Desobediencia civil

Por Susana Mazza Ramos

Henry David Thoreau, filósofo y escritor trascendentalista que, junto a Ralph Waldo Emerson, impregnó a la sociedad racionalista que había formado el siglo XVIII y a la positivista del XIX, del «self reliance», un verdadero canto a la confianza en sí mismo, durante la guerra con México (1846-1848), escribió -criticando la postura del Estado de Massachusetts ante ella- un revolucionario artículo conocido generalmente como «Desobediencia civil» o «Resistencia al gobierno» o «Los derechos y deberes del individuo respecto al gobierno» o con el título que tal vez sea el más acertado: «Sobre el deber de la desobediencia civil».

Esa guerra fue iniciada por motivos exclusivamente económicos, ya que los fabricantes textiles del Norte necesitaban el algodón que producía el Sur, conveniéndoles consecuentemente el mantenimiento de la esclavitud. Las autoridades del Estado de Massachusetts respondían a los intereses comerciales e industriales de los esclavistas, por ello Thoreau los increpó con ese escrito.

Transcribiendo el lema de la revista neoyorquina «Democratic Review» la cual publica sus trabajos, Thoreau comienza expresando que el «mejor gobierno es el que gobierna menos», desgranando su visión del problema y la posición que cabe a todo habitante de un país ante el abuso estatal, al preguntarse: «¿Debe el ciudadano someter su conciencia al legislador por un solo instante, aunque sea en la mínima medida? Yo creo que deberíamos ser hombres primero y ciudadanos después. Lo deseable no es cultivar el respeto por la ley, sino por la justicia; la única obligación que tengo derecho a asumir es la de hacer en cada momento lo que crea justo. La ley nunca hizo a los hombres más justos y, debido al respeto que les infunde, incluso los bienintencionados se convierten a diario en agentes de la injusticia.»

Continúa diciendo: «¿Cómo le corresponde actuar a un hombre ante este gobierno americano hoy? Yo respondo que no nos podemos asociar con él y mantener nuestra propia dignidad. No puedo reconocer ni por un instante que esa organización política sea «mi» gobierno y al mismo tiempo el gobierno «de los esclavos».

«¿Cuál es el valor de un hombre honrado y de un patriota hoy? Dudan y se lamentan y a veces redactan escritos, pero no hacen nada serio y eficaz. Esperan a que otros remedien el mal, para dejar de lamentarse. Como mucho, depositan un simple voto y hacen un leve signo de aprobación y una aclamación a la justicia al pasar por un lado.» En otro párrafo considera: «Hay leyes injustas, ¿nos contentaremos con obedecerlas o intentaremos corregirlas y las obedeceremos hasta conseguirlo? ¿O las transgrediremos desde ahora mismo?»

Prosigue expresando: «Si la injusticia tiene muelle o una polea o una cuerda o una manivela exclusivamente para ella, debéis considerar si el remedio no será peor que la enfermedad; pero si es de tal naturaleza que os obliga a ser agentes de la injusticia, entonces os digo, quebrantad la ley. Que vuestra vida sea un freno que detenga la máquina.»

Su tesis de la resistencia pacífica pasiva, generadora de movimientos como los del Mahatma Gandhi y Martin Luther King, señala: «Si mil hombres dejaran de pagar sus impuestos este año, tal medida no sería ni violenta ni cruel, mientras que si los pagan, se capacita al Estado para cometer actos de violencia y derramar la sangre de los inocentes. Esta es la definición de una revolución pacífica si tal es posible.»

Ante el avance imparable de la corrupción estatal protegida y de la privada por el Estado mismo consentida, ante el diario atropello al derecho de vivir con dignidad de millones de ciudadanos, ante la destrucción acelerada y visible de la república, ante la inocultable inercia y el creciente desprestigio que envuelve a las autoridades que hemos investido transitoriamente con el poder que nos pertenece, ante el absoluto estado de indefensión que sufrimos frente a las injusticias, qué dolorosamente triste es pensar que las ideas de Thoreau puedan, tal vez, ser llevadas a la práctica.


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