Dedocracia

En los países políticamente desarrollados, hasta los dirigentes más carismáticos tienen que subordinarse a las instituciones. En los demás, todo depende del mandamás de turno aun cuando se trate de una persona poco querida. Así las cosas, el ex presidente interino Eduardo Duhalde puede dar por descontado que de no haber sido por su propia decisión de apadrinar a Néstor Kirchner, éste hubiera tenido que conformarse con seguir siendo el gobernador de Santa Cruz. Huelga decir que Duhalde lamenta aquella decisión. También critica con dureza la tomada por Kirchner cuando hizo de su esposa su sucesora en la presidencia; a su juicio, se trataba de un «error histórico»que se vio confirmado por el hecho, en su opinión evidente, de que «Cristina no hizo prácticamente nada bien». Por su parte, el propio Kirchner cree que cometió un error sumamente grave cuando entregó la vicepresidencia al radical mendocino Julio César Cobos.

El que sea difícil negar que el análisis somero ensayado por Duhalde y suplementado por Kirchner refleje lo que efectivamente ha sucedido en el país desde el colapso del gobierno de la Alianza, en medio de nuestra enésima convulsión económica, nos dice mucho acerca de las deficiencias de la cultura política nacional. Está dominada por un «movimiento» que, a falta de una ideología coherente, suele encolumnarse detrás del caudillo reinante al que le permite hacer cuanto se le antoja con tal que pueda garantizarle una cantidad suficiente de dinero y votos. En cuanto dichos recursos comienzan a escasear, el país se interna en un período sumamente confuso signado por la ausencia de un líder capaz de brindar un mínimo de orden, ya que los partidos no están en condiciones de llenar el vacío. Mientras que en otras latitudes es frecuente que un gobierno en el que no se destaca ninguna figura, ni siquiera la del primer ministro o presidente, pueda funcionar de manera satisfactoria por mucho tiempo, parecería que en nuestro país, a menos que haya un jefe indiscutido, se difunde en seguida una sensación de anarquía incipiente.

Pues bien: todo indica que estamos acercándonos a un nuevo interregno. La presidenta Cristina Fernández de Kirchner y su marido no tienen carisma -a juzgar por las encuestas, Duhalde no exagera demasiado cuando dice que «nadie los quiere»- y tal y como están las cosas pronto podrían carecer de dinero, ya que les está resultando cada vez más difícil encontrar fondos para mantener llena la tristemente célebre «caja» que usan para premiar a los leales y castigar a sus adversarios. Acaso lo único que los favorece es el temor difundido a que la muerte prematura del kirchnerismo dejaría al país sin un gobierno que por lo menos fuera capaz de asegurar cierta tranquilidad social. Aunque en principio una coalición conformada por agrupaciones opositoras afines como la Coalición Cívica y sectores radicales, además de la presuntamente imprescindible «pata peronista», debería poder tomar el relevo del kirchnerismo, hasta que cuente con un líder reconocido la mayoría continuará siendo escéptica en cuanto a sus posibilidades de hacerlo.

De todos modos, sería claramente ingenuo atribuir los problemas políticos, y en cierta medida los económicos y sociales, que está experimentando el país a los errores perpetrados por dos o tres personajes coyunturalmente poderosos cuando señalaron con el dedo a quien a su entender debería encargarse de la presidencia de la Nación. Tal procedimiento es síntoma del mal supuesto por la incapacidad para formar instituciones que trasciendan a sus creadores o a sus dirigentes coyunturales. Por desgracia, remediar la deficiencia así supuesta no será fácil en absoluto. Para que una institución partidaria sea respetada, es preciso que se mantenga intacta durante mucho tiempo, pero sucede que en nuestro país los partidos tradicionales se han fragmentado en tantas ocasiones que resulta imposible decir cuál de las fracciones existentes es la más auténtica, mientras que los nuevos, de los que el más promisorio es la Coalición Cívica creada por Elisa Carrió, aún no son más que los vehículos personales de quienes los fundaron. Aunque la mayoría de los políticos es consciente de esta realidad y de la necesidad de modificarla, tendremos que esperar mucho tiempo para saber si por fin los esfuerzos en tal sentido tendrán éxito.


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