«¿Hay laburo Mohamad?» El gaucho del norte neuquino se consiguió una changa en Qatar

Seguimos paso a paso las aventuras de Carlos Monsalve en el Mundial. Ahora, agarró la pala en plena Doha con sus amigos los trabajadores inmigrantes. Mirá...

Una changa en Doha para Carlos Monsalve.

La aventura del camarógrafo Carlos Monsalve en Qatar 2002 se pone cada vez mejor. Si la venís siguiendo, ya sabés que desde que en Francia 98 descubrió la maravilla que es ir a esa fiesta que cada cuatro años detiene el pulso del mundo y se las ingenió para estar en la mayoría de los mundiales que siguieron. Así llegó esta vez al Golfo Pérsico.

Nacido y criado en Chos Malal en el norte neuquino, anda con su bombacha gaucha, el sombrero, pañuelo y alpargatas o las chalas de cuero de vaca que le regaló un criancero de Tricao Malal. Lleva la bandera celeste y blanca con la leyenda de su ciudad natal, a la que sumó Patagonia y Plottier, donde se radicó hace 27 años.

Se la dejaron de diez sus amigos los taxistas de la parada en Bahréin, que lo adoptaron como uno de los suyos y lo invitaban a almorzar. Allí, en departamento en un piso 19 por 2.900 pesos por noche con vista a una pileta donde las mujeres se bañaban con túnicas negras, hizo la escala previa antes de viajar a Doha.

Con otro de los trabajadores de la obra.

El idioma no es barrera para él. Primero porque se bajó al celular una aplicación que le traduce del árabe al español. Y segundo porque hay gestos universales, por ejemplo para indicar dos palabras fundamentales cuando se un viajero en tierras tan lejanas: comer y dinero.

«Vos caminás por las obras y hacés el gesto con la mano y te entienden enseguida«, explica.

Las obras en Doha donde hizo la changa. La mayoría de los trabajadores son inmigrantes. Fotos: Carlos Monsalve

Y con esa sonrisa entradora puede por ejemplo una mañana encarar a un grupo de trabajadores en la costanera de la capital de Qatar, sacarse fotos, filmar, estrechar manos, saludar a uno de ellos que se identificó como Mohamad y preguntarle si hay laburo y traducirlo con gestos.

Y había. Le dieron una pala y le metió nomás. «¿Cómo me fue? Y me fui con algo para comprar fruta y jugos», cuenta Carlos con una sonrisa, que en este Mundial ya acumuló anécdotas como para varios asadazos en la costa del Limay.

Mientras tanto, no se olvida de su gente y comparte fotos en sus redes: así, con el fondo de los impresionantes edificios de Doha o en los estadios ultramodernos con aire acondicionado aparecen banderas de una parrilla de Guardia Mitre, un comercio de El Cholar, otro de carteles del Valle y una bolsita de un supermercado de Chos Malal, entre otros. «Son gauchadas que hago de onda, me gusta que estén presentes acá», explica.

Anoche vio su partído número 11 en Qatar: la goleada de Portugal a Suiza y el final con Ronaldo yéndose con cara de pocos amigos. Difícil que le pase eso a Carlos, que se fue en el metro con hinchas de otros países, disfrutando cada minuto de esta maravilla que permite conocer tanta gente y asomarse a tantas culturas mientras se alienta a Argentina.


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