Bautismo en el arroyo Valcheta

La enjundiosa pluma del padre Agustín Entraigas supo rescatar muchas historias relacionadas con los misioneros salesianos en el interior del entonces Territorio Nacional del Río Negro. Y varias de ellas sucedidas en Valcheta, donde supo misionar entre otros el padre Domingo Milanesio, quien bautizara a Ceferino Namuncurá.

Con amenos trazos literarios Entraigas cuenta un relato sucedido en Valcheta a principios del siglo pasado.

“Uno de los beneméritos misioneros salesianos del sur argentino fue, a no dudarlo, el R. P. Carlos Frigerio. Llevó largos años de vida misionera, pero su ‘bautismo’ como misionero patagónico lo recibió el 22 de mayo de 1917 en el arroyo Valcheta. Fue un bautismo por inmersión”.

“El 12 de noviembre de 1916 salía de Conesa acompañado por el hermano salesiano don Santiago Sikora. Sus medios locomotores: un sulky veterano y dos mulitas mañeras. Salió rumbo a San Antonio. De allí se dirigió a Maquinchao, donde comenzó la misión que duró siete meses. Después de muchas e interesantes peripecias por aquellas quebradas de la precordillera volvía hacia Conesa. Era a mediados del mes de mayo, cuando pensó en regresar. Quería pasar por Valcheta y celebrar allí la fiesta de María Auxiliadora. Por eso anhelaba llegar con algunos días de antelación al 24 de mayo. Pero entre una cosa y otra llegó el 22 de mayo y aún estaba en camino. Era una noche fría y oscura como una mala conciencia. Llegó a la casa del señor Jacinto Lucero, su gran amigo y huésped obligado de sus giras. Pero esa noche, con gran pena, el buen Lucero no le pudo dar hospitalidad. No tenía lugar. Entonces el misionero enderezó las mulas hacia la casa de la bondadosa y benemérita señora María Scandroglio, madre del actual juez de Paz de Valcheta. Para ahorrar camino, se dirigió al puente denominado Chico. Al llegar al río, le dijo a su acompañante: ‘Mejor será que te bajes y vayas al otro lado del puente, de a pie’. A esta sazón había comenzado a llover y el viento sacudía rabiosamente los álamos, produciendo un fragor siniestro”.

“Apenas las mulas pisaron el maderamen del rudimentario puente se asustaron y comenzaron a temblar con ese delirium tremens característico de los animales espantados. Fue entonces cuando el buen misionero, como para romper aquella situación embarazosa chicoteó a la mula ‘ladera’. Esta da un recio tirón al sulky. El trozo de álamo que servía de baranda al puente se rompe. Una de las ruedas cae afuera del puente. El sulky pierde la estabilidad y al inclinarse violentamente hacia el río el buen padre cae entre las frías aguas, que pasaban murmurando quién sabe qué salvajes sinfonías bajo el puente… Afortunadamente la mula ‘varera’ haciendo un esfuerzo extraordinario, hincando sus pequeños cascos entre las rendijas del piso, mantuvo el carruaje pendiente del andamiaje del puente”.

“Entretanto, el P. Carlos habíase zambullido varias veces, había bebido más agua de la que deseara, y dando heroicas brazadas y manotazos de ahogado iba ya trepando la empinada cuesta de la ribera. ‘¡Padre, padre!’ gritaba el buen Santiago, a voz en cuello. Como si el heroico misionero se hubiera olvidado de él”.

“Cuando por fin tuvo la boca desocupada, el P. Carlos contestó: ‘Acá estoy, hombre. No ha sido nada. Un bañito y nada más…’ . Y subía sobre el puente chorreando por los cuatro costados. La sotana totalmente empapada producía un rumor, al caminar, que daba frío. Entretanto, la fiel mulita ‘rubia’ –como la llamaba el misionero– mantenía aún el cochecito colgado del puente. Hicieron enseguida alguna tentativa para levantarlo. Pero fue inútil. Entonces se pusieron ambos a gritar hasta desgañitarse: ‘¡Auxilio! ¡Socorro! ¡Auxilio!’. Y así por diez minutos, hasta que llegó un buen sirio libanés que vivía en las inmediaciones y les ayudó a levantar el sulky”.

“Reataron como pudieron la vara que tenía quebrada y despacio se dirigieron a la casa del señor Scandroglio. Allí apareció en el patio la quijotesca figura del buen misionero, con la sotana hecha una sopa, unas botas patrias, que le habían regalado en Maquinchao, ya que los zapatos los había roto en los primeros meses de la misión, y sin sombrero. Golpea las manos. Salen los muchachos. ‘Soy el padre Carlos’. Otras veces salían todos a recibirlo y agasajarlo. ¿Por qué hoy la buena María no lo hace pasar pronto, hoy que tanto necesita? Es que precisamente en esos días habían estado por allí unos hábiles estafadores de hábito talar que presentándose como sacerdotes hacían su agosto en pleno mayo. Es de imaginar las disculpas y excusas de la señora cuando comprobó ‘de visu’ que realmente aquel no era ningún farsante, sino el mismísimo P. Carlos en cuerpo y alma, con el cuerpo transido, tiritando y congelado, pero con el alma ardiendo de aquel santo amor a las almas que lo llevó a tantos y heroicos sacrificios”.

Una pequeña historia más de aquel Valcheta de principios del siglo pasado, donde todo era distinto y requería de una enorme cuota de sacrificio a los esforzados pioneros que la habitaban.

*Escritor de Valcheta

El padre salesiano Carlos Frigerio tuvo una intensa tarea como misionero en el sur rionegrino a principios del siglo pasado. La historia de su “inmersión”.

Datos

El padre salesiano Carlos Frigerio tuvo una intensa tarea como misionero en el sur rionegrino a principios del siglo pasado. La historia de su “inmersión”.

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