Debates con jorobita

Por Héctor Ciapuscio

Uno de los temas más interesantes de la televisión en este mes han sido los encuentros entre los candidatos presidenciales de Estados Unidos, algo que reavivó nuestra decaída preocupación por la política. Por ejemplo, el diario «La Nación» se ocupó editorialmente de la conveniencia de que esos debates preelectorales se transformen aquí también en una obligación de los candidatos con la sociedad, mucho más porque entre nosotros el voto es obligatorio y no optativo como en Estados Unidos. Yo creo que esto sería un progreso en los ritos democráticos, pero dudo mucho de que lo podamos lograr teniendo la conformación de partidos y el tipo de políticos que tenemos. Falta, además, una tradición de encuentros estructurados para un buen cara a cara entre candidatos que compiten por un mandato electoral. Hubo en 1995, recordamos, un debate público entre un radical y un peronista programado con bombos y platillos que resultó frustrado, porque acudió uno pero no apareció el otro. La cámara mostró por largo rato a un candidato sentado como deudo en un velorio al lado de una silla vacía, desdeñada por quien, sin embargo, como prueba de que a sus seguidores les interesaban poco las comparaciones, ganó por lejos la elección presidencial. Están, por último, los déficit en cuanto a formación intelectual y a ideas de muchos de los que integran la «clase política». ¿Cuántos, por ejemplo, entre los que se pueden ilusionar con la Rosada, se prestarían a debatir dos o tres horas cara a cara con Elisa Carrió?

Volvamos a lo de Estados Unidos, donde también se cuecen habas como hemos visto antes y ahora en el Estado de Florida y en otras partes. Pero allí hay, además de los debates, varias otras cosas buenas. Por ejemplo, un diario independiente como «The New York Times» que declara expresamente en vísperas de la elección presidencial a cuál de los dos candidatos apoya. Así, desde el 17 de octubre trae como «Permanente» un mensaje a sus lectores bajo título «For President» que expresa: «John Kerry tiene cualidades que pueden ser la base de un gran jefe ejecutivo y nosotros, entusiastamente, lo apoyamos para presidente». Y, por otra parte, mantiene como columnistas principales, al lado de un Paul Krugman y un Thomas Friedman -que son «pro-Kerry»- a un William Safire y un David Brooks, «pro-Bush».

Este diario también fue el más destacado en ocuparse de uno de los hechos más pintorescos que se recuerden en tiempos preelectorales publicando en su edición internacional del 18 de octubre una columna política bajo título «Una pregunta pos-debate: ¿Está sobreprotegido Bush?» La especie se reflejó de inmediato y ampliamente en la prensa europea pero no, que sepamos, en la nuestra. Se refiere a algo curiosísimo ocurrido en las tensas sesiones entre los dos candidatos presidenciales: la extraña protuberancia entre sus omóplatos que muestran las tomas fotográficas de la espalda del presidente Bush en ocasión del primero y el segundo de esos debates; el diario trae en la primera y segunda plana imágenes de esa rara jorobita en el atuendo del candidato. El texto refiere que entre los demócratas y masivamente por Internet circuló enseguida la explicación de que se trataba de un pequeño receptor que transmitía respuestas «sopladas» por un consejero desde bambalinas a un adminículo auditivo insertado en el oído del líder republicano. Tecnología inalámbrica, wireless technology, en suma. La explicación fincaría, según sus críticos, en el temor de Bush de verse superado por el calibre intelectual del otro. Desde el lado oficial se indignaron: «Es la historia más ridícula de la campaña», dijo uno. «Yo le puse el saco y no vi nada, y cuando se lo saqué tampoco», dijo un asistente. «Es que ese saco era defectuoso», aclaró el jefe del staff de la Casa Blanca. Y remató con ironía el presidente del comité nacional demócrata: «Si tuvo un audífono durante el debate y las que dio son las mejores respuestas que puede dar, entonces habría que someterlo a «impeachment» y a los que se ocuparon en eso no permitirles volver a trabajar». Pero cerrando su comentario, más serio: «Honestamente, no pienso que el hombre vaya a arriesgar su presidencia utilizando un transmisor en el debate. No lo puedo imaginar».

Tengan razón los que sospecharon o la tengan los que desmintieron, lo cierto es que, publicado en un diario considerado el mejor del mundo, un episodio como éste llama al asombro. O, algo más divertido, a la evocación de una imagen legendaria de la historia de la técnica, aquella del famoso «turco ajedrecista» de Von Kempelen, el autómata vestido a la musulmana que derrotaba a los mejores jugadores, hasta a Napoleón y Federico el Grande, y no era otra cosa que un aparato que embutía en su interior, para dirigir el hábil movimiento de las piezas, a un enano francés campeón en teoría del juego-ciencia.


Uno de los temas más interesantes de la televisión en este mes han sido los encuentros entre los candidatos presidenciales de Estados Unidos, algo que reavivó nuestra decaída preocupación por la política. Por ejemplo, el diario "La Nación" se ocupó editorialmente de la conveniencia de que esos debates preelectorales se transformen aquí también en una obligación de los candidatos con la sociedad, mucho más porque entre nosotros el voto es obligatorio y no optativo como en Estados Unidos. Yo creo que esto sería un progreso en los ritos democráticos, pero dudo mucho de que lo podamos lograr teniendo la conformación de partidos y el tipo de políticos que tenemos. Falta, además, una tradición de encuentros estructurados para un buen cara a cara entre candidatos que compiten por un mandato electoral. Hubo en 1995, recordamos, un debate público entre un radical y un peronista programado con bombos y platillos que resultó frustrado, porque acudió uno pero no apareció el otro. La cámara mostró por largo rato a un candidato sentado como deudo en un velorio al lado de una silla vacía, desdeñada por quien, sin embargo, como prueba de que a sus seguidores les interesaban poco las comparaciones, ganó por lejos la elección presidencial. Están, por último, los déficit en cuanto a formación intelectual y a ideas de muchos de los que integran la "clase política". ¿Cuántos, por ejemplo, entre los que se pueden ilusionar con la Rosada, se prestarían a debatir dos o tres horas cara a cara con Elisa Carrió?

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