Despojo final

La norma empujará a Verani afuera de Hacienda.

Adrián pecollo adrianpecollo@rionegro.com.ar

Saiz resolvió desgarrar de la órbita de Pablo Verani el manejo de las obras públicas. Será otra poda para el ministro. ¿Será decisiva para su destierro del gabinete provincial? Seguro. ¿Implicará el origen de una mayor crisis política y un reacomodamiento oficialista? Es posible. Siempre latente, esa remoción de Verani ahora abrigará otras secuelas y efectos. Falta igual el decreto de mutilación. A la espera, el ministro viajó a Buenos Aires y restringió sus contactos, entre ellos, el de Saiz. Su hermetismo predice su partida. Con una década en Hacienda, Verani conoce cada arteria de las finanzas rionegrinas. Consolidó y preservó ese imperio. Ese andar le otorgó autoridad de información y maniobra. Fragmentos de altanería hacia sus colegas deslucieron su tarea y juntó enfrente la oposición de allegados de Saiz. Actitudes que nunca le perdonaron. El ministro pudo resistir y tolerar grandes desplantes. El vital fue cuando Saiz lo vapuleó y lo culpó de la derrota del 28 de junio porque Verani había dicho días antes de la elección que Río Negro pagaría los aguinaldos en cuotas. Ya antes el mandatario había conservado a Osvaldo Mildenberger cuando el ministro había pedido su desplazamiento tras una disputa entre ellos. Protegido, el segundo de Hacienda se constituyó en un endémico estorbo interno. Verani hizo también de las suyas, y Saiz toleró esa autonomía. Lo soportó hasta que aquél se involucró en la actual substancia de su ser: la modificación constitucional. Su funcionario dijo que no sabía para qué era la reforma y que no compartía la re-reelección. Otro desafío. El gobernador nunca es directo en sus reproches y malhumores. Utiliza a terceros y argucias en esa misión. “¿Qué tiene que opinar él de la reforma?”, se quejó ante los suyos. Es “ministro de Hacienda y Obras Públicas”, redundó ociosamente frente a los cronistas. Era un mensaje demasiado codificado. Después, Verani vapuleó a su par Cristina Uría por su papel en Salud. A Saiz tampoco le importaron esas peleas de ministros y sí exigió soportar las réplicas. Así promocionó curiosamente el debate público en el gabinete, un método ausente en Casa de Gobierno. El mando de Verani está cumplido. Nula participación tuvo en la resolución de las subas salariales y Saiz obvió su gestión para la obtención de fondos bancarios para iniciar el pago de haberes de febrero. Hay fuerzas combinadas: Saiz lo excluye y Verani se autoexcluye. En las últimas semanas Verani repetía –otra vez– que abandonaría el gobierno. Sus aliados lo persuadieron –otra vez– de soportar el embate. La mayor fajina perteneció al vicegobernador Mendioroz y al senador Verani, que lo reunieron en un reciente almuerzo. Hay otros artesanos en sostener esa continuidad. “Sabrá el ministro lo que tiene que hacer”, repite el gobernador. Otra respuesta –cuando menos– extraña. Niega que lo suyo sea un maltrato institucional y repite concesiones en favor de su subordinado. No quiere echarlo para no victimizarlo, pero estimula acciones para que ese paso pertenezca a Verani. El gobernador recibirá el viernes en el Alto Valle a la presidenta Cristina Fernández y después viajará a México por la asamblea del BID. Dejará en Viedma firmado el decreto terminal: pasará el manejo total de las obras públicas a Educación. Creará una Unidad Ejecutora con el argumento de que los proyectos educativos totalizan 96 millones. La motivación es exclusivamente política. César Barbeito tendrá ese dominio y el traspaso alcanzará al secretario Mildenberger. Barbeito se expande y Verani sufrirá otro despojo. Este hecho excederá su límite y entonces el contador dejará Hacienda, aunque sus aliados ya ensayan estrategias para persuadirlo de lo contrario. Saiz no tiene resuelto quién cubrirá esa vacante o si, por el contrario, intentará otra estructura de conducción. La administración de las obras públicas siempre conforma un eje de financiamiento de la política, un espectro vedado a la ojeada ciudadana. Ahí radica gran parte de la presente compulsa de los niveles oficiales. La precariedad administrativa de Obras Públicas quedaría –próximamente–revelada. Estos trámites sospechosos sólo se explican en la indulgencia de los órganos de control. Barbeito vigoriza su terreno y fortalece la confianza de Saiz, que monopolizó en la campaña del 2003. El ministro se favoreció con la relación quebrada del gobernador con el resto del oficialismo, aquel que reniega de la inmediata reforma constitucional. “No sé si quiero la re-reelección, pero quiero estar en la línea de partida”, confesó Saiz a Barbeito y también a Francisco González. Aquel dictamen explica su impulso para forzar el proceso de la reforma. Conserva otro juicio más sensible para su amor propio: la irreverencia y el ultraje político al que lo exponen sus viejos socios políticos. Quiere recuperar lo que ya no tiene y quiere parecer lo que no es. Barbeito comprende y acompaña; si fracasa aquella empresa principal, Saiz lo alentará para su sucesión. Hay obstáculos financieros y políticos en los planes del gobernador. No habrá intento constitucional si no se garantizan disponibilidades mínimas para pagar salarios y mantener un minúsculo funcionamiento del Estado. El jefe de Gabinete Aníbal Fernández lo llamó para pedirle por el apoyo del diputado Hugo Castañón en el proyecto del Fondo del Bicentenario y el mandatario aprovechó para reclamarle por una demorada audiencia solicitada con la presidenta Cristina Fernández. Días después Fernández volvió a comunicarse por la inquietud K pero todavía no tenía la confirmación del encuentro con CFK (a quien Saiz finalmente contactará el viernes en Río Negro) y, a cambio, prometió su gestión por los adelantos nacionales para Río Negro. Nada de eso ocurrió y Saiz logró continuar con el pago salarial por la contribución –carísima, por cierto– del Banco Patagonia. La mayor traba a la idea constitucional de Saiz se localiza en el oficialismo. No habrá entonces tal reforma o, por el contrario, no será con sus tiempos. En respuesta, la actitud del gobernador expone al radicalismo gobernante a un plano desconocido: la segregación del poder y el peligro electoral para el 2011. Esta superficie incierta dibuja desazón para viejos y jóvenes operadores radicales. Credibilidad y actualidad recobró una remota frase de Saiz en otros tiempos de cólera. “No me conocen, voy a llevarme a todos al cementerio”, vaticinó. La lógica política –que históricamente sirvió a la cohesión del oficialismo– tiene poco margen en el mandatario. La última semana, la resistencia interna –que conforman Mendioroz, la casi totalidad de los diputados y el senador Verani– rehuyó una confrontación directa. Hay pánico de un quiebre definitivo y confían en algún entendimiento. Pero el apartamiento del ministro de Hacienda modificará esa mirada. No habrá acuerdo deliberado y resta todavía una contienda superior. El escenario, la motivación y el resultado aún se desconocen.


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