Del amor al odio

Del coqueteo inicial a una relación cada vez más tormentosa. Ésa es la forma como se pueden definir las relaciones entre Estados Unidos y China, que empiezan a volverse cada vez más frías. Ahora, con su visto bueno a un encuentro con el Dalai Lama, el presidente norteamericano, Barack Obama, asume incluso un temperatura glacial en el clima bilateral. Activistas de los derechos humanos celebran el previsto encuentro, mientras China ha emitido ya amenazas y varios expertos económicos estadounidenses temen a las consecuencias. La relación había empezado de manera muy distinta. Cuando asumió el cargo, Obama recibió críticas de activistas por sus “coqueteos” con el país asiático. Y el pasado noviembre, el líder espiritual de los tibetanos tuvo que dejar paso al jefe de Estado chino, Hu Jintao. La invitación al Dalai Lama fue cancelada por Washington, que esperaba así no caldear los ánimos antes de la gira de Obama por Asia. La Casa Blanca abogaba entonces oficialmente por una política del “apaciguamiento estratégico”. La secretaria de Estado, Hillary Clinton, visitó China poco antes de asumir el cargo. Ahí subrayó que la defensa de los derechos humanos no “debe poner obstáculos en (el marco de) la crisis económica mundial, la crisis climática y la situación de seguridad”. Se trataba, en resumen, de tragarse las críticas en aras del propio bienestar. El gigante asiático posee casi 700.000 millones de dólares en bonos del Tesoro norteamericano, lo que lo convierte en el principal acreedor de Estados Unidos, un país fuertemente endeudado. Pekín es, además, un importante aliado de Washington en las disputas nucleares con Irán y Corea del Norte. Asimismo, el creciente poderío industrial chino convierte el país en el principal contaminador del mundo junto a Estados Unidos. Obama, sin embargo, se ha estrellado en todos los puntos de posible cooperación con la muralla china. La cúpula de Pekín no ha hecho concesiones en la protección del medio ambiente ni en el debate sobre posibles sanciones contra Irán, así como tampoco en asuntos monetarios, donde China cuestiona desde hace buen tiempo la primacía del dólar como moneda internacional. El nuevo gigante mundial, que está a punto de asumir el liderazgo en la región asiática, mostró sus límites a la superpotencia estadounidense. La postura china permaneció inamovible sobre todo en asuntos monetarios. Estados Unidos y los países europeos piden desde hace tiempo una depreciación del yuan, cuya cotización es mantenida baja de forma artificial por Pekín. “Uno de los desafíos que tenemos que afrontar a nivel internacional son los tipos de cambio”, dijo recientemente Obama. “Tenemos que asegurarnos de que nuestros productos no sean encarecidos artificialmente, mientras los suyos (los chinos) son abaratados artificialmente”. El año pasado la Casa Blanca causó malestar en China con aranceles adicionales para las importaciones de neumáticos procedentes del país asiático. Y el anuncio de Estados Unidos a finales de enero de que va a abastecer por un monto de 6.000 millones de dólares con armas de alta tecnología a Taiwán, una isla a la que Pekín considera como parte de su territorio, provocó mayores diferencias. En represalia, China congeló a comienzos de este mes los contactos militares con Washington. “¿Por qué convertir a China en un enemigo?”, pregunta ahora George Gilder, del “think tank” “Discovery Institute” en un artículo publicado en “The Wall Street Journal”. Y subraya que China es el principal socio económico de Estados Unidos. Desde su punto de vista, agrega Gilder, la actual cúpula política del gigante asiático es la mejor posible. “Ha convertido a China de un enemigo comunista de Estados Unidos en un socio capitalista imprescindible”, apunta. Algunos matices demuestran que también Washington ve la situación con claridad. El portavoz Robert Gibbs destacó por ejemplo que Obama no recibirá al Dalai Lama en el Despacho Oval, como a un jefe de Estado, sino en otra sala de la Casa Blanca. La cuestión del lugar donde tendrá lugar la visita, sin embargo, no basta para aplacar la ira de Pekín. Una “decisión errónea”, advierte China, puede dañar las “relaciones bilaterales”.

ANTJE PASSENHEIM DPA


Del coqueteo inicial a una relación cada vez más tormentosa. Ésa es la forma como se pueden definir las relaciones entre Estados Unidos y China, que empiezan a volverse cada vez más frías. Ahora, con su visto bueno a un encuentro con el Dalai Lama, el presidente norteamericano, Barack Obama, asume incluso un temperatura glacial en el clima bilateral. Activistas de los derechos humanos celebran el previsto encuentro, mientras China ha emitido ya amenazas y varios expertos económicos estadounidenses temen a las consecuencias. La relación había empezado de manera muy distinta. Cuando asumió el cargo, Obama recibió críticas de activistas por sus “coqueteos” con el país asiático. Y el pasado noviembre, el líder espiritual de los tibetanos tuvo que dejar paso al jefe de Estado chino, Hu Jintao. La invitación al Dalai Lama fue cancelada por Washington, que esperaba así no caldear los ánimos antes de la gira de Obama por Asia. La Casa Blanca abogaba entonces oficialmente por una política del “apaciguamiento estratégico”. La secretaria de Estado, Hillary Clinton, visitó China poco antes de asumir el cargo. Ahí subrayó que la defensa de los derechos humanos no “debe poner obstáculos en (el marco de) la crisis económica mundial, la crisis climática y la situación de seguridad”. Se trataba, en resumen, de tragarse las críticas en aras del propio bienestar. El gigante asiático posee casi 700.000 millones de dólares en bonos del Tesoro norteamericano, lo que lo convierte en el principal acreedor de Estados Unidos, un país fuertemente endeudado. Pekín es, además, un importante aliado de Washington en las disputas nucleares con Irán y Corea del Norte. Asimismo, el creciente poderío industrial chino convierte el país en el principal contaminador del mundo junto a Estados Unidos. Obama, sin embargo, se ha estrellado en todos los puntos de posible cooperación con la muralla china. La cúpula de Pekín no ha hecho concesiones en la protección del medio ambiente ni en el debate sobre posibles sanciones contra Irán, así como tampoco en asuntos monetarios, donde China cuestiona desde hace buen tiempo la primacía del dólar como moneda internacional. El nuevo gigante mundial, que está a punto de asumir el liderazgo en la región asiática, mostró sus límites a la superpotencia estadounidense. La postura china permaneció inamovible sobre todo en asuntos monetarios. Estados Unidos y los países europeos piden desde hace tiempo una depreciación del yuan, cuya cotización es mantenida baja de forma artificial por Pekín. “Uno de los desafíos que tenemos que afrontar a nivel internacional son los tipos de cambio”, dijo recientemente Obama. “Tenemos que asegurarnos de que nuestros productos no sean encarecidos artificialmente, mientras los suyos (los chinos) son abaratados artificialmente”. El año pasado la Casa Blanca causó malestar en China con aranceles adicionales para las importaciones de neumáticos procedentes del país asiático. Y el anuncio de Estados Unidos a finales de enero de que va a abastecer por un monto de 6.000 millones de dólares con armas de alta tecnología a Taiwán, una isla a la que Pekín considera como parte de su territorio, provocó mayores diferencias. En represalia, China congeló a comienzos de este mes los contactos militares con Washington. “¿Por qué convertir a China en un enemigo?”, pregunta ahora George Gilder, del “think tank” “Discovery Institute” en un artículo publicado en “The Wall Street Journal”. Y subraya que China es el principal socio económico de Estados Unidos. Desde su punto de vista, agrega Gilder, la actual cúpula política del gigante asiático es la mejor posible. “Ha convertido a China de un enemigo comunista de Estados Unidos en un socio capitalista imprescindible”, apunta. Algunos matices demuestran que también Washington ve la situación con claridad. El portavoz Robert Gibbs destacó por ejemplo que Obama no recibirá al Dalai Lama en el Despacho Oval, como a un jefe de Estado, sino en otra sala de la Casa Blanca. La cuestión del lugar donde tendrá lugar la visita, sin embargo, no basta para aplacar la ira de Pekín. Una “decisión errónea”, advierte China, puede dañar las “relaciones bilaterales”.

Registrate gratis

Disfrutá de nuestros contenidos y entretenimiento

Suscribite por $1500 ¿Ya estás suscripto? Ingresá ahora