Una artista atenta, libre e irónica

La cadencia mexicana que con los años fue dejando en un segundo plano la tonada cordobesa endulza el hablar y cantar de Liliana Felipe. Sus convicciones y claridad al expresarse afirman su voz, por momentos grave y profunda, tanto en el dolor como en el humor. Dura y sin tapujos se enfrenta a todo y a todos con la fuerza de los sobrevivientes.

Del dolor, ella sabe y mucho. En 1976, al tomar el poder en la Argentina la junta militar, se exilió en México. Su hermana Esther y su cuñado Luis Mónaco fueron secuestrados el 10 de enero de 1978 y trasladados al centro clandestino de detención La Perla, en Córdoba, donde fueron torturados hasta que fueron fusilados. Con un mes de vida su sobrina Paula fue rescatada por los abuelos, quienes desde el primer momento quisieron saber la verdad y durante ocho años recorrieron todos los caminos posibles hasta descubrir que la pareja había sido asesinada diez días después de su detención.

Lejos de los suyos, en México ella encontró un lugar para expresarse, luchar y también a su compañera, Jesusa Rodríguez, pero no se desentendió de la realidad argentina. Siempre el compromiso con la defensa de los derechos humanos está presente en su vida y su obra. Su primer disco «Liliana 1», de 1980, lo dedicó a la Comisión de Familiares de Desaparecidos por Razones Políticas en la Argentina y pocas cosas este año fueron tan emocionantes como el concierto que dio en el Espacio para la Memoria, ubicado en el predio de la ex Esma.

En la búsqueda artística encontró al cabaret político, un género en el que «La Felipe» -como la llaman sus seguidores- se siente cómoda y durante quince años mantuvo en Coyoacán El Hábito, un espacio de libertad y crítica.

Sabe usar las palabras como armas. Con casi veinte discos editados, además de sus temas ha musicalizado textos de Fernando Pessoa en «Tabaquería», se inspiró en «Las mil y una noches» para crear las canciones de su último trabajo «Mil veces mil» y creó la música de varias obras teatrales.

Sus canciones son todo un ejercicio de esgrima verbal en el que las frases hirientes no están ausentes. Pianista excelente y música exquisita, juguetea con ritmos y sonidos para entregar su mensaje, que muestra el mundo al que mira sin piedad, ya sea en el terreno político o en el análisis interior.

Reflexiona en sus temas sobre qué es ser mujer que vive, siente, goza, piensa y actúa y sobre las injusticias. Canta, y dice, todo lo que cree y ataca sin miramientos a políticos, la Iglesia Católica sin censurar palabras ni ideas. Lo «correcto» es para ella seguir sus convicciones, no las formas. Ella protesta, con calidad y frescura. Sus trabajos jamás aburren. Todos sus discos se pueden escuchar una y otra vez y tienen una segunda, tercera y más lecturas. En cada ocasión arrancan una sonrisa, la carcajada más sonora, llevan a un lugar calmo, amoroso y poético o enfrentan las injusticias.

Simples canciones, aires de tangos, danzones y boleros -encasillarse no está en su naturaleza- llenan CD imperdibles como «El hábito», «Trucho», «Truchísimo», «Matar o no matar», «Liliana» y «Tan chidos».

El tango con todo el sentimiento vibró con energía y una voz que salía de los rincones nostálgicos de su alma en un disco excepcional como «Tangachos». Allí hizo sus versiones de clásicos del género sin los clichés y «yeites» de las tangueras tradicionales. A cada uno de los tangos elegidos les impuso su sello y también su genio irónico hizo un guiño magistral en la parodia de «Volver» y el «Regalito» mínimo a las cuarentonas. Emocionante es su interpretación de «Rencor», la de «Ninguna» y la de «Naranjo en flor» sólo acompañada por un contrabajo y un bandoneón que impone su fuerza cuando corresponde y su inigualable «Tangotl».

 

SILVINA FERNANDEZ


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