De sillas, bastonesy muletas

Así fue que empezó, y dio lugar a algunas reflexiones que me importunan tanto, que se las voy a pasar a usted, es decir, vamos a compartirlas.

Resulta que sí, hemos avanzado mucho desde esos años -no muchos- en que ser diferente -pensar diferente, actuar diferente, ser diferente- era sinónimo de peligro, y de peligro mortal. Muy bien. Poco a poco vamos construyendo la vida cotidiana, tratando de que ese tejido social, tan lesionado, se recupere y en algunos casos, forme tramas nuevas, necesarias. La integración es, quizás, esta trama nueva; esta parte de la red que nos sustenta a todos que presenta más agujeros y donde los viejos remiendos no sirven mucho, no los queremos más. Teóricamente.

Teóricamente, no queremos seguir escondiendo al pibe Dawn como se estilaba antes; no dejamos sentada mirando por la ventana a la nena en silla de ruedas mirando cómo corren sus vecinitas y esperando la maestra particular. No consideramos más las escuelas especiales como cotos cerrados, y no decimos en voz alta «pobrecito», «cieguito», «mudita» y todos los diminutivos conque nosotros, los «normales» demostramos lo compasivos que somos. La Constitución Nacional y prácticamente todas las provinciales han legitimado la diversidad y la diferencia como «riqueza»: no «el diferente», sino «la diferencia».

Ahora bien, me decía después Mariela -formadora de docentes-, que si con estos laudables propósitos no viene aparejado el sustento físico, arquitectónico, pedagógico, vamos mal. Piense en cosas tan cotidianas como la inmensa mayoría de escuelas con esas escaleras interminables, sin rampas. Piense en los baños. Imagínese nomás usted con un problema en una pierna y tratando de hacer del dos en una letrina. Piense en un distrito escolar con apenas un puñado de docentes capacitados en educación especial para asesorar a cientos de colegas en un radio de muchos kilómetros (colegas que como todos sabemos, han tenido que hacer curso práctico de nutrición, violencia familiar y escolar, y a los cuales, cada vez que aparece un tema tal como medio ambiente, educación vial, drogadicción, lo que quiera, ahí nomás viene aparejado «que forme parte de la currícula en los colegios»).

De todo esto hablamos las tres entre mate y mate, mientras los dos infantes se entendían a su manera, quizás comentando lo difícil que les resulta a los adultos ser generosos… como usted sabe, nacemos sabios y después viene la vida. La cuestión es que yo le decía a Valeria -ferviente defensora de la integración escolar y al mismo tiempo, claramente conciente de las falencias que convierten a una norma en una batalla heroica- que sólo hay una manera de hacer algo, y es haciéndolo. Quiero decir: si hubiera que esperar en cualquier aspecto de la vida, que confluyeran todos los factores, nunca iniciaríamos nada. Sigo sosteniéndolo. Lo que también me pregunto es que si rápidamente no se empareja el esfuerzo con los recursos físicos y profesionales; si desde el Estado, autor de las leyes, no se provee y alienta que este agujero no sea cubierto con remiendos, ¿qué pasa en realidad con estos pibes, sujetos de experiencias que debieran ser gratificantes y son mortificantes? ¿Cómo contenemos a las seños? ¿Cómo reaccionan los niños «normales» con sus pares «diferentes», ante la desidia y el descompromiso de los adultos? Creo que son mejores que sus referentes.

Esto es porque al ser aún niños, están más cerca de la sabiduría.

 

MARIA EMILIA SALTO

bebasalto@hotmail.com

 


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