Dice Umberto

FERNANDO BRAVO

rionegro@smandes.com.ar

En su deliciosa novela «El péndulo de Foucault», Umberto Eco realiza una tipología de ciertas conductas humanas. Lo hace con ironía pero sin mofa.

El italiano llama «estúpidos» a los individuos que introducen desviaciones en las premisas de un razonamiento y llegan, claro, a conclusiones erróneas cuando no disparatadas.

Afirma que son difíciles de detectar, pues el silogismo puede incluso parecer correcto.

He aquí un ejemplo extremo: «Todos los perros ladran y son animales domésticos. Mi gato es un animal doméstico, por tanto ladra…».

Algo de estúpido en los términos de Eco hay en el debate entre el municipio de San Martín y el gobierno neuquino, por el revalúo fiscal y el consecuente Impuesto Inmobiliario.

Primero, conviene señalar que San Martín no abogó ni obtuvo el traspaso del Inmobiliario por una decisión madurada por sus autoridades. La génesis fue el bolsillazo que significaba aquí la aplicación del revalúo diagramado por la provincia tras once años de hacer nada, sin advertir en el medio la disparada de los precios de los bienes inmuebles locales. Y eso sin mencionar los efectos en el gravamen nacional a Bienes Personales, que desquició a más de uno.

Una virtual pueblada obligó al gobernador a dar explicaciones, a congelar y luego rever el revalúo y a desprenderse del impuesto como prenda de paz.

Antes de ese episodio, prácticamente a nadie se le había ocurrido recuperar «autonomía» con un impuesto que en verdad nunca debió dejar de ser municipal.

Ahora bien, la recaudación del Inmobiliario es marginal para el Presupuesto neuquino, de modo que es poco creíble ver en la ley de traspaso un gesto de bondad republicana y compromiso cumplido.

Pero con el impuesto ya transferido, la provincia pretende descontar a San Martín el monto coparticipable sobre el total emitido, cuando siempre lo hizo sobre el total recaudado. La solidaridad con el resto de los municipios es el argumento. Incluso así, la ley de traspaso se parece a una trampa «cazabobos».

El telón de fondo es la negociación por venir sobre la coparticipación, cuando intendentes y provincia deban reunirse a discutir nuevos criterios de reparto.

El municipio ha pretendido en todo momento separar una cosa de la otra pero son inescindibles: no hay comuna neuquina que viva sólo de sus tasas e impuestos.

Y he aquí donde las cosas se complican. La intendencia rechaza el revalúo por manus militaris y tiene razón. Pero cabe preguntarse qué tan distinto hubiera sido el resultado con su participación.

Es admisible la tesis local de que el revalúo se aparta de la Constitución por inconsulto, pero también lo es que no debería haber hijos y entenados: revalúo diferenciado según convenga a cada municipio.

Ese galimatías llevó a una solución que pretendió ser salomónica: la provincia -con acuerdo del resto de los intendentes- redujo el revalúo del 65 por ciento deseable a menos de un cuarto del valor de mercado de las propiedades, lo que terminará por beneficiar a los más ricos, quienes pagarán siempre menos de lo que debieran. Y eso afecta tanto a la recaudación potencial del municipio como a la «solidaria» coparticipación.

Los más pudientes, muchos de ellos dueños de segundas residencias, deben estar riéndose a sus anchas mientras provincia y municipio se pelean, introduciendo en el razonamiento asuntos como la mezquindad de los tiempos electorales.

La supuesta progresividad del impuesto será ilusoria, por esa incomprensión mutua en la que uno ve lo peor del otro, y todos confunden las ideas.

Estúpido, diría Umberto…


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