De la necesidad a la virtud

La estrategia mediática oficial de transformar la necesidad en virtud se coronó el pasado viernes 21 con la presentación de un supuesto plan energético que, en rigor, fue una aceptación no reconocida de lo que no se realizó en los últimos años, en un largo período que excede en mucho a la gestión del ex presidente Néstor Kirchner.

El apresurado anuncio fue refrendado cinco días después con la igualmente apresurada sanción legislativa de una iniciativa a la que le puede caber indistintamente el calificativo de soberbia o candorosa: ¿alguien puede creer que la población tenía que esperar una ley para ahorrar energía eléctrica?

Si quedaba alguna duda sobre lo improvisado de los anuncios, el Boletín Oficial del lunes 24 fue suficiente para dejar convencidos a los incrédulos. En él se publicó el decreto 140, que faculta a la Jefatura de Gabinete a realizar todas las reasignaciones presupuestarias y hasta la ampliación del presupuesto para «hacer efectivos los planes».

A días de aprobarse la ley de Presupuesto de un ejercicio que aún no comenzó, los superpoderes tienen una nueva misión. Antes sería interesante que algún funcionario explicara cómo medidas supuestamente tan planificadas no figuran en la ex ley de leyes.

«En economía nada es para siempre» fue la frase elegida por la presidenta Cristina Fernández, a manera de salvoconducto para justificar los vaivenes de las políticas de gobierno: decidió modificar de apuro el huso horario, luego de negarse a considerar pedidos en ese sentido que desde diferentes sectores técnicos y políticos se le formularan desde 2003; en medio de la discusión de la ley se «descubrió» que en las provincias cordilleranas amanece más tarde que en el este (¿el vicepresidente mendocino Julio Cobos no se lo advirtió a la presidenta?); se dispuso a racionalizar el uso de electricidad en los edificios públicos, medida que pese a lo elemental de su elaboración nunca fue tenida en cuenta, y descubrió tardíamente la existencia de lámparas de bajo consumo.

De todos modos, debe admitirse que en el conjunto de anuncios que realizara el ministro Vido hubo algunos de singular trascendencia. Lamentablemente, la concurrencia al acto pareció no haberlo advertido: cuando adelantó que, nada menos que en el 2010, todo el país estaría eléctricamente interconectado (un logro que, de concretarse, sería uno de los más importantes de la gestión presidencial), De Vido cosechó menos aplausos que al momento de anunciar el denominado «plan» para cambiar lamparitas.

Si la virtud de un estadista radica en adelantarse a los tiempos de la sociedad en que se desenvuelve, habrá que avisar en el gobierno que centenares de miles de familias en la Argentina vienen cambiando sus viejos fusibles por lámparas de bajo consumo desde hace más de una década. Y lo hacen sin convocar a conferencias ni anuncios espectaculares, de la misma manera que nadie anuncia un plan federal de limpieza cuando barre su casa.

Pero la contracara del anuncio es obvia. ¿Qué hacía la administración pública nacional (y cuántas provinciales y municipales) cuando la población se abocaba al cambio de lámparas, no por moderna sino para economizar? Cuesta no denominar «derroche» a la utilización masiva de un instrumento tecnológicamente caro y obsoleto cuando se dispone de uno más moderno y económico.

La improvisación y el apuro para modificar la hora le impidió al gobierno considerar otra obviedad: a partir del 22 de diciembre (8 días antes de la instrumentación del cambio) el tiempo de luz natural comenzó a acortarse. Por lo general, los cambios de hora se realizan entre octubre (dos meses y medio antes del solsticio de verano) y marzo; es más, el propio De Vido adelantó que ése será el período para la temporada 2008/2009. ¿Por qué no se dispuso también para este año que el cambio comenzara en octubre? Una incógnita que debería responder un ministerio denominado «de Planificación».

Pasando por alto los cambios tecnológicos a escala mundial de las últimas décadas, la presidenta intentó justificar los cuellos de botella en el suministro eléctrico de los últimos años en que en la década del '90 la demanda era menor a la oferta porque «un país sin industria no necesita tanta energía». Sin entrar a considerar que la distribución misma de la energía eléctrica es un servicio y que el boom informático excede por lejos el uso para la industria, valdría la pena detenerse a analizar cómo y por qué creció el consumo de electricidad.

Para ello, en el gobierno cuentan con la información del INDEC pre-manipulación. La facturación total de energía creció entre el 2001 y el 2005 un 14,9%. La industria estuvo levemente por arriba del promedio, con el 21%, pero no fue el sector que registró la suba más pronunciada, ya que el riego agrícola tuvo un ascenso del 66,8%, triplicando al sector que para la presidenta fue el motor del crecimiento de la demanda.

Del lado de la oferta, la generación total de energía eléctrica creció en el mismo período un 19%, aunque la información desagregada muestra los riesgos de la falta de inversión en infraestructura: la generación de energía hidroeléctrica cayó un 7,9% y la nuclear un 2,9%. La suba se sustentó en el crecimiento del 44,1% de la energía térmica, lo que muestra, más allá de los discursos, el poco apego al desarrollo de las energías renovables (alternativas o tradicionales), reforzado con los anuncios del «plan», en el que los emprendimientos eólicos, solares, geotérmicos o mareomotrices brillaron por su ausencia a pesar de los estudios que sobre el tema se vienen llevando a cabo hace más de medio siglo.

Pero también ponen en evidencia los efectos en la balanza comercial, ya que ese aumento de generación térmica se dio con una caída del 13,6% en la extracción de petróleo. La diferencia se viene cubriendo con el permanente aumento de la importación de combustibles. No en vano el ministro de Economía, Martín Lousteau, destacó recientemente el «importante esfuerzo fiscal» del gobierno para satisfacer la demanda energética, un esfuerzo millonario que pudo haberse evitado con una mayor dedicación a la inversión en generación de energías renovables y la extracción de hidrocarburos; en otras palabras, con un plan.

 

MARCELO BÁTIZ

DyN

 


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