El imaginario centralista del territorio inhóspito y su futuro

La permanente reivindicación de que la explotación de los recursos naturales de su territorio incentive la localización de actividades económicas que resulten en niveles de empleo e ingreso acordes al nivel de bienestar y oportunidades de una sociedad desarrollada, en un marco de sustentabilidad ambiental y social, constituye un reclamo histórico de los habitantes de la Patagonia. Fue en este sentido que diversos planes de desarrollo regional, asentados en la idea de estimular a través de un conjunto de medidas fiscales y crediticias las inversiones que posibilitaran generar producciones demandadas en los mercados internos y externos, intentaron llevar estas ideas al plano de la realidad, en general con pocos éxitos concretos.

Sin embargo, el mundo y las visiones que apoyaron y dieron origen a esas políticas hoy son parte del pasado. El desarrollo económico como concepto ha sido reemplazado en la teoría y los discursos por la necesidad de adaptarse a las exigencias de la globalización y el nuevo orden internacional; asimismo, resulta poco probable que la reivindicación regionalista encuentre un lugar prioritario en las agendas políticas y económicas de los gobiernos nacionales, que trasciendan meros formalismos de convocatorias diluidas en la ausencia de acciones positivas, casi exclusivamente dirigidas a rediseñar permanentemente las relaciones fiscales nación-provincias.

La ausencia de proyectos nacionales que posibiliten evitar una inserción volátil y contradictoria de nuestro país en la creciente internacionalización económica se refleja en la pérdida de calidad de las políticas estatales hacia la Patagonia.

Las medidas nacionales focalizadas en el subsidio y la reducción impositiva se basan en la concepción de la Patagonia como territorio inhóspito, sustentada en la visión de poblaciones alejadas, viviendo en medio de la aridez y las inclemencias climáticas, con actividades económicas que también sufren los mayores costos atribuidos a dicha situación y que por lo tanto precisan de la contribución estatal para soportar el mayor costo de vida.

Allí aparecen entonces los supuestos paliativos que las condiciones de la región demandan: el menor precio de los combustibles, subsidios energéticos, zona desfavorable y otras medidas parciales tendientes a reducir las desventajas de localización.

Todo ello, eliminado cíclicamente cuando las necesidades fiscales de la Nación exigen ajustar las cuentas y perseguir mediante una mayor presión tributaria la transferencia de recursos desde la región.

En el medio de este escenario, las medidas de subsidios y menores impuestos (que en este contexto resultan diluidas por continuos aumentos de costos y otros tributos), si bien favorecen a los habitantes y sectores económicos arraigados en la región, al mismo tiempo expresan el límite que alcanzan los contenidos de los proyectos y políticas nacionales de las últimas décadas hacia la región. No se encuentra allí un mínimo indicio de estímulos que se orienten al fortalecimiento de capacidades tecnológicas y humanas que permitan aumentar las oportunidades y la productividad de los sectores locales, la reconversión del sistema frutícola, agroindustrial y turístico entre otros, es decir políticas dirigidas al conjunto de actividades que constituyen el paradigma de una inserción económica que abriría nuevas perspectivas para el desarrollo de las comunidades locales.

Por otro lado, el despliegue de empresas de nivel global y las exigencias que se plantean sobre los territorios para alcanzar niveles de competitividad acordes a la lógica de los procesos de valorización económica del siglo XXI condicionan y limitan las alternativas locales.

Así, el desarrollo actual de nuestra región está determinado fundamentalmente por las decisiones que adoptan los niveles políticos y económicos, nacionales e internacionales, frente a un contexto de acciones de gobiernos y sectores sociales provinciales que se presentan fragmentadas, inconexas y con ausencia de ejes comunes de articulación.

La visión centralista del territorio patagónico inexplotado como germen de oportunidades expresa que la región debe canalizar su integración a los intereses de la Nación y del mundo mediante la explotación intensiva de sus recursos naturales no renovables.

Los presidentes y los ministros, los funcionarios internacionales, los inversores que llegan a nuestra región, han reemplazado el diálogo con sus habitantes por el propósito casi exclusivo de conocer Vaca Muerta.

Sin embargo, no faltan tampoco allí las garantías estatales de contratos con valores reconocidos en dólares, esquemas especiales de importación de equipamientos, y otras compensaciones que ya no se justifican por las condiciones geográficas desfavorables, sino por lograr que el inversor se sienta atraído por una ecuación económica que brinde factibilidad a los proyectos empresarios que permitirían el despegue patagónico.

Posiblemente, en algún momento del cercano devenir, deberemos superar los límites ideológicos y fácticos que configuran esta creciente inserción periférica de nuestro país y recuperar las tradicionales y siempre vigentes concepciones del originario regionalismo patagónico.

*Economista, docente de la Universidad del Comahue.


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