Dímelo en la calle

Fue Cassius Clay quien comenzó a hacerlo. Y luego quedó instalado como rito previo inexorable a los grandes combates. Entre algunas de las particularidades que tiene el boxeo, y que lo diferencian del resto de los deportes masivos, es que es el único en donde la amenaza y pirotecnia verbal y el chicaneo previo no sólo son costumbres aceptadas, sino que constituyen una condición esencial para cualquier pelea que quiera ser importante. Clay estiró hasta el arte no sólo el pugilato, sino el circo previo a cada aparición suya. Cada pesaje de Alí era una suerte de performance, donde todos esperaban alguna ocurrencia para festejarla con la admiración que despertaban sus quiebres de cintura. Como era de esperar en alguien con su personalidad inquieta, Jorge “La Hiena” Barrios descargó decenas de “uppercuts verbales” antes de subirse al ring de Miami para desplumar al desganado Mike Anchondo el viernes por la noche. “A ese ‘Cachondo’ lo voy agujerear”, “No le ganó a nadie, lo voy a tirar antes del sexto”, “Me tiene miedo, por eso no quería pelearme”, fueron algunas frases que el boxeador de Tigre había escrito en el aire con su lengua, venenosa como una boa. Fue, de algún modo, una forma de inyectarse valor, de barnizar con palabras el temor que significa que le sacaran todo cuando sonara la campana, hasta el banquito.   Barrios cumplió con todo lo que dijo, y, de algún modo, reafirmó la condición “sinne qua non” que tiene el rito de la amenaza. Ocurre en la vida misma: si alguien se va a moler a golpes con otro, es probable que antes lo insulte, lo odie, lo quiera hacer papilla con sus ojos. Por eso el boxeo es la quinta esencia del desprecio, un deporte que, en ese aspecto, intenta ser imitado por otros deportes. Como el tenis, por caso. “Tengo que odiar a mis rivales”, se ha escuchado decir a Guillermo Coria. Coria es un boxeador que en vez de guantes empuña una raqueta. La diferencia, claro está, estriba en la médula misma de cada actividad. Al tenis se juega. Al boxeo, en cambio, se lo practica. Nadie dice que juega a boxear. ¿A quién le puede parecer lúdico ganarse la vida a los golpes?

Pablo Perantuono


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