Democracia y populismo

La calificación de golpe de Estado que el populismo hace del juicio político a Dilma Rousseff es una muy clara confesión de una concepción de la democracia profundamente antirrepublicana e ignorante del Estado de derecho. Semejante modo de interpretar la acción del Poder Legislativo brasileño está en línea perfecta con las formas en las cuales el populismo local ha tratado las acciones de los otros poderes de la República cuando no coincidían con la voluntad del Ejecutivo. Destituyentes, gobierno de la corporación judicial y otras formas equivalentes de deslegitimar a los otros poderes toda vez que ejercieron sus facultades constitucionales con independencia de la voluntad presidencial son claros ejemplos de esta desencaminada interpretación del funcionamiento de una república democrática.

Esa concepción premoderna de la democracia puede sintetizarse en la idea de que la soberanía popular se expresa exclusivamente en la persona a cargo del Poder Ejecutivo y que la delegación a través del acto electoral habilita al ejercicio del poder en una forma apenas solapada de la suma del poder público. Esto habilita a subordinar a los otros poderes a su voluntad y a actuar por encima de las leyes e instituciones que reglamentan el ejercicio del poder estatal.

Notoriamente vinculada a los caudillismo propios de la historia latinoamericana, historia de héroes fundadores y no de pueblos protagonistas, la concepción populista es no sólo antirrepublicana sino, incluso, muy dudosamente democrática. A pesar de la retórica apelación al pueblo y su recurso a las elecciones como legitimadoras del poder del líder, es una forma de entender el poder que puede calificarse de monarquía electiva más que de democracia. Si se quiere ir más lejos, aun puede afirmarse que este único principio que vincula la concepción populista a la democracia, las elecciones, es también un principio débil y prescindible, como lo demuestra la adhesión al castrismo y a tantas otras dictaduras populares.

Pero aun suponiendo el mantenimiento de las elecciones como factor legitimador, el carácter no democrático de la concepción populista es fácilmente demostrable con un simple recurso a la historia de la democracia moderna y a nuestra Constitución. La moderna democracia, procedente de los países anglosajones, se organiza en torno al principio fundacional de que el poder popular se expresa a través del parlamento, al cual los otros poderes están de una u otra forma subordinados. Este principio democrático se percibe sin dificultad en los sistemas parlamentarios que derivaron de esta tradición, en los cuales el Poder Ejecutivo es designado y removido, sin necesidad de causa alguna, por el parlamento.

Este principio de radical supremacía del Poder Legislativo esta moderado, pero no eliminado, en el sistema presidencialista, en el cual se otorga al Ejecutivo una cierta independencia, que de ningún modo puede interpretarse como una sustitución del principio fundacional de la democracia. La designación de “representantes del pueblo” a los legisladores debería funcionar como suficiente prueba de este hecho, pero puede deducirse por simple y llano sentido común del hecho de que en el parlamento está representada la totalidad de la sociedad, en la forma de mayorías y minorías, mientras que el Poder Ejecutivo sólo expresa a una fracción de ella.

Esta supremacía democrática del Poder Legislativo puede observarse claramente en la arquitectura constitucional. El poder político más importante en un Estado, el de hacer las leyes, está asignado con exclusividad al parlamento, mientras se reserva al Ejecutivo la facultad subordinada de ser un fiel y leal ejecutor de esas leyes.

Y precisamente el juicio político, la posibilidad del Legislativo de destituir al Ejecutivo bajo ciertas condiciones establecidas en la Constitución, es otra de las pruebas de la prioridad del Poder Legislativo respecto del Ejecutivo. Calificar como golpe de Estado este ejercicio constitucional de una facultad del poder democrático por excelencia podría verse como una poco significativa chicana política si no fuera porque expresa una primitiva versión de la democracia, que conduce al ejercicio de prácticas políticas sistemática y groseramente violatorias de nuestro régimen de democracia constitucional.

Incluso puede decirse que este único principio que vincula la concepción populista a la democracia, las elecciones, es también un principio débil.

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Incluso puede decirse que este único principio que vincula la concepción populista a la democracia, las elecciones, es también un principio débil.

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