De violadores y mujeres

Por Eva Giberti

Las páginas de los periódicos y las pantallas de la tevé, así como los noticieros radiales

están impregnados por las denuncias de violaciones contra mujeres, niñas y adolescentes en particular. Esta difusión, que comenzó a cubrir espacios periodísticos significativos desde mediados del siglo XX y que actualmente ocupa comentarios públicos de profesionales y de ciudadanos en general, constituye un avance desde la perspectiva de no ocultar y poner a la vista la existencia de este delito.

No obstante, se mantienen en la sombra las violaciones no denunciadas, ya sea porque las víctimas ignoran que deben hacerlo, porque aun sabiéndolo se sienten avergonzadas o por-que temen la descalificación social, por-que el violador es un amigo de la familia o un familiar cercano o porque cualquier otro podría ser el argumento destinado a silenciar el hecho por parte de quienes lo padecieron.

Es sumamente complejo asumir denuncias de esta índole dado que con frecuencia los mecanismos psíquicos defensivos quedan alelados, paralizados o sumergidos en el terror durante largo tiempo. Es preciso aclarar este punto para evitar la simplificación de quienes dicen: «¿Y por qué no hizo la denuncia inmediatamente?» En otras oportunidades, la denuncia es una palabra y una concepción ausentes en el mundo intelectual de la víctima.

Podemos encontrar dicha ausencia en mujeres que trabajan en servicio doméstico o en tareas propias del campo que dependen de las decisiones de un capataz o de un patrón: quejarse o reclamar significa perder el trabajo. Más riesgoso aun denunciar. Estos son los hechos. Pero no debemos retroceder en la necesaria información que ellas precisan y en el apoyo social y personal a este universo de mujeres que diariamente expone su cuerpo a la violencia, por el hecho de, justamente, ser mujeres.

¿Por qué viola un violador? La respuesta reclama varios seminarios dedicados a analizar el tema, pero como punto ineludible de cualquier planteo técnico-teórico corresponde marcar la eficacia del abuso de poder sostenida por las prácticas de las políticas patriarcales. Estas prácticas -que arriendan una porción de tales políticas- están sostenidas por la convicción de la superioridad masculina, creencia que además se complementa con la necesidad de contar con quien lo sirva y lo satisfaga sin límites ni apelaciones. Estas convicciones y creencias son parte del aprendizaje social: tanto en las familias, cuanto en innumerables instituciones suele fomentarse esta ideología que posiciona a las mujeres como objetos destinados a servir al varón.

Los violadores, cuya clasificación abarca diversas categorías, cuentan con la impunidad que puede otorgarle el silencio de las víctimas o la indiferencia policial y/o legal. Agravada, en no pocas oportunidades, por la sospecha sobre la víctima: ¿no habrá sido ella quien lo provocó? Como si -aceptando la falsedad implícita en la supuesta provocación- ese comportamiento fuese argumento para gestar un delito.

La violación no se ciñe a la búsqueda de placer sexual: uno de sus ejes reside en la satisfacción bestial de la necesidad de ejercer poder sobre quien no puede defenderse. Necesidad narcisista que estimula al violador antes y después de violar; el antes y el después son localizaciones temporales en las que encuentra, por una parte, la excitación del suspenso de lo que está por hacer -y por venir- y por otra parte, gozo en el recordar el terror de la víctima coronando y tipificando el registro de la penetración peneana.

O sea, el placer que se encuentra en dañar es uno de los niveles de análisis; otro nivel reside en el modo en que los violadores imaginan el placer.

No dudo de que la educación y la atención al desarrollo emocional de los varones desde pequeños constituyen una clave. También la educación y orientación emocional de las mujeres para no someterse a la impunidad de los violadores. Y sobre todo, y particularmente, la desactivación de creencias e ideologías machistas y patriarcales en la mente y los sentimientos de quienes deben legislar, juzgar, sancionar y además ejercer funciones de policía. También podría suceder que un violador precisa asistencia psicoterapéutica. En ese caso podrán brindársela en la cárcel.


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