El territorio es mucho más que la ciudad

En las últimas semanas funcionarios nacionales y neuquinos se refirieron a la temática urbana de la capital neuquina, aludiendo que “la mancha urbana se extendió y creció sin infraestructura, sin conectividad, sin escuelas y sin equipamiento” y que por ello debemos hacer “crecer a las ciudades hacia arriba”. Decir esto es no entender la complejidad del tema, debido a que la densificación también requiere de reordenamiento, equipamiento, infraestructura e inversiones extraordinarias para un casco urbano no preparado.

Justificar estos dichos mencionando la “nueva” agenda urbana (determinada por ONU-Hábitat III en Quito), sin analizar profundamente la implicancia y consecuencias de ésta, no parece ser la forma correcta de encarar un tema complejo y profundo como lo es el hábitat humano y su sustentabilidad. Por ello es que expresiones como “el mundo es urbano” y que a partir de allí “las ciudades deben densificarse” son frases que recortan una realidad territorial que va más allá de la urgencia de los funcionarios que pretenden justificar “políticas de gobierno” y convertirlas en discursos “urbanísticos”.

Que existan porciones de tierra libre en materia edilicia y que se pretenda construir en ella no implica dar respuesta a ningún postulado de “ciudad sustentable”, muy por el contrario nuestras ciudades están ávidas de espacios verdes y la mancha urbana requiere de pulmones donde el habitante pueda “respirar” y recrearse. Por otra parte las ciudades tienen un “parque habitacional” ocioso lo suficientemente amplio como para dar inicio a la densificación tan exclamada desde ese plano.

Ahora bien, intentemos desarrollar el tema desde algunos de los múltiples ángulos posibles e iniciémoslo hablando de Hábitat III desarrollado en octubre de 2016.

Claramente la visión sesgada del territorio por parte de ONU-Hábitat imposibilita entender “lo urbano-rural” –como lo antropizado– inserto en un sistema complejo, ya que es fundamental hablar de territorios y no de lo “urbano”.

El territorio es mucho más que ciudad y si no se abordan temas como la producción alimentaria y los derechos de los pequeños agricultores, el rol crucial de la economía social, solidaria y de cuidado; la regulación de los mercados financieros e inmobiliarios; el acaparamiento de tierras y la protección de los derechos a la tierra de las comunidades; y la necesidad de la protección del sistema natural como derecho humano, la “nueva agenda” fracasará. Se debe entender el hábitat como “un bien social” y no como “un bien comercial”.

La complejidad del territorio es lo primordial para hacer un análisis y obtener diagnósticos precisos que nos den lugar a generar oportunidades de intervención y esta complejidad, como dice el sociólogo francés Edgar Morin, “se presenta con rasgos inquietantes (…) del desorden, la ambigüedad, la incertidumbre…”, de allí que el territorio no nos ofrezca respuestas claras a temas específicos, el territorio es un campo de fuerzas, una tela, una red de relaciones; en definitiva un espacio cuyos elementos deben ser estudiados y analizados con vistas a obtener un conocimiento espiralado y no lineal.

El ordenamiento territorial como “sistema abierto” es muy importante en los procesos de planificación. Citando a Richard Sennett, podemos decir que deberíamos “tener una construcción que, conforme la construyes, puede ser modificada y adaptada e incluso después de ser terminada puede ser readaptada por su uso”. Así es como la mayoría de las herramientas evolucionan, no tienen una función fija”.

Es así que pueda pensarse la integralidad del territorio desde una mirada social comunitaria y no mercantil, donde el suelo –como bien finito– determine un equilibrio espacial del hábitat humano, el medio natural sea un bien social sustentable, se preserve la salud, educación, seguridad, recreación, alimentación, movilidad, etc., de la totalidad de los habitantes y no sólo de quienes acceden a estos derechos porque pueden “adquirirlos” económicamente. Ese será el camino para alcanzar territorios inclusivos y libres, para que la ciudad no sea la última salida y pueda ser una opción más de los habitantes que migran de la ruralidad. El derecho a la ciudad debe ser visto como una opción de las personas y no como una obligación, la falta de oportunidades en cualquiera de los ámbitos territoriales –urbano y rural– genera un habitante sin derechos.

Por otra parte debe fomentarse la ciudad inclusiva como eje, crecer en altura no es una salida, o al menos no la única, ya que (en primer lugar) debemos preguntar para qué y quiénes se densifica y, por otro lado, mientras se pregona esto, nada se hace por modificar territorios gentrificados por loteos en zona productiva –propiciados por inversores inmobiliarios– como sucede con el periurbano en el Alto Valle intervenido por parcelamientos de baja densidad (barrios privados). Por ende en los conglomerados urbanos existen hoy ciudadanos sin ciudad (los habitantes de urbanizaciones cerradas) y ciudades sin ciudadanos (millones de excluidos en asentamientos informales).

Como vemos el territorio y su planificación es un complejo físico, social, económico, político, cultural, etc., al que la construcción de “torres de departamentos” sólo le proporciona mayor complejidad, y lo importante es tener claro que un grupo de “desarrolladores inmobiliarios” no será el que piense la planificación como “sistema abierto” tal cual lo dice Sennett.

*Presidente de asociación civil Un Techo para mi Hermano

El ordenamiento territorial como “sistema abierto” es muy importante en los procesos de planificación.

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Omar Reggiani *

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