Lo que el viento se llevó: la visión de una “Patagonia vacía” marcó el plan

La foto del año pasado es conocida: todos los gobernadores de las provincias patagónicas reunidos con el presidente para presentar un proyecto integral de desarrollo regional, el plan Patagonia, algo que no resultó sorprendente. Subido a un credo de desarrollismo genérico (discurso que resultó muy efectivo en la elección del 2015), el macrismo apalancó su campaña con el plan Belgrano (que se orientaba a refundar el norte argentino, abandonado a su suerte casi desde la ruptura de la ruta de la plata potosina acaecida en 1810). De hecho, en el ya mítico debate antes del balotaje, Macri dedicó sus últimos minutos no a responder las consignas de Daniel Scioli sino a puntear de qué la venía el tan mentado plan.

La idea puede resumirse entonces más o menos así: plan Belgrano para el norte, plan Patagónico para el sur: la promesa del macrismo fue desarrollar dos regiones “olvidadas” del país. Llevar el Estado eficiente, eficaz y planificador a los confines más alejados.

Desde ya que la propuesta era tentadora, cuando se produjo el llamado a los gobernadores de la Patagonia estos acudieron prestos solicitando 208 iniciativas por un total de $ 340.000 millones de pesos, que iban desde centrales hidroeléctricas (Chihuido I en Neuquén, Néstor Kirchner y Jorge Cepernic en Santa Cruz), centrales térmicas (como en Ushuaia), un parque eólico (en Chubut) y hasta un proyecto de tren (en Río Negro). Como se ve, proyectos ambiciosos donde aparecía la primacía de lo energético, acaso el sello distintivo en la región desde la década del 60. Vaca Muerta como la cucarda de la Argentina en el siglo XXI.

Sin embargo, la historia de los meses siguientes es por demás conocida. Subejecución primero y, verbigracia del acuerdo con el FMI, no ejecución después. Esta falta de concreción de un proyecto tan ambicioso en realidad hoy no resulta del todo sorprendente, y hasta casi menor, en unos meses caracterizados por una feroz corrida cambiaria y licuación de capital político por parte de Cambiemos. Lo interesante es que en realidad la falta de carnadura que tuvo el plan Patagonia no resulta un rayo en una noche de oscuridad sino un jalón más en el marco de una región sobreanalizada y subejecutada.

Hace más de un año publicamos una columna en estas mismas páginas en la que desarrollábamos una interpretación surgida de la lectura de los fundamentos del plan. Decíamos entonces que el plan Patagonia transmitía una visión de la misma como una región vacía, una tabula rasa sin historia ni proyectos propios.

En los documentos dados a conocer se señalaban conceptos amplios y vagos como “aprovechar el viento” o “desarrollar el turismo”, como si a ninguno de los actores institucionales y políticos existentes en las provincias sureñas nunca se les hubiera ocurrido que la energía eólica era posible aquí, o como si el turismo no fuera una de las principales actividades económicas nativas. No se refería la larga y rica historia de pensamiento patagónico sobre la región, encarnada en instituciones de gobiernos provinciales y locales, universidades, organizaciones de la sociedad civil.

La apuesta a un trabajo multiagencial, que pudiera coordinar las escalas nacional y subnacionales (provincial y municipal), básicamente poner a trabajar funcionarios de nación, gobernación y ciudad, hubiera sido posible sin grandes erogaciones.

Salvo algunas fotos con tinte político, o una serie sistemática de visitas a la Meca de la Energía de los no convencionales, a un año del plan Patagonia no se puede mostrar una actividad frenética para llevar a buen puerto el mismo. Y esto no puede justificarse por los problemas presupuestarios o las aspiraciones a consolidar un déficit fiscal 0.

De hecho, existe una larga tradición en la literatura sobre el Estado, respecto de que llevar adelante procesos de planificación genera, incluso en el mediano plazo, una baja en los costos que debe afrontar el erario público. Si bien todavía quedan algunos meses del actual gobierno para poder poner un poco más en práctica las aspiraciones desarrollistas en el sur del país, parece que a la Patagonia no le llegó el turno.

*Docente e investigador, director de Escuela de Estudios Sociales y Económicos Sede Alto Valle – Valle Medio (UNRN)

**Doctora en Ciencia Política de la Universidad de Georgetown, profesora regular de la Universidad Nacional de Río Negro


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