De las damas Avon a las chicas multimarca
Allá por los años 60, ser una dama Avon era casi un grito de independencia y liberación femenina; la posibilidad de salir de la casa y ganar un sueldo sin depender del marido.
Pero la que fue la nave madre de todas las empresas que se dedican a la venta directa ya no es lo que era. Y las mujeres que se dedican a esto tampoco creen a pie juntillas el paquete completo de los folletos. “Si fuera verdad lo que te dicen, todas viviríamos de esto”, asegura María Eugenia, que tiene poco más de treinta años y ya pasó por todos los rubros posibles.
No es exageración: en ella sola se resumen todas las empresas. Organizó tuppersexs y ofreció juguetes sexuales; se pasó a la ropa deportiva; vendió cremas y cosméticos de todas las marcas y llegó a ser líder. Pero al final, se cansó.
“Es un trabajo en serio. Hay que ir a las charlas motivacionales y, cuando sos líder, tenés que motivar a tus vendedoras. Uno depende del éxito del otro así que tenés que estar todo el tiempo incentivando para que las ventas crezcan y todos se beneficien”, cuenta la chica, que ya no se dedica a este negocio pero que si ha sembrado la semilla en otras revendedoras que siguieron sus pasos.
María Angélica abrió en Roca un local de productos Millanel, que se vale de las consultoras que hacen venta directa por catálogo para funcionar. La diferencia con las otras empresas es que esta tiene a su distribuidor en pleno Alto Valle, así que las clientas no deben esperar una semana a que llegue su pedido por correo (como puede ocurrir con los otros productos que hay que solicitar a Buenos Aires).
La mayoría de las mujeres que trabajan para esta marca –unas 300 según las cuentas de María Angélica– son de Allen, Regina, Roca, Cipolletti y la Línea Sur, que completa su zona de influencia.
Las reglas, como en el resto, deben cumplirse para poder trepar la escalonada cima. María Angélica las enumera: para ingresar hay que hacer una primera compra no menor a 400 pesos (sumando varios pedidos). Y para sostenerse, hay que obtener órdenes de compra constantes. Pero al final, hay recompensa: “Las que venden más de 2.000 pesos tienen la tarjeta beneficios. Y si se mantienen así todo el año, van a la fiesta de gala, que se hace en un hotel de Buenos Aires, con todo pago”.
La zanahoria de los trofeos no funciona para todas. La propia María Angélica admite que las 300 revendedoras no son constantes. “El número se mantiene, pero la gente va cambiando. Se cansan, empiezan unas, abandonan otras y vuelve la rueda”, ejemplifica.
A diferencia de las damas Avon de los años 60, que se sentían embajadoras de la marca, las mujeres de esta década no parecen aspirar al privilegio de pertenecer sino al de consumir los productos que ellas mismas venden a un precio menor o gratis. O de hacer una diferencia que sume unos pesos al sueldo que ya tienen.
Alejandra hace años que vende cosméticos -primero Avon, después Gigot, ahora Natura- en los recreos que se toma en su propio trabajo. Anda siempre con el catálogo en el bolso y toma pedidos entre sus compañeras. “Voy cambiando de marcas porque me canso y siento que las clientas pueden cansarse también de comprar siempre lo mismo. Yo no hago un sueldo extra. Pero a veces me ayuda,aunque sea para darme algunos gustos ”, asegura Alejandra.
Allá por los años 60, ser una dama Avon era casi un grito de independencia y liberación femenina; la posibilidad de salir de la casa y ganar un sueldo sin depender del marido.
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