Despedirse de los hijos a los 12 años, la dura realidad de los parajes

Los chicos que viven en Colan Conhue tienen que partir en cuanto terminan séptimo grado a Maquinchao o Jacobacci, para hacer el secundario en una residencia.

 

“Ya está llorando otra vez”, se queja el marido de Miriam. Pero Miriam no lo puede evitar: llora. Su hija Gabriela, que tiene 16 años, se fue de la casa a los 12 para hacer el secundario en Maquinchao, donde funciona una residencia para estudiantes. Y desde entonces, la extraña. “No hay secundario en Colan Conhue”, explica la mujer.

Miriam tiene 46 años y dos hijos más. Sabe, como todas las madres de este paraje, que debe prepararse para que a los 12 o 13 años los chicos se vayan 160 kilómetros al sur, para seguir con los estudios. Y debe prepararse también, para verlos cada 15 días, si tiene suerte y alguien que la lleve hasta allá. “La llamo todos los días para ver cómo está”, agrega. “Y cuando termine el secundario dice que se quiere ir a Roca, a estudiar fotografía. Los chicos dicen que acá no tienen futuro”, se lamenta.

 

 En las pocas calles que tiene Colan Conhue no hay adolescentes a la vista. Hay nenes que andan en bici, y otros que juegan a la pelota en la única cancha de fútbol, que forma parte del patio de la escuela primaria. También hay adultos. Entre unos y otros suman los algo más de 150 habitantes que tiene este paraje rionegrino. Pero los chicos, entre los 12 y los 17 años no forman parte de esa ecuación.

La razón es una sola: como en muchos de los parajes de la zona, no hay escuelas secundarias, así que los chicos tienen que, obligatoriamente, ir a estudiar a otro lugar.

“El mío no había cumplido los 12 cuando se fue. A veces no podía viajar cada 15 días y sólo lo veía dos veces al año”, cuenta Rosa, que tiene 4 hijos dos de los cuales dos ya están en Maquinchao. “Pero si no fuera por las residencias no hubieran podido estudiar. Y aunque nosotros los extrañamos, sabemos que están bien”.

“El día que se fue, se me partió el alma”, se suma Roxana, mamá de Lorena, Anahí y José. “Uno no está acostumbrada a que su hijo se vaya a los 12 años. La primera vez, el primer día que la dejé, pensé que me iba a morir”, cuenta, mientras recuerda el momento en que saludó a su hija para volverse junto a su marido a Colan Conhue.

Los chicos no tiene que llevar muchas cosas a esa residencia que será su casa durante los cinco años que dura el secundario. “Sólo los elementos de higiene personal”, cuentan las mamás. Allá, los chicos tienen todo: ahí desayunan, almuerzan, cenan y estudian.

Hay tres residencias disponibles para los habitantes de Colan Conhue: dos en Maquinchao, y una un poco más cerca, en Jacobacci.

“Es un lugar tranquilo y esa es la tranquilidad que uno tiene. Además, los primeros tiempos, ellos ven todo nuevo y les cuesta menos adaptarse. En cambio, uno no se adapta nunca, porque sabes que ahí van a crecer. Y que se vuelven más independientes y ya no vuelven”, piensa Roxana.

Algo de eso hay. La mayoría de las familias consultadas hicieron ese camino: acompañaron a sus hijos de 12 años hasta la residencia en Maquinchao o en Jacobacci, y luego los vieron seguir de largo rumbo a algún trabajo en alguna ciudad o camino a la universidad.

Es el caso de Ana Inés. Su hija, Ayelén, estudia derecho en la Universidad Nacional del Comahue, en Roca. Pero antes, hizo el secundario en Maquinchao (ver aparte). Ana no se acostumbra a la idea de haber dejado de vivir con su hija a los 12 años. Y de hecho, está pensando seriamente en la posibilidad de mudarse a Roca para que el más pequeño de la casa, Nehuen, haga el secundario en el CET 1 el año próximo. “Me gusta la idea de que la familia vuelva a estar toda junta. Hace muchos años que nos estamos todos en el mismo lugar”, dice, mientras atiende la despensa con la que se sostiene la economía familiar. Para sumar, y poder mandarle plata a su hija, además vende leña, y también pan casero.

 

 

 

 

 

 

 

María Cristina Alvarez tiene 70 años y vive sola en el paraje, en una casa desde la que se ve una pequeña laguna. Ella crió acá a sus cuatro hijos. Todos hicieron el secundario en otro lugar, y ya tienen su vida armada en Jacobacci, y en Roca. En una y otra ciudad, viven sus doce nietos. Cuando quiere verlos, se sube a su auto y va. A veces la visitan, y le traen lana que ella misma hila y teje, al ladito de la cocina a leña que calienta su casa. “Dónde me voy a sentir mejor que acá”, se pregunta ella, que no se imagina su vida fuera de Colan Conhue, como sus hijos, y muchos de los jóvenes que vivieron acá. “Ellos ya no vuelven al paraje”.

 

 

 

 

 

 

 


Formá parte de nuestra comunidad de lectores

Más de un siglo comprometidos con nuestra comunidad. Elegí la mejor información, análisis y entretenimiento, desde la Patagonia para todo el país.

Quiero mi suscripción

Comentarios