definitiva son las preguntas del buen periodismo y son las que se habrá hecho Wolfe en su tiempo.

R- …y cómo ganar plata (risas) Yo creo que Tom tenía muy claro que lo que quería era morir en el piso 14 del edificio del Upper East Side de Nueva York vestido de blanco. Ahí hay un punto también (risas), entre producción, industria cultural y mercado.

P- En el tiempo de Tom Wolfe no incluía al soporte como desafío narrativo. Hoy tenemos que pensar en los formatos, las pantallas tanto como en el contenido de nuestras historias.

R- Hoy tenemos conciencia de las audiencias. Antes podíamos escribir pensando en que alguien nos iba a leer. En este caso el lector casi que tiene nombre y apellido, es decir, es posible saber qué siguen, cuánto te siguen, qué buscan nuestros lectores, qué les interesa más y qué menos. Esa idea de un otro casi físico y material transforma nuestras prácticas aunque no sabemos todavía hasta dónde. Si algo nos deja Wolfe es la certeza de lo que se necesita es un autor detrás de un periodista y que un autor se construye con la ambición literaria de trascender, del conocimiento del mundo y de la literatura.

P- Vuelvo al principio: ¿por qué tardó tanto Wolfe en escribir una novela?

R- Yo creo que, al menos si tomo lo que me pasa a mi y a algunos amigos míos que ni siquiera tenemos intensión de pasar a la novela, ni se nos ocurre cómo inventar una historia. Tenés que tener algo en tu cabeza en un modo invención. Mi cabeza funciona en un modo descubrimiento, no de invención. Yo creo que Wolfe reivindica el periodismo porque, en su ambición literaria, sabe que la novela de no ficción ya la inventó Capote y que el tránsito de la no ficción a la ficción ya lo hizo Mailer, que encima era su enemigo íntimo. Y que el sistema de reconocimiento anglosajón de las universidades y de la construcción del canon literario lo va a dejar como un freak que contó historias de freaks y él no quiere ser eso. Él quiere transitar el corazón del sistema capitalista y dejar una marca allí. Por eso sabe que tiene que escribir sobre yuppies en la década del 80 y por eso sabe que en el 2000 tiene que escribir sobre inmigrantes cubanos y racistas norteamericanos en el Miami poscapitalista. Quiere estar a la altura de su época y para eso yo no sé cuánto te da el cuerpo para seguir transitando las calles como lo hace uno en su primera y segunda juventud. Andá a saber sin tiene que ver también con la vejez la novela en Wolfe.

El entrevistado: quién es Cristian Alarcón

Licenciado en la facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata, ha escrito los libros de investigación “Cuando me muera quiero que me toquen cumbia” y “Si me querés, quereme transa”.

Escribió en “Página/12”, revista “TXT” y el diario “Crítica”. Dirige la revista digital de crónicas narrativas “Anfibia” de la UNSAM, coordina Cosecha Roja, la Red Latinoamericana de Periodismo Judicial, y es director del posgrado en Periodismo Cultural de la Universidad Nacional de La Plata.


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