Debate: la política desplazó a la economía
semana económica
Si entre los millones de televidentes del histórico debate de la noche del domingo hubo quienes buscaron pistas sobre la política económica que pondrá en marcha quien sea presidente el 10 de diciembre, seguramente se habrán sentido decepcionados y hasta desconcertados. Aunque el debate entre Mauricio Macri y Daniel Scioli significó un avance para la deteriorada cultura democrática argentina, la necesidad de asegurarse los votos conseguidos el 25 de octubre y tratar de sumar a quienes optaron por Sergio Massa, hizo que la economía pasara decididamente a un segundo plano. Probablemente este primer cruce frente a frente entre los dos candidatos pasará a la historia por las preguntas incómodas que no tuvieron respuesta. Y también por las chicanas que se intercambiaron mutuamente. Ya se sabe que en este tipo de debates, la imagen ganadora y de seguridad a transmitir a la sociedad cuenta más que el contenido de las futuras medidas. Aquí Macri obtuvo una ventaja inicial que a Scioli –más serio y tenso– le costó descontar, aunque ayer se inclinó por victimizarse. Por lo pronto en el primer bloque, dedicado al desarrollo económico y humano, quedaron claras las estrategias electorales de cada uno, aunque de ellas no surgió claramente el rumbo que adoptará quien se imponga en el balotaje del domingo próximo. Sólo se cruzaron acusaciones sobre lo que haría –o no haría– el otro. El candidato del FpV no se apartó de su objetivo de “demonizar” al de Cambiemos y convertirlo en el villano de la película. O sea, la misma línea adoptada tras el shock electoral del 25-O, reforzada ahora con los spots que incluyen la frase “No a este cambio”. En todo momento repitió que la política cambiaria que promete Macri será el preludio de una maxidevaluación, suba de precios y tarifas, deterioro de salarios, ajuste fiscal, recesión, pérdida de empleos, sumisión al FMI y pago a los fondos buitre. Como era previsible, Macri contraatacó afirmando que ese no es su objetivo, sino el de poner en marcha la Argentina, junto con la inversión y el empleo privado que están estancados hace cuatro años. “No seas mi vocero. No creo que los argentinos le tengan miedo al cambio. Los que tienen miedo son los que están en el poder y deberán abandonarlo”, se escudó. Una mirada más refinada indica que se trata de medias verdades. Si bien la palabra “ajuste” estuvo vedada a lo largo de la campaña, es evidente que la economía argentina muestra desequilibrios que el próximo gobierno deberá corregir para retomar el crecimiento. La cuestión es cómo y en cuánto tiempo. Aquí la clave es el programa económico integral que se aplique, que en la noche del domingo brilló por su ausencia en ambos atriles. Sólo hablaron de planes y medidas aisladas y casi nada de la inflación. La escasez de reservas en el Banco Central y el deterioro del tipo de cambio real serán el 10 de diciembre el problema más urgente y a la vez el más importante. Por lo que se conoce hasta ahora, las estrategias serían bien diferentes. Macri promete unificar el mercado cambiario oficial y levantar el cepo (con ciertas restricciones), en una apuesta a que reaparezca la oferta de “agro-dólares” (retenidos por productores) y “argen-dólares” (retenidos por ahorristas). Si eso ocurre, el dólar oficial podría estabilizarse por debajo del paralelo ($15) y reducir su impacto en los precios, especialmente si consigue un préstamo puente para reforzar las reservas. O sea que va de mayor a menor. Scioli apunta a una estrategia inversa, de menor a mayor. Consiste en mantener los controles cambiarios y un dólar “administrado” (habló de $10 en enero), promover un blanqueo amplio para divisas no declaradas y luego ajustar gradualmente el tipo de cambio por encima de la inflación mensual. Ambos prevén eliminar las retenciones (salvo parcialmente para la soja), pero en ninguno de los casos tienen el resultado asegurado. Dependerá del plan económico que lo acompañe. Lo demás ingresa decididamente ingresa en el terreno electoralista. Economistas de los dos candidatos compartieron hace poco más de un mes la asamblea anual del FMI en Lima, aunque sólo el equipo de Macri habló de normalizar rápidamente la relación con el organismo (cumplir el artículo IV) mediante el suministro de indicadores confiables sobre la economía argentina, lo cual supone reformar el Indec. Otro tanto ocurre con la necesidad de negociar una salida al conflicto con los holdouts. Dos hombres de confianza de Scioli (el gobernador Juan Manuel Urtubey y el ex titular del BCRA, Mario Blejer) se pronunciaron en este sentido pese a las críticas del kirchnerismo duro, para abrir el acceso al crédito externo y de los organismos internacionales. Pero este objetivo también requiere de un aval del FMI, aunque no se le pidan préstamos. Para diferenciarse ante el electorado, Scioli también reforzó últimamente algunas promesas de campaña que desconciertan a economistas y empresarios. Todas implican subas de gasto público y bajas de impuestos. Por caso, uno de sus últimos spots promete mantener los subsidios a las tarifas de gas, electricidad y transporte, que benefician mayormente a los usuarios del Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA), la de mayor número de votantes. En el equipo de Macri, en cambio, aseguran que la rebaja gradual de subsidios (aunque con tarifas sociales para los sectores de menores ingresos) será clave para reducir el déficit fiscal (que supera el 7% del PBI, de los cuales unos 5 puntos corresponden a subsidios). Aun así, el candidato de Cambiemos dejó sin respuesta la pregunta de su adversario sobre quién pagaría el costo de esa medida. Bien podría haber argumentado que las tarifas eléctricas en el AMBA están virtualmente congeladas desde hace 12 años (el promedio bimestral es más bajo que el de una pizza de muzzarella) y eso frena inversiones imprescindibles en generación y distribución, cuyas fallas dejan sin luz en verano (y ahora también en invierno) a miles de hogares. A lo largo del debate, Scioli pareció aferrarse a un guión previamente elaborado e impermeable a cualquier pregunta. Pero con una impronta setentista que lo emparentó con el discurso de Cristina Kirchner, pese a sus sobreactuados esfuerzos por diferenciarse (“Este gobierno termina el 10 de diciembre”). Así, reivindicó al “Estado presente” sin mencionar su falta de eficacia en muchas áreas; ni que el exceso de intervencionismo sobre la actividad productiva y exportadora retrae las inversiones privadas que promete atraer. Pero su leit motiv fue estigmatizar a Macri como “el candidato del ajuste” y acusarlo de volver al pasado. Sin embargo, los peligros sobre los que alertó Scioli no son remotamente comparables con la crisis de fin de 2001, ni tampoco la magnitud de los remedios. La historia económica muestra incluso planes de ajuste que fueron inicialmente exitosos para bajar la inflación y reactivar la economía (el Plan Austral, los primeros años de la convertibilidad), aunque luego sucumbieron ante el desborde del gasto público y el endeudamiento (externo e interno) para financiarlo. Allí la política también prevaleció sobre la economía. Claro que ni una cosa ni la otra se podían discutir en un debate tan pautado y cronometrado.
Néstor Scibona
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