Elogio del tamarisco

Amo los tamariscos. Mi poesía tiene no sólo raíces sino hojas y olor a tamariscos. Sus ramas se enredan en mis palabras y crecen desaforadas por las cuartillas de mis versos. Son su gloria y ornato. Sus raíces le dan sustento a mi poética que tiene su mismo tesón y persistencia. Se hunden en los arenales o los pedreros y fructifica en versos desiguales como sus ramas. El aroma del tamarisco brota de la tinta y en las noches del verano mientras escribo me refresca el alma. Es el bálsamo para mi poesía.

Recuerdo los tamariscos de mi ciudad de Bahía Blanca atrás de la Estación Rosario glosada por los Visconti o airosos y fuertes en el balneario Maldonado. Nada les hace mella: ni la falta de agua ni el salitre impertinente, ni los fríos gélidos de la Patagonia ni los calores del desierto, ni los vientos indómitos.

Tienen carta de credencial en la literatura que los cita profusamente.

Hasta una editorial lleva su nombre: Tamarisco, a secas.

Mi amigo José Juan Sánchez –escritor de Viedma y ferroviario de alma– me obsequió con una amable dedicatoria su libro de relatos “Raíces de Tamariscos”. Tal vez por los recuerdos de su infancia en la estación de trenes de Valcheta donde los tamariscos hasta el día de hoy se enseñorean presuntuosos en el andén llenos de adioses y despedidas.

Quien se adentra hacia el paraje de Sierra Pailemán en la zona sur de la provincia de Río Negro se verá gratamente sorprendido porque una hermosa formación de tamariscos lo saludará con salvas de verde frescor.

En la vieja casona de Valcheta donde viví muchos años con mis padres (y fui feliz sin darme cuenta) hice amistad entrañable con los tamariscales del patio donde un aljibe era dueño y señor. Con mi buen padre (el hombre bueno y manso del Evangelio) sierra en mano los trozábamos y hacíamos la leña que alimentaba la cocina económica marca Istilart con serpentina y todo.

Por eso llevo los tamariscos en mi alma, me florecen por todos lados, me guarecen del mal tiempo, me abrigan con sus manos arbustivas, me hablan de su simple vida vegetal, me confían sus cuitas, me cuentan de sus amigos los gorriones, me preguntan cómo es el mundo en otros lugares, se ponen tristes porque algunos dicen que son feos, se arrebujan en torno a mis palabras.

Yo les digo que son mis amigos favoritos y se ponen contentos. Se ríen con el viento, se bañan con las lluvias, se secan con el sol, se perfuman antes de la tormenta.

A mí me gustan las cosas sencillas y simples por eso será que soy tamarisquero sin sombrero. Siento cuando salgo a caminar por las vías del tren en Valcheta su presencia compañera a la vera del arroyo y me siento contento y acompañado. Son centinelas de mis pasos, silentes y respetuosos y más prudentes que muchos de congéneres.

A veces los siento crecer, su laborar secreto y tenaz enraizando sueños de arraigo y serviciales para lo que se guste mandar.

En San Antonio Oeste proliferan cerca del mar y son casi la única sombra bajo el sol canicular de los veranos. Debajo de ellos leí una vez a García Márquez.

Mi amigo, el cantor patagónico Rolando Lobos, que ha musicalizado varios de mis poemas, quería uno mío que le cante al tamarisco porque sin saberlo él también es tamarisquero y las ramas de los mismos envuelven los notas de su canciones. Y bueno, salió nomás el tema a dos manos:

“Tamariscos de mi tierra”:

“Tamariscos de mi tierra/ que resisten a los vientos/ por humildes y sencillos/ mi canto yo les ofrezco. / Tamariscos de mi tierra/ raíces que llevo adentro. Aguantados y sufridos/ tan solitos en invierno/ con el alma destemplada/ en ellos yo me guarezco. / Tamariscos de mi tierra/ raíces que llevo adentro. No importan los salitrales/ ni los basaltos sedientos/ se arraigan entre las piedras/ y resisten en silencio. / Tamariscos de mi tierra/ raíces que llevo adentro. Tamariscos de mi tierra/ hasta su perfume siento/ cuando la tarde calcina/ con los soles de febrero. Tamariscos de mi tierra/ raíces que llevo adentro. Yo les tengo simpatía/ por ser sencillos y austeros/ por su sombra y su frescor/ ellos son mis compañeros. / Tamariscos de mi tierra/ raíces que llevo adentro.

*Escritor, Valcheta

Nada les hace mella: ni la falta de agua ni el salitre impertinente, ni los fríos gélidos de la Patagonia ni los calores del desierto, ni los vientos indómitos.

Datos

Nada les hace mella: ni la falta de agua ni el salitre impertinente, ni los fríos gélidos de la Patagonia ni los calores del desierto, ni los vientos indómitos.

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