Las viejas pulperías y almacenes de ramos generales en la Patagonia

A través de múltiples ilustraciones como el óleo de Carlos Morel “Payada en una pulpería”, la conocida litografía de César Bacle de una pulpería de campaña, obras de Prilidiano Pueyrredón, de Manuel Blanes, de León Palliere o de las muy populares viñetas de Molina Campos, podemos tener una idea aproximada de cómo eran esos establecimientos de campo.

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Según se dice eran de “dimensiones medias, un mostrador protegido con rejas –seguramente, para evitar atropellos y desbordes de los parroquianos–, una escasa cantidad de mesas para facilitar la permanencia de los lugareños o los ocasionales pasajeros que hallaban en estos negocios la bebida y el entretenimiento necesarios para acortar el tiempo y reducir distancias”.

Y también, lo que no es menor, una esquina en medio del campo que era un punto de encuentro para el intercambio de novedades, para jugar a los naipes adentro o a la taba afuera.

Según el “Vocabulario y refranero criollo” de Tito Saubidet, “la pulpería es almacén, tienda, taberna y casa de juego. Sitio de cita del paisanaje. En ella se juega a los naipes, a las bochas, a la taba y, en los días de fiesta, se corre la sortija”.

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Por su parte el Diccionario de la Lengua Española define a estos establecimientos de la siguiente forma: Pulpería: “(De pulpo) Tienda en América, donde se venden diferentes géneros para el abasto, como sin vino, aguardientes o licores y géneros pertenecientes a droguería, buhonería, mercería, etc.”.

Confirmando dicha definición en México se las denomina pulquerías.

Entre las más conocidas se recuerdan La caldera, La Estrella, La Blanqueada, Tomo y Obligo, La Puerta del Diablo, La Aurora, El Ombú y otras.

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Con respecto a su etimología, Fray Pedro de Simón estimaba que se las llamaba así “porque si los pulpos poseen muchos pies, ellas tienen muchas cosas para vender”, pero no es la versión más aceptada.

Otros afirman que como los primeros pulperos eran españoles (se registran los apellidos de algunos) le pusieron el mismo nombre que con el que se conocía en la península a los comercios que vendían entre otras cosas pulpos.

Según la mayoría de los autores, el vocablo deriva de “pulquería”, pues en lengua pampa llamase “pulkú” al aguardiente, que era la principal bebida que se expendía en este tipo de negocios.

Hilario Ascasubi en un recordado poema glosó que “Cuando era el sur cosa extraña/ por ahí junto a la laguna que llaman Espadaña/ poder encontrar alguna pulpería de campaña”.

Un censo realizado en 1810 citaba que había sólo en la ciudad de Buenos Aires 364 pulperías anotadas.

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En el Martín Fierro de José Hernández encontramos que varios acontecimientos se desarrollan en ellas, como la recordada payada de Fierro y el moreno, y en otro libro clásico de nuestra literatura el altercado de don Segundo Sombra con el Tape Burgos se produce también en una pulpería.

Con respecto a sus dueños Godofredo Daireaux esboza a uno de estos comerciantes: “Rechoncho, colorao, risueño, afable, don Eufemio era todo el tipo de pulpero de profesión, y nada más”.

Como un dato llamativo podemos citar a la célebre “Pulpera de Santa Lucía” de Héctor Pedro Blomberg con música de Maciel.

¿Había pulperías en la Patagonia? Seguramente, pero fueron reemplazadas por los almacenes de ramos generales y algunos de ellos perduran en la región sur, que se pueden visitar pues están como detenidos en el tiempo.

Sin embargo, “hoy son escasas las que se conservan en estado puro, pero entre las modalidades nuevas de explotación de circuitos turísticos figuran varias pulperías donde se reproducen escenas y se han restaurado espacios para apreciar la usanza tradicional de aquellos tiempos”.

*Escritor de Valcheta


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