¿Desastre?

Redacción

Por Redacción

La semana en San Martín

La ciudad fue declarada por los concejales como zona de desastre y emergencia económica y social. Y en verdad está espesa de cenizas. Pero también hay algo de impostura en ese texto, a poco que se entre en el cenagoso terreno de las comparaciones. El paisaje que queda debajo del polvo volcánico precipitado sobre San Martín de los Andes está lejos de asemejarse a la devastación que vive Villa la Angostura, por caso. Descontando el fuerte impacto sobre las comunidades rurales próximas, sus pasturas y diezmados rodeos de subsistencia; la trama urbana de San Martín también acusa recibo de los enojos del volcán chileno Puyehue Cordón Caulle. Pero la ciudad está plenamente operativa. Aquí no hubo semanas y semanas de cortes de luz. Aquí se limpia y se nota (es destacable el esfuerzo de todos), hasta que la ceniza vuelve a caer finita, gris y molesta. Si mañana arribaran millares de turistas, todos tendrían alojamiento y entusiasta bienvenida. El centro de esquí Chapelco está complicado por la escasez de nieve pero no por los efluvios del volcán. El cerro podrá tener sus servicios a pleno si los copos cayesen en cantidad. ¿Significa, entonces, que se miente con esta declaración de desastre y emergencia? Es curioso, pero el defecto no está tanto en la lectura de la situación, sino en cierta ambigüedad a la hora de ponerla sobre el papel. La ciudad de San Martín de los Andes atraviesa críticas circunstancias. Los registros de ocupación hotelera cayeron un 70 por ciento por debajo de iguales fechas del año pasado, y 50 por ciento si se toma el mismo segmento del invierno del 2009, que ya había sido malo para el turismo por la triste “gripe A”. La combinación de vuelos suspendidos, anemia de nieve, cenizas y títulos catastróficos en medios nacionales que no distinguen a tirios de troyanos, ha provocado hasta aquí un pésimo junio y un angustiante julio para comerciantes y empresarios. Cayó la actividad con estrépito y ya afecta la cadena de pagos. Pero con nieve suficiente, aun cuando el volcán se comporte como hasta ahora, la temporada podría tener su repunte. En ese contexto, los concejales accedieron a declarar la emergencia económica y social pedida una semana antes por la Cámara de Comercio, pero a regañadientes. Muchos de los ediles consideraban que declarar la emergencia era terminar de espantar a los turistas. Sin embargo, empresarios y comerciantes -a su modo, legítimamente- fueron por más y exigieron incorporar la palabra “desastre”. Tras acalorados debates y duros reclamos desde la tribuna, lo que era “emergencia” a las nueve de la mañana del pasado jueves se convirtió en “desastre” al mediodía. La paradoja es que la declaración de desastre en su parte resolutiva apenas si funge como una chirle sucesión de invitaciones: a los diputados para dar la media sanción que le falta a la ley nacional de Emergencia, aprobada por el Senado; a la Legislatura provincial para que exhorte a la Cámara Baja, y a todos para que colaboremos y nos portemos bien. Ni una mención a algún tipo de tratamiento especial para el pago de tasas, derechos e impuestos municipales al comercio afectado. La intendencia, de momento, no quiere ni oír hablar de quitas fiscales propias, que comprometerían un tramo del 35 por ciento de los recursos del municipio (sin incluir coparticipación y regalías). Pero, mal o bien, si se termina reconociendo una situación de desastre y emergencia económica y social, deberían al menos preverse medidas extraordinarias de alcance local, más allá de los beneficios de origen federal y/o provincial. El caso es que fue una declaración de desastre no querida y “arrancada” a los concejales por la presión empresaria. Y se nota en la tibieza de su texto.

Fernando Bravo rionegro@smandes.com.ar


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