De la Rúa en la gloria

Por Arnaldo Paganetti

Con la fuerza de las aguas correntosas que se vierten cuando se abren las compuertas de un dique y, por curiosa paradoja, con la moderación de un santo, Fernando de la Rúa conquistó ayer con más del 50 por ciento de los votos, la Presidencia de la Nación del nuevo milenio. Arrastró, como a una simple hoja, al candidato del Partido Justicialista, Eduardo Duhalde, y sucederá el 10 de diciembre en la primera magistratura a Carlos Menem, quien anoche empezó a desplegar denodados esfuerzos por no ahogarse (de hecho, los estribillos aliancistas lo pusieron en el centro de la derrota, ignorando al gobernador bonaerense), e intentará a partir de hoy reasumir la conducción en el peronismo para prepararse a ejercer sin cortapisas la jefatura de la futura oposición.

Al quebrarse las filas oficialistas -sones de guerra se escuchan ya en las ciudadelas del menemismo y del duhaldismo buscando un progenitor-, llegó a su fin un ciclo político. La voluntad de cambio evidenciada por la ciudadanía, puesta a resguardo la estabilidad monetaria, tiene en líneas generales un horizonte claro. Se pretende: controlar la corrupción, aflojar las tensiones sociales con propuestas generadoras de empleos, recuperar las condiciones de seguridad pública sin apelar a la «maldita policía» y mejorar los ingresos salariales de los sectores que han quedado en el andén, al subirse la Argentina al tren del esquema global, hace una década.

Nadie espera que De la Rúa -un dirigente gris, al lado del sanguíneo correligionario Raúl Alfonsín y del frívolo e intrépido Menem, dos líderes carismáticos- vuelva atrás con las reformas liberales. Tampoco con los aceitados vínculos alcanzados con los organismos financieros internacionales y con el gobierno de Estados Unidos, aunque en este último caso buscará relaciones más maduras, en lugar de las «carnales», consagradas por el canciller Guido Di Tella.

Fiel a un estilo conciliador, el previsible dirigente del radicalismo iniciará negociaciones en el Congreso de la Nación, para tratar de obtener una vía libre a su dura empresa legislativa. En el Senado, las fuerzas le serán desfavorables hasta el 2001, cuando habrá una renovación total del cuerpo por elección directa. Y en Diputados, pese a la exitosa cosecha de la víspera, como no alcanzó quórum propio, tendrá que buscar entendimientos con los partidos provinciales y con la decena de seguidores de Domingo Cavallo, quien ayer le tendió una mano al asegurar que no hará obstrucción, sino que adoptará una actitud constructiva.

El traspié de la frepasista Graciela Fernández Meijide, en la provincia de Buenos Aires -el territorio más vasto y más rico, con 9 millones de habitantes- le abrió un grave problema a la Alianza. Sucumbir ante un cambiante Carlos Ruckauf (un día «cristiano», al otro ultramontano), le significó a la coalición resignar un distrito clave, donde se produce casi el 40 por ciento de la riqueza nacional.

El negativo resultado de Graciela, incluso, podría tener efectos en la capital federal, donde el maridaje de radicales y frepasistas tuvo una contundencia de camión blindado. Anoche, se aseguraba que Rodolfo Terragno reemplazará a Aníbal Ibarra en la nominación para jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, en la disputa que se celebrará el año próximo. Por supuesto, Carlos «Chacho» Alvarez (el vicepresidente electo) no está de acuerdo con ese gambito, pero deberá resignarse a lo que decida De la Rúa, verdadero artífice de la ola «moral» y de consolidación del joven proceso democrático.

La polarización, una tradición intacta, deglutió algunos «cucos». El demócrata mendocino Carlos Balter fue arrastrado por la corriente delarruista. No tuvo mejor suerte, el ex subcomisario Luis Patti, quien pasó un papelón en Ramallo, donde la policía del «gatillo fácil» consumó en forma inexplicable la masacre de los asaltantes del Banco Nación y sus rehenes, matanza que fue transmitida en directa por radio y televisión y que todavía está impune.

Patti, adalid de la seguridad con mano dura, retuvo poder en Escobar y en el ascendente partido de Pilar, lo que demostró que el «voto country» permaneció fiel al personaje que es pieza movible del presidente Menem.

Mientras el caudillo riojano recibía en Olivos a Diego Maradona y a Guillermo Cóppola, sus seguidores auguraban para Duhalde un destino de olvido, similar al que tuvo el candidato presidencial del radicalismo en 1995 Horacio Massaccesi. Pero Duhalde está dispuesto a atrincherarse con Ruckauf en la provincia de Buenos Aires y desde allí pasarle facturas a quien insiste desde la Rosada en que está dejando «un país que merece ser vivido».

El fenómeno delarruista alcanzó ayer un pico de gloria. Aun con una situación institucional débil, De la Rúa logró una hazaña memorable. Convirtió al menemismo en pasado y elaboró un discurso de unidad nacional y de afianzamiento de las libertades públicas. Demostró también que el enojo de la gente con los políticos no fue tan grande como para provocar una deserción masiva. Los sinsabores de algunos no echaron sombra sobre la democracia, que ayer vivió una fiesta serena, con más esperanzas que dudas.


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