De “especialistas” a “improvisados”, son los nuevos delincuentes
Cambió el perfil de los que delinquen. Un psicólogo traza el actual panorama.
Carlos Barcia, licenciado en psicología, llegó a Neuquén capital en 1978 y al año comenzó a trabajar como psicólogo en el servicio criminológico de la U-9.
“Cansado de ver siempre lo mismo”, decide dar una especie de “salto cualitativo y pasar de lo causalístico individual a algo que tenga que ver con el delito como realidad y elaboración social”.
Así, sistematiza su experiencia de veinte años para pensar al delincuente actual, los cambios en las modalidades delictivas -donde la violencia es la característica distintiva- y los cambios que en consecuencia genera en la sociedad en su conjunto. Inseguridad, policías criminales, mano dura vs. ciudades preventivas, son algunos de los puntos que aborda con ánimo de trascender los métodos propios de la disciplina del diván.
– En su trabajo revela cambios en lo que podríamos llamar un “perfil del delincuente” si nos remontamos a veinte años atrás. ¿Cuáles son las diferencias fundamentales entre un delincuente de hace veinte años y el actual ?
– En algún momento comencé a observar que el fenómeno de la delincuencia, el delincuente y el fenómeno criminal fueron cambiando. Cuando yo empecé había una clara diferencia entre un delincuente rural, el delincuente de la zona y el delincuente urbano, que venía de grandes ciudades como Buenos Aires o Córdoba. Después se fueron confundiendo porque hubo un proceso de urbanización de la criminalidad, sobre todo en Neuquén capital.
A mediados de la década del ’80 comencé a advertir modificaciones. Antes, el que llegaba, el que caía preso, venía como más estructurado como personalidad; ahora llegan con una estructura de personalidad llena de agujeros, que no se llenaron ni se van a llenar nunca. El anterior tenía códigos, el de hoy no. Se habla de doble anomia: hoy no tienen las normas de la ley incorporadas, ni tienen las normas como códigos internos. Pero lo que más me empezó a preocupar es la carga de violencia, tanto en los que venían como en los delitos que cometían. Empecé a buscar cuál es el delito que más me marcaba como indicador esta suerte de barómetro de la violencia. No quedaba duda de que era el homicidio doloso.
– ¿Qué características tiene el delincuente de hoy?
– Cuando yo entré en la U-9 los presos tenían la edad de mis padres, al tiempo la de mis hermanos y ahora el promedio tiene la edad de mis hijos. Son delincuentes, en su mayoría jóvenes de alrededor de 20 años, de estructura de personalidad muy débil, con bajo nivel de tolerancia a la frustración -todo tiene que ser ahora, si no, no sirve, lo destruyo-, con un gran compromiso con el consumo. Todos tienen una historia de consumo, no todos son abusadores ni dependientes, pero han pasado por una historia de consumo. Yo considero al consumo como un síntoma, no estoy con esos que dicen que consume porque delinque, o delinque porque consume, eso es una pavada. Son muchachos para los que la palabra vale muy poco, la palabra como modo de relación.
– ¿El escaso valor sobre las palabras no es la explicación a ese otro rasgo que señala al delincuente como alguien que tiene dificultades para internalizar la ley ?
– Sí, en parte. La palabra no tiene valor porque el otro no existe, aparece sólo como un medio para conseguir cosas. Esto es una cara de la violencia que ejercen sobre sí mismos, son sujetos que se lesionan con mucha facilidad. En estos muchachos no existe el otro, el otro es un mero objeto de satisfacción de los deseos. Todo vale.
– ¿Cómo es eso?
– Tenemos las leyes porque si no prevalecería la ley del más fuerte, la ley trata de emparejarnos a todos. Al fallar la norma y los códigos, opera la ley del más fuerte por medio de la violencia.
Si no se reconoce la ley, hay un deterioro social, un síntoma de malestar cultural. Cuando vos empezás a pasar la película para atrás, ves que hubo instituciones fundantes que no funcionaron. Una es la familia, las familias hacen lo que pueden, pero queda claro que se les escapó la instauración de la ley, no lograron ser continentes. La escuela se desentendió rápidamente de estos chicos, desertaron -hay una marcada falta de instrucción en estos delincuentes. Las distintas políticas sociales, implementadas para disminuir la conflictividad social, también fracasaron.
– Si la mayoría de los delincuentes son “anómicos”, ¿cómo reconocen que transgreden algo, es decir, cómo reconocen lo que hacen como un delito ?
– En su gran mayoría no reconocen el hecho como delito. Hay una permanente justificación. Esto tiene que ver con el campo de la salud mental, hace unos 15 años aparece un cuadro que no veíamos. Los perfiles cambian, aparece el tema de las adicciones, de las psicopatías, y en esto está inscripto el tema de las conductas violentas.
Antes recibías un caso y empezabas a estudiar la personalidad previa al hecho, pero resulta que ahora te encontrás con que la personalidad previa es una enfermedad. Llamamos a esto conductas neurosintónicas, es decir, que para el yo, para el ego, no son vistas como síntomas, para ellos es normal lo que les está pasando, lo que les pasó. No hay posibilidad de reflexión para lograr un cambio. Del mismo modo, no hay registro de lo violento.
– Si no hay compresión, es lógico que haya reincidencia…
– El acto es repetitivo. Tienen clara noción de que, de diez que hacen, los agarran en una. Si no hay cambio de conducta uno repite. La diferencia es que antes se repetía sobre un mismo tipo de delito. Un delincuente se dedicaba a robar quioscos y nada más y ahora hay como una suerte de progresión, el tipo empezó robando quioscos y a los tres años cometió un delito a mano armada y cinco años después cometió un homicidio.
– ¿Antes había “especialistas” y ahora “improvisados”?
– Sí, antes el tipo quería ser el mejor en el “rubro” carterista, más allá de un juicio de valor bueno o malo sobre esto. Ser especialista le permitía no caer con facilidad. Un tipo antes entraba a robar a una casa y se encontraba con una mujer durmiendo desnuda, pero sólo iba a robar y punto. Ahora no, y esto me llama la atención: un tipo va a robar algo de poco monto, delitos pueriles, pero hacen lesiones, violaciones, agreden, hay una suerte de goce perverso de ver a una víctima, de ver al otro como un inferior a quien uno domina.
Siguen con el objetivo de robar, pero éste es superado por el acto violento, entonces el objetivo aparece como el acto violento en sí. Por eso, cuando se dice que el aumento del delito aparece de la mano de la pobreza, yo creo que la relación entre el delito y la pobreza es algo muy complejo. Hay que tener cuidado con esto. Yo creo que la pobreza genera un aumento de los delitos de subsistencia, pero la pobreza no genera una violencia mayor en el delito, esto corre por otro lado. La violencia tiene que ver más con la descomposición social, con grandes colectivos excluidos.
– ¿Ha habido, en consecuencia, cambios en los sistemas punitivos, en las políticas criminales, como respuesta a esos cambios que se registran en las personas y en los delitos que se cometen?
– La política criminal, desde que a vos te están hablando desde muchos rincones que cada vez es más necesaria la mano dura, la intervención cada vez más violenta del Estado, creo que tiene que ver con grandes falencias de las otras políticas. La exclusión y la pauperización es cada vez más grande y el Estado va dando pasos para atrás en las políticas sociales. Los mismos tipos que hace cinco años atrás te reclamaban menos Estado desde lo social, hoy te reclaman más presencia del Estado desde lo represivo. Mirá qué paradoja. Se trata de criminalizar cada vez más la conflictividad. La desigualdad social aumentó la violencia del Estado.
– ¿A esto se suman los comprobados fracasos de la institución cárcel?
– Fracasan todas las instituciones que tienen que ver con la rehabilitación, desde las instituciones de menores a las instituciones correccionales y lo pospenitencial. Nadie encuentra a esto una respuesta adecuada, porque tampoco existen a nivel nacional políticas criminales coherentes. Hoy por hoy, lo que asoma como única política es la construcción de más cárceles. Y la cárcel es la respuesta más cara al fenómeno.
– En su trabajo incluye alternativas para modificar el cuadro de situación, pero no me queda claro cuáles son, en vis-ta de que, en el corto plazo, no van a cambiar los problemas que eventualmente genera la delincuencia.
– Es cierto, la tendencia es que esto se intensifique. Que la conflictividad social crezca. Yo creo que lo primero que hace falta es un funcionamiento más adecuado de lo que es el sistema penal, de lo que es el accionar judicial y del accionar de la Justicia. También creo que el tema de la policía es importantísimo. La policía, por la historia de este país, perdió la identidad que tenía antes. Yo abogo por volver a la policía de proximidad, al policía que va conociendo su zona y que su gente lo empieza a conocer, donde es posible establecer un vínculo de confianza.
Segundo, puede haber cambios en las denominadas políticas criminales. Al no haber una política criminal a nivel nacional, ves que hay políticas provinciales, o regionales que son diversas. Tenés a un Ruckauf que aplica política de mano dura; cuando empiezan a caer tipos en provincia de Buenos Aires, los delincuentes emigran a otro lado. Sería útil, entonces, que haya una homogeneización en tal sentido.
Y después todo tiene que ver con cómo garantizar normas de convivencia sin caer en un Estado represor, en un Estado policial. Es necesaria la participación de la gente.
– ¿Qué se hace con la percepción absolutamente negativa que tiene la sociedad de la policía? ¿La desconfianza que se tiene a las fuerzas de seguridad no explica, por caso, la aparición del ingeniero Santos?
– El ingeniero Santos aparece como un síntoma de las fallas del sistema. El tema de la policía no es fácil, porque la policía ocupó en el tercer mundo, una especie de suerte de ejército de ocupación, con prácticas corruptas y violentas. Yo creo que habría que reconstruir el vínculo entre vecinos y policías barriales, no creo que haya otra alternativa; si creo en un vínculo de proximidad, de solidaridad, la cosa puede cambiar.
Tal vez tengan que pasar años para ello.
La cultura de la violencia
Ricardo Barcia sistematiza parte de su experiencia profesional realizada durante veinte años en el establecimiento penitenciario de máxima seguridad de Neuquén capital. El resultado de su trabajo, presentado en las Primeras Jornadas de la Historia del Delito en la Patagonia (UNC 2000), reseña el desarrollo de la criminalidad en la provincia del Neuquén y ciudades aledañas en el período comprendido entre los años 1980-2000.
Neuquén -señala- ha registrado durante toda la década del ’80 un crecimiento vertiginoso, pero el camino de la prosperidad terminó y de una década atrás a esta parte, Neuquén se encuentra sumida en una crisis profunda, donde amplios sectores poblacionales quedaron excluidos del sistema ante un Estado y todas sus instituciones representativas que se vuelven raquíticos o ausentes.
En este escenario de crisis social, se registra un aumento considerable de la pobreza y un aumento de la desigualdad entre los que más tienen y los más desfavorecidos. Todos ingredientes para que el estado de conflictividad social se parezca mucho a una epidemia.
En forma paralela, reseña el licenciado Barcia, y tal vez como expresión sintomática de la vulnerabilidad social, se registra un marcado descenso de los niveles de tolerancia frente a la diferencia, la palabra como medio de resolución de conflictos se devalúa y el desinterés por el otro, en aras del individualismo, dan lugar a la instalación de una preocupante “cultura de la violencia”.
El delito, como parte de la sintomatología social, se inscribe en estas circunstancias contextuales. Como resultado del proceso de cambio descripto anteriormente, se visualizan modificaciones en los individuos que cometen delitos (ver infogra-fía). La falta de políticas criminales homogéneas y sostenidas a nivel nacional agrava el cuadro de la criminalidad, puesto que colabora para que las organizaciones delictivas se trasladen de una jurisdicción que se pone “difícil” a otra más “fácil”, apareciendo en la zona bandas que, con apoyo local, armamento poderoso y previa inteligencia, cometen el delito (en general contra la propiedad) y luego abandonan la región. En la capital neuquina el delito se ha expandido. Anteriormente, la criminalidad era un rasgo de algunos barrios catalogados como “pesados” y en la actualidad, si bien existen zonas “calientes”, se delinque tanto en los barrios como en el centro de la ciudad.
Pero hay un dato llamativo en estos veinte años, el signo distintivo de las nuevas modalidades delictivas en Neuquén es el empleo de la violencia en la comisión de los hechos. La utilización de una violencia desmesurada es el denominador común. Y tan preocupante como el incremento en la cantidad de delitos resulta el cambio en la calidad de estos delitos y las consecuencias que genera en la sociedad en general.
La sensación de inseguridad que provoca el potencial peli-gro que pueden generar actividades cotidianas como salir de noche, ir al río, detenerse en un semáforo, llevan a un cambio de costumbres que tiende a que las personas comiencen a sentirse seguras en el “adentro” de sus hogares, contraponiendo esto a la inseguridad en el “afuera”.
Es necesario exigir -afirma Barcia- una política criminal a nivel nacional con la que se compatibilicen las políticas provinciales, adecuándose a la realidad de las mismas. Dentro de ésta debe existir una clara intencionalidad respecto de propender a un mejor funcionamiento y coordinación de los organismos de control formal del delito (Policía, Justicia, Servicios Penitenciarios e instituciones pospenitenciarias) como medio idóneo para cumplir con la responsabilidad del Estado y para que puedan recuperar credibilidad frente a la sociedad. Es necesario, entonces, una policía que tienda hacia la prevención y la integración comunitaria, que profundice la relación con los vecinos para poseer información precisa y prevenir, así, la aparición de conflictos relacionales o esclarecer delitos (policía de proximidad).
La concepción de ciudades preventivas, propone el licenciado Barcia, seguramente podrá ayudar en esta tarea. Se trata de generar un consenso entre los distintos sectores de la sociedad para, por medio de una organización idónea que sea respetuosa de las características locales, lograr un grado de movilización comunitaria capaz de enfrentar la cultura de la violencia e incrementar la resistencia al delito. Las ciudades preventivas son básicamente ciudades solidarias. Se trata de espacios de inclusión, de tolerancia, donde el otro tiene un valor. Son aquellas que pueden dar respuesta a la violencia sin tener que generar más violencia desde sus estructuras.
“La mano dura no sirve”
La crisis que transita la Argentina la vuelve predecible. Podría afirmarse con un alto grado de certeza que se registrará un aumento de la conflictividad social. En los ’60, en los ’70, la lucha era por el sistema; ahora se lucha para entrar en el sistema. Todo esto que estamos viendo no pasa sólo en una sociedad pobre. Antes había otras redes de contención. Pero también había ideologías, utopías que ampliaban el horizonte de expectativas sociales.
Ahora aquellas no ejercen el efecto esperanzador que imprimían con todos sus matices, entonces -reflexiona Ricardo Barcia- todo se traduce en una situación cercana a la anarquía.
Y el mundo de la delincuencia es una parte más de este puzzle al que tanto se parece la Argentina.
“A mí me preocupa que el Estado aparece después, prometiendo más policía. La solución a esta problemática excede las propuestas sectoriales y fragmentarias. La ‘mano dura’ no sirve. Cuanto más represivos se vuelven los sistemas de control social, más se incrementan los indicadores de violencia sin afectar en la disminución de las tasas delictivas. Lo que viene será difícil. Hoy -asevera Barcia- nos encontramos en una sociedad totalmente excluyente en donde muchos prefieren ser delincuentes a no ser nada”.
Susana Yappert
Carlos Barcia, licenciado en psicología, llegó a Neuquén capital en 1978 y al año comenzó a trabajar como psicólogo en el servicio criminológico de la U-9.
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