Tensión en Taiwán: la pelea de fondo es el control de la estratégica región del Indo-Pacífico

La disputa en el estrecho de Taiwán llegó para quedarse. China incrementa su presencia militar, mientras Estados Unidos teje alianzas para contener el avance. En la megarregión del Indo-Pacífico se define el futuro del orden global, asegura el académico Ariel González Levaggi.

La situación de tensión en el estrecho de Taiwán ha llegado para quedarse, ya que por un lado China aprovechará la situación para incrementar su presencia militar en la zona, mientras Estados Unidos continuará tejiendo alianzas diplomáticas y de seguridad para contener este avance de la influencia de Beijing, como parte de la creciente rivalidad y competencia estratégica entre ambas potencias por el predominio global, asegura el analista internacional Ariel González Levaggi.

Ariel González Levaggi, Doctor en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales.


González Levaggi es Doctor en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales, y actualmente es secretario ejecutivo del Centro de Estudios Internacionales (CEI) de la Pontificia Universidad Católica Argentina (UCA). Acaba de publicar el libro «Del Indo-Pacífico al Atlántico Sur. Estrategias Marítimas de las Grandes Potencias del siglo XXI» (Instituto de Publicaciones Navales), donde aborda este y otros conflictos actuales.

Pregunta: En función de su libro reciente, ¿Como enmarca esta súbita tensión entre EE.UU y China por el viaje de Nancy Pelosi a Taiwán?
Respuesta: desde hace varios años, el establishment de seguridad y de política exterior de Estados Unidos ha identificado a China como el gran adversario estratégico, de largo plazo. Esto no solo se refiere a la famosa guerra comercial declarada en su momento por Donald Trump, sino que lo precede e incluye una gama extensa de temas. Los desafíos más importantes que le presenta China a la hegemonía de EE.UU. tienen que ver con el desarrollo de sus capacidades tecnológicas y su impacto en el campo militar, que podría desplazar a Washington en Asia Oriental, y constituir una especie de «doctrina Monroe» para el continente. En ese marco, la Casa Blanca ha tenido una posición cada vez más asertiva hacia Beijing. En este esquema entra Taiwán que, desde 1949 mantiene una disputa sobre cuál de las dos China representa realmente al pueblo chino. En una primera instancia Estados Unidos apoyó al régimen nacionalista en la isla de Formosa, hasta que el gobierno del presidente Richard Nixon y su principal asesor de seguridad nacional, Henry Kissinger, se acercan a la República Popular Chin y buscan normalizar los vínculos para acotar la influencia de la URSS. Actualmente hay una reversión de este proceso de convergencia estratégica entre China y EE.UU. que duró cuatro décadas. Estados Unidos hoy identifica a Beijing como su mayor adversario y pone en acción múltiples plataformas para disuadir o acotar su proyección estratégica. Por eso hay un fortalecimiento de alianzas regionales como el acuerdo cuatripartito de seguridad (QUAD) junto a Australia, India y Japón o el famoso acuerdo entre Australia, Reino Unido y EE.UU. (el AUKUS), que en cierto modo revive un acuerdo de la Guerra Fría y por primera vez permite que Australia tenga capacidad submarina con propulsión nuclear de carácter ofensivo, claramente de cara a la amenaza china. Sin embargo, las prioridades de política exterior de Estados Unidos se debaten entre el conflicto ruso-ucraniano y la cuestión con China, pero en el largo plazo esta última es la que va a terminar pesando, porque allí se juega el futuro orden internacional. El gran interrogante hoy es si estos esquemas de alianzas en el Indo-Pacífico será suficiente para que EE.UU. mantenga su hegemonía, o si China avanza hacia una hegemonía regional que limite el accionar de Washington en esa zona. Es el gran juego global del siglo XXI

El libro más reciente de González Levaggi.

P: ¿El mar recupera una centralidad geopolítica que parecía haber pedido en décadas pasadas?
R: Si. hay una revitalización de los espacios marítimos, que habían sido un tanto relegados. Hay dos razones. Primero, Estados Unidos tenía una clara hegemonía en casi todos los dominios oceánicos, por lo que había una relativa calma en este aspecto. Pero el ascenso de las potencias euroasiáticas: Rusia, India y sobre todo China, plantean que EE.UU. tenga hoy ante sí espacios en los cuales donde por lo menos va a tener dificultades para ejercer esa supremacía y en algunos casos, como el Mar del sur de China, puede enfrentar situaciones de denegación de acceso a esos espacios. En segundo lugar, las prioridades han cambiado. Estados Unidos ha abandonado a la lucha contra el terrorismo como eje central de su agenda de política exterior y hoy ese lugar lo tiene la competencia estratégica con China, que pasa mucho por el mar. Porque implica la protección de las líneas de comunicación marítimas, las rutas que conectan a China con el resto del mundo, claves en la circulación de materias primas fundamentales para el crecimiento económico y cuestiones estrictamente navales-militares, como el desarrollo de portaaviones de última generación o el desarrollo de componentes nucleares en dispositivos marítimos. Además, está el desarrollo de bases de ultramar. China opera desde hace una década una base naval fuera de su país en Yibuti, en el cuerno de África. Custodiar estas líneas de comunicación es vital. Por eso hoy tenemos un regreso a un tipo de geopolítica más clásica, donde el elemento naval y marítimo es clave en la lucha por el poder a nivel global.

P: El Indo-Pacífico será el eje del siglo XXI así como el Atlántico fue el escenario clave en el siglo XIX y XX?
R: Sin dudas, la megarregión del Indo-Pacífico es el lugar donde se va a definir el futuro del orden internacional, no sólo por la competencia entre China y Estados Unidos, sino también por la participación de otras potencias a las que hoy no le damos tanta importancia pero que son muy relevantes como India, Japón y Australia. Será el gran escenario internacional del siglo XXI.

P: En este conflicto entre China y Taiwán apoyado por EE.UU. se da en el contexto del conflicto ruso-ucraniano. Usted señaló hace poco que la perspectiva es de un creciente desorden e inestabilidad internacional.
R: Hay una lectura coincidente entre varios analistas sobre la creciente convergencia de intereses entre Rusia y China, que orienta el desarrollo hacia una gran asociación euroasiática, y me parece acertado. Si uno toma las visiones de China y Rusia sobre el orden internacional tienen ciertas diferencias, pero los une el espanto, es decir la definición de un mundo post-americano, multipolar en donde ellos tengan mayor peso relativo en sus regiones de influencia y EE.UU. tengan menos incidencia. Esta convergencia de intereses tiene expresiones no sólo en el plano diplomático, sino también en lo económico y lo militar. Hoy no sólo India importa armas rusas, sino que también China es cliente de varios desarrollos importantes. Yo no separaría esta cuarta crisis del estrecho de Taiwan con lo que sucede en territorio ucraniano. Son jugadas dentro del gran tablero global, que le genera creciente presiones a EE.UU. para hacer frente a diversos escenarios donde tiene en juego intereses muy concretos. Biden ha dicho públicamente que defendería a Taiwán de un ataque chino. Y en el conflicto ruso ucraniano, donde es difícil entender la capacidad de resistencia de la Kiev liderada por Volodimir Zelensky sin considerar la cooperación en múltiples niveles: militares, financiero y operativos de EE.UU. y sus aliados europeos.

P: ¿Puede escalar la situación en el Indo-pacifico?
R: La tensión llegó para establecerse, porque Beijing aprovechó la oportunidad para realizar un gran despliegue militar, que, si bien no tendrá la amplitud ni la intensidad de lo que vimos la semana pasada, mantendrá patrullajes en zonas mucho más importantes que antes. Vamos a una situación de tensión sostenida, no sólo en Taiwan (el conflicto más caliente) sino en los diferendos entre China con Vietnam y Corea del sur, o con Australia por las islas Salomon, donde Bejing había expresado interés no sólo en firmar un acuerdo de seguridad mutua sino en construir una base en estas islas, que están muy cerca del territorio australiano. En contrapartida, hay fuertes indicios de que EE.UU. intenta desplegar una especie de OTAN asiática, que no está claro si será específica o más global, pero puede ser considerada por China como una amenaza porque busca, en un formato clásico, contener su expansión en Asia oriental.

P: ¿Qué lecciones dejan estos conflictos para Argentina, con un mar tan extenso y poco vigilado?
R: El Atlántico es una zona relativamente estable, más allá de conflicto de soberanía latente entre Argentina y Gran Bretaña por las Islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur. A pesar de la militarización británica no hay hoy focos activos que incluyan la amenaza de uso de fuerza militar. Sin embargo, hay una dimensión marítima que nuestro país tiene poco desarrollada ya sea en términos de la explotación de los recursos naturales como en la asignación de medios adecuados para custodiar su mar. Es público que desde el incidente del hundimiento del ARA San Juan no cuenta con una rama submarina operativa y tampoco hay señales claras de cómo se recuperará en el largo plazo. Esta situación global es un llamado de atención para que países como el nuestro por lo menos tengan en cuenta a una zona muy importante no sólo por lo económico, por los recursos pesqueros o hidrocaburíferos, sino que también es estratégica, como son las rutas de acceso a la Antártida, además de los pasos entre el Atlántico y el Pacífico sur.


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